domingo, 29 de abril de 2012

A toda hora




Siempre hemos reconocido el esfuerzo de la Policía Vial de la ciudad de Mérida (ahora Policía Municipal de Libertador). No es cosa fácil intentar darle un respiro a la vialidad merideña cuando hay pocas calles y avenidas, hay decena de miles de vehículos y sobra el abuso, la viveza y otros males propios de quienes se creen dueños de la ciudad.
Sin embargo, debo destacar que en las últimas semanas hemos notado que los funcionarios de la Policía Vial no se presentan cuando se va la luz, cuando llueve, cuando es muy de noche o los feriados y fines de semana (casualmente cuando más se les necesita). Una muestra es que en el Paseo de La Feria es raro ver a un agente vial, pese a la situación especial que vive esa zona de la ciudad por los trabajos del sistema de transporte masivo. Queremos ver a los viales a toda hora.

Historias de la guerra de la basura


Escenario: Ciudad de Mérida, capital del estado del mismo nombre, zona sur-occidental de Venezuela, región andina, por sobre los mil 600 metros de altitud.

Primer desperdicio:
Un grupo de personas recorren la avenida 4 con carteles que exigen “Una ciudad más limpia”. No faltan las pancartas con imágenes del planeta Tierra atragantado de basura y de árboles esqueléticos.
La marcha, eufórica, invoca frases ambientalistas, pide conciencia colectiva para “salvar a Mérida de la basura”. Los manifestantes apuntan sus dedos a los ciudadanos parados en las aceras como si fueran prisioneros de guerra, listos para ser llevados al paredón por su pésimo comportamiento cívico.
Dos horas después la marcha termina frente a la Plaza Bolívar. Los manifestantes, acalorados, toman agua mineral, helados y refrescos. Tras de sí dejan una alfombra de papeles con consignas, botellas y otros desperdicios. Una barrendera los ve irse satisfechos. Ella toma su escoba y suspira hondo mientras recoge toda la basura dejada en nombre del ambiente. Ella, silenciosa, es la verdadera ecologista…Sólo que nadie se enteró.

Segundo desperdicio:

Tres altos ejecutivos dirimen cómo encarar el fuerte reto. Se rascan la cabeza, caminan por la espaciosa oficina, se asoman por las paredes de vidrio y observan las calles de Madrid. Toman café y repiten el ritual de rascarse la cabeza y otear el horizonte.
La puerta se abre de repente. Entra un hombre de rostro áspero y actitud de impaciencia. Lleva dos asistentes que toman notas hasta de la temperatura.
El tipo se sienta en su butaca. Los tres ejecutivos se miran entre sí y uno de ellos carraspea antes de tomar, nervioso, la palabra.
-       Hombre, que el problema es complicado. A ver: se trata de unos dineros que son de la alcaldía pero que son manejados por una empresa eléctrica que, políticamente, no se la lleva bien con la alcaldía. Entonces al no recibir los recursos por pago del servicio de aseo, la alcaldía no nos cumple y ya no queda un solo camión en buen estado. Bueno, también está el tema de los dólares para la compra de repuestos, la lentitud de algunos funcionarios municipales y las huelgas de los trabajadores.
El jefe mira a sus asistentes. Todos se sienten confundidos, abrumados. Tras una breve pausa, parece tomar una decisión:
-       Tomemos el contrato de Londres: son 14 millones de personas en esa ciudad y también millones de toneladas de desechos. Pero es preferible manejar eso que los tira y encoje políticos en esa ciudad de 300 mil habitantes. Asunto resuelto… Secretaria: haga la llamada a Mérida.

Tercer desperdicio:
Una extraña nave sobrevuela lentamente la colosal acumulación de basura. Por las coordenadas, la configuración de las altas montañas (ahora llenas de bolsas plásticas donde antes hubo nieve y lagunas) y los carcomidos restos de unas especie de guayas sobre uno de los bordes de la montaña, no cabe duda que el sitio no puede ser otro. Un hombre flaco y casi transparente se asoma por una ventanilla.
-       Por fin la hemos encontrado. Pasaron varios siglos pero ya dimos con el lugar. No fue fácil porque la basura no dejó un resquicio sin tapar. Pero gracias a nuestros adelantos tecnológicos hemos podido terminar este esfuerzo de búsqueda.
La nave, modelo XT1, del año 2477, envía con beneplácito la información a la base central. El mensaje es escueto: “Confirmada localización de Mérida bajo mil metros de desechos. No hay signos vitales”.

lunes, 23 de abril de 2012

Agujeros negros



Uno comprende que la Alcaldía de Libertador no tenga recursos suficientes para atender la ciudad. Pero, a veces, no hace falta observar unas mega inversiones (que ojalá se vieran) sino pequeños gestos que indiquen y hablen de la buena voluntad.

En la avenida 6 con calle 26 – Viaducto Campo Elías -, justo enfrente de la Escuela Gabriel Picón, existe uno de los más tristes espectáculos que ofrece Mérida a propios y visitantes: En un área que perfectamente se puede rescatar con escobas, pintura y algunas plantas, viven borrachos, delincuentes, hay basura, escombros, paredes rayadas, malos olores, oscuridad. Es un agujero negro en todo el centro; pequeño pero suficiente para tragarse la poca esperanza que tenemos los que queremos ver a Mérida como es debido. Allí les dejamos la triste imagen. (Tomada el viernes 20 de abril a las 12:30pm)

Morir por la “sensación de violencia”

NOTA: Este material es parte de mi columna semanal Nada por sentado la cual se publica todos los lunes en el Diario de Los Andes. La dirección electrónica del Diario de Los Andes es: www.diariodelosandes.com.ve (Ir a la sección Mérida)

Algunos funcionarios de gobierno – de cuyos nombres no quiero acordarme – soltaron una de las frases más rebuscadas en eso de dar justificación al clima de inseguridad que vivimos todos los venezolanos: “En Venezuela lo que existe es una sensación de violencia”. Con ese giro retórico, tan adornado como un templo barroco, intentaban decir estos funcionarios que en realidad nuestra Venezuela no es un sitio inseguro (o no más que otros países).

Lo que pasa, al decir de ese estrafalario pregón, es que leer y ver en los medios tantas notas sobre homicidios, robos, violaciones, atracos, secuestros y otras manifestaciones de la violencia, crea la “sensación” de que hay un hampa desatada. Dicho de otra manera: los 14 mil homicidios que se produjeron en Venezuela en 2010 (38 diarios) nos produjeron esa extraña sensación de inseguridad la cual no debería preocuparnos porque ¿Quién ha visto que alguien se muera por una sensación?

Por supuesto que ese esperpento argumental para explicar la violencia, no pasó de una cantinflada y para cada uno de los ciudadanos que vivimos en Venezuela, el asunto sí tiene la crudeza, la dureza, de un hecho cierto, comprobado y en alza. La violencia no es una sensación: está allí afuera, en las calles de todas nuestras ciudades, Mérida incluida, pese a que aún en nuestro estado y ciudad podamos asomar la cabeza con cierto grado de seguridad.

No puede existir sosiego para pensar en un mejor país, en “echar pa´lante”, en ser mejores, en mejorar nuestra calidad de vida, si buena parte del tiempo y de los recursos los gastamos pensando en el cómo vamos a evitar que nos atraquen, que nos roben, que nos secuestren, que nos hieran, que nos maten.

Además, quisiéramos creer que nuestra casa robada, nuestro apartamento vulnerado, el carro que nos quitaron, el amigo que secuestraron, el vecino que asesinaron, son sólo espejismo fruto de nuestra exposición a los medios. Pero no: incluso, con todo y el amarillismo del cual hacen triste gala algunos medios informativos, la realidad es más contundente, más cruda.

Por otra parte, allí están las cifras que nos ubican a la cabeza de la criminalidad en el mundo. La media de homicidios en Europa, Asia y Norteamérica es de 7 por cada 100 mil habitantes. Pero, según datos oficiales, Venezuela registró una tasa récord de 48 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2010, según cifras presentadas por el Observatorio Venezolano de Violencia, organización para la cual esos datos oficiales se quedan cortos ya que en realidad la cifra de asesinatos del año pasado se situó en 57 por cada 100.000 personas, con 17.600 homicidios.

Oficiales o no oficiales, cada venezolano tiene mayores posibilidades de caer víctima del hampa que cualquier habitante de un país europeo o incluso de otras naciones suramericanas.

Según la ONU, los hombres jóvenes entre 20 a 29 años que viven en ciudades son los que más probabilidades tienen de morir de forma violenta (con una tasa de 21,1 por cada 100.000).

Necesitamos unirnos contra la violencia. Eso implica, entre otras acciones, no sólo la reactividad ante el hecho de sabernos amenazados, sino la acción social, ciudadana, que exija a los entes públicos el cumplimiento de una responsabilidad esencial: la de preservar la vida de sus habitantes.

martes, 17 de abril de 2012

La tecnología nos mueve




Mientra lidiamos con nuestros sistemas de transportes, la tecnología sigue adelante demostrando que más que un problema, la movilidad puede ser entendida como un área de intensa diversión. Si no me creen miren este video de cómo se pasa de la calle al mar en un mismo vehículo, sin demasiados problemas.

domingo, 15 de abril de 2012

Torre Confinanzas: retrato de una ciudad enferma



HACE 10 AÑOS LA TORRE CONFINANZAS ERA ESTA:


HOY DÍA LA TORRE CONFINANZAS ( O LO QUE QUEDA DE ELLA) ES ESTA:



"Al pasar por la torre Confinanzas, ubicada en la Avenida Andrés Bello, los caraqueños quedan sorprendidos ante la estructura que cuenta con 45 pisos siendo la segunda más alta de Venezuela y la séptima de América Latina, pero lo que fuera una lujosa edificación financiera hoy en día ofrece su peor cara. Desde hace 6 años se encuentra invadida, actualmente viven 750 familias y más de 3500 personas en condiciones inhumanas, los vecinos de Candelaria denuncian que este sitio se ha convertido en una “alcabala de la muerte” donde cualquiera puede ser atracado, secuestrado o hasta perder la vida". / Fin de la nota de prensa aparecida en www.globovision.com

Cuando leí esta información y busqué en Internet otras fuentes, quedé soprendido por el tamaño de la situación de cientos de familias venezolanas que son los "huéspedes" de una de las estructuras físicas más imponentes de la capital del país.
A ver: no se trata de soñar con torres bancarias o grandes rascacielos corporativos, sino mostrar lo que pudo haber sido una mejor solución urbana para un edificio venido a menos, y la realidad paralela de familias sin viviendas. No es un pues un problema estético o de desarreglo del pérfil urbano (que obviamente lo es) sino de una cruda incompetencia en la presencia del gobierno de una ciudad, de autoridades que, tal vez por un regusto demagógico, permiten que la pobreza, el drama y la delincuencia, se regodeen en pleno "distrito financiero" de la capital de uno de los países con más abundacia de recursos humanos, naturales y económicos de la región.

Apostar al Trolebús


Para muchos merideños, sobre todo para aquellos que tienen algún conocimiento técnico sobre temas vinculados al transporte, el urbanismo, la arquitectura, la ingeniería, la movilidad y la gestión pública, el punto referido a la construcción del sistema de transporte masivo para Mérida es un recurrente tópico abrumado por la polémica.

Y no es para menos: la ciudad de Mérida, en su breve espacio físico, cada día que pasa debe lidiar con el aumento poblacional que la constriñe, sumado al creciente parque automotor (sí: una verdadera paradoja en un país donde casi no se ensamblan vehículos), amén de la ubicación de centros comerciales, oficinas públicas y otros espacios que agrupan y conducen movimientos humanos en un espacio urbano que, como ya es harto conocido, no deja mayores posibilidades de maniobrar.

El Trolebús, desde hace ya una década, encarna el debate sobre la ciudad y su futuro.

A estas alturas, en lo que a mi respecta, me he ido decantando por una posición que considero la más razonable (aunque no exenta de conflictos) a la luz del aprovechamiento de varias condiciones que hacen de la construcción del trolebús, no necesariamente un mal necesario sino una oportunidad aprovechable.

Me baso en tres puntos que dejo a la consideración de otros merideños o interesados en el tema urbano, para la sana discusión. Estos tres puntos, para mí, justifican una postura a favor de alentar la terminación efectiva del sistema de transporte masivo para el área metropolitana de Mérida, más allá de los evidentes riesgos que tal apoyo pudiera entrañar.

Punto 1: La obra es un proyecto en marcha

Pedir que no se construya el Trolebús (y toda la estructura del sistema de transporte masivo) equivale a negarse a tomarse una fotografía cuando ya esa foto está subida al propio Facebook. Lo que quiero decir es que aunque sea una obra con graves retrasos, el Trolebús constituye una inversión efectiva, construida en un porcentaje considerable, y al servicio de muchas personas. Parece más sensato guiar lo que queda para que termine ofreciendo el mayor servicio posible.

Punto 2: El soporte del conocimiento

Mérida posee un verdadero ejército de expertos, especialistas, investigadores dedicados a los temas de la planificación urbana, del transporte y asuntos afines. La ULA reúne en sus espacios a estos profesionales que han estado monitoreando esta costosa obra, bien para hacer recomendaciones, bien para cuestionarla. No todas las ciudades del país poseen un “frente de batalla del conocimiento” con la capacidad para orientar una obra hacia una consolidación cónsona con lo que aspiran los ciudadanos.

Punto 3: Se está invirtiendo

Recientemente Mérida fue el escenario de una importante reunión a la que asistieron los representantes de los sistemas de transporte masivo que se ejecutan en el país (se cuentan hasta siete proyectos en las principales ciudades de Venezuela). Allí quedó en evidencia que el Trolebús de Mérida es el que más ha avanzado y el que posee una perspectiva de terminación más clara en comparación con el resto de los sistemas. Tengamos en cuenta el detalle de que Mérida es una de las pocas ciudades del mundo que con una población menor a medio millón de personas tiene un sistema de transporte en ejecución. Además: la inversión, bien dirigida, puede permitir mejoras urbanas y atención a problemas específicos de la ciudad.

Queda abierto no el debate sino su continuación: Sistema de Transporte Masivo para Mérida ¿Apoyar o rechazar?

domingo, 8 de abril de 2012

Robo de cables y ciudades oscuras


Aproveché la Semana Santa para dar un paseo por la ciudad. Ya usted sabe: dar una vuelta sin estar pendiente del tiempo, transitar por sectores de Mérida que el mapa de la cotidianidad nos suele esconder. En fin: ver qué hay de nuevo en cuanto a obras, construcciones, tiendas, espacios públicos, gentes.

En ese bajar y subir por las calles cayó la noche y fue entonces cuando observé que el problema de tramos de avenidas a oscuras seguía presente, incluso en plena temporada de Semana Santa, cuando se supone que Mérida debe mostrar una cara amigable, segura y estética a los turistas. Pues no: la oscuridad reinaba a sus anchas.

Esa forzosa oscuridad me molestó como ciudadano. Más si tomamos en cuenta que no era un “pedacito de una calle” sino tramos amplios de las principales avenidas: Andrés Bello, Las Américas, Urdaneta, Los Próceres, Tulio Febres Cordero, por solo nombrar algunas.

Por supuesto, pensé en Corpoelec como principal responsable. Recordé entonces las explicaciones que en algunas oportunidades ha dado esta empresa de electricidad: “se están robando los cables y eso deja a oscuras calles e incluso sectores de la ciudad”.

Ante un problema generalizado (con directas implicaciones sobre la seguridad pública) decidí saber si las explicaciones que Corpoelec- Mérida daba sobre el persistente robo de cables se presentaban también en otras ciudades venezolanas.

La verdad: sí es un problema nacional ya que en San Cristóbal, Maracaibo, Puerto La Cruz, Caracas, Barquisimeto y Maturín se han presentado situaciones similares, es decir personas o grupos que se dedican a sustraer los cables del tendido eléctrico.

Pero ¿Cómo es este asunto del robo de los cables?... ¿Por qué lo hacen?, ¿Para qué lo hacen? ¿Quién o quiénes lo ejecutan?

La respuesta está en un metal: el cobre. Los cables que se roban tienen filamentos de cobre. En realidad no es tanto el cobre sino su valor: el precio internacional de la libra de cobre ronda los 4 dólares (es el metal que más ha subido de precio en el mundo). Si una libra equivale a 453 gramos, entonces un kilo de cobre tiene un costo promedio de 8 dólares que al dólar oficial (4.29) serían 34 mil bolívares. En el mercado negro el precio del cobre es aún más alto, incluso se puede duplicar.

Para lograr un kilo de cobre los ladrones o bandas deben robar por lo menos un kilómetro de cable (dependiendo el grosor y qué tanto cobre contenga).

El problema es grave y afecta a varios países latinoamericanos de donde sale el cobre robado rumbo, por ejemplo, a puertos clandestino para luego ser llevado a economías emergentes básicamente a China pero también a Taiwán y Corea del Sur, donde es comprado a altísimos precios.

En pocas palabras: las ciudades a oscuras son consecuencia no sólo de los apagones tradicionales que ya conocemos sino de las redes o mafias del robo del cobre (cuya presencia es innegable en Mérida) quienes también nos condenan a la oscuridad.

Es un problema de seguridad, de vigilancia, de acciones entre varios organismos, de inteligencia. Entendemos que Corpoelec no tiene la capacidad para vigilar toda la red y es poco probable que la policía tenga suficientes agentes para disponerlos a este trabajo.

Por lo tanto, todo parece apuntar a una cruzada seria entre entes públicos y comunidad a fin de frenar el robo de cables y las nefastas consecuencias que este tipo de delito genera: ciudades oscuras, inseguras, vulnerables ante el hampa, solitarias y peligrosas.

Los números del teleférico


Bueno, se fue la Semana Santa y los turistas pudieron ver como iba y venía un helicóptero de la sierra a la ciudad y viceversa. Se trataba de las acciones en torno a las obras del Teleférico de Mérida que muchos aspiramos esté listo antes de que el 2012 diga adiós. De la misma empresa Venezolana de Teleféricos les dejo algunos números extraídos de su más reciente nota de prensa:

Avance de las obras: 48%

Estaciones en ejecución: 5

Trabajadores en acción: 400

Horas diarias de trabajo: 20

Usuarios al año previstos: 520 mil

Aumento de capacidad: 300%

Partes y equipos subidos: 55%

Inversión global en dólares. 300 millones

Inicio de pruebas: 15/12/2012

martes, 3 de abril de 2012

Algo pasa en los cielos


"Hoy, 29 de marzo, a las 5:15 horas (AM), se precipitó a tierra helicóptero Superpuma 2216 de la Aviación Militar en Chaparralito Apure". Así anunciaba la oficialidad el doloroso accidente en el que fallecieron 7 efectivos de nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

Recientemente una nota de prensa del gobierno afirmaba que se habían disminuido los accidentes aéreos. Pese a esa información, aparecida un día antes de este último desastre, las estadísticas apuntan a que por diversas causas Venezuela es uno de los países con mayor tasa de accidentes e incidentes del continente.

En la prensa se publica hoy un resumen que da cuenta de lo común de los accidentes aéreos en el segmento militar (5 en 8 meses). Si ha eso añadimos los que ocurren en el mundo de la aviación civil venezolana, no hay la menor duda de que estamos frente a un problema grave.

Como especie de consecuencia de lo que se presume son graves situaciones vinculadas con la seguridad y la falta de protocolos serios de mantenimiento, la Unión Europea decidió suspender los vuelos de nuestra línea emblema, Conviasa, alegando que nuestros aviones no cumplen con el estandar de seguridad que exige Europa.

La respuesta local ha gravitado en torno al silencio, por un lado, y las represalias, por otro (algo así que si no nos dejan aterrizar allá, nosotros haríamos lo propio por acá).

Más allá de la respuesta oficial (cónsona con la defensa de nuestros intereses) lo que devería privar en paralelo es una seria revisión de lo que pasa en nuestros cielos. Las estadísticas son claras al indicar la existencia de problemas de mantenimiento o procedimientos que han cobrado la vida de decenas de venezolanos en los últimos tres años. La respuesta no sólo debe ser diplomática sino de acción efectiva en el mantenimiento de las eronaves criollas.

Violencia: la suma de la partes


NOTA: Este material es parte de mi columna semanal Nada por sentado publicada todos los lunes por el Diario de Los Andes: www.diariodelosandes.com.

Si la vemos de cerca, con la lupa de los detalles, con la urgencia de quien busca explicaciones sobre algo que le atormenta, la violencia no es una entidad totalmente monolítica.

Es decir, cuando nos referimos a la violencia pareciera que estamos hablando de un “algo” descomunal ubicado en un estadio de poder tan avasallante que cualquier intento por derrocarlo sería inútil.

Pero las apariencias engañan. Cierto es que la violencia ha “crecido” a tal punto que da la impresión de gobernarnos a sus anchas: nos impone horarios de salida y de entrada a nuestras casas, nos obliga a gastar miles de bolívares mensuales en el pago de mecanismos de seguridad que intentan repelar las consecuencias de esa especie de Hidra de Lerna moderna y, por sus efectos, nada mitológica.

Entrecomillé la palabra “crecido” porque allí hay una pista importante a la hora de ponderar, en su real dimensión, a la violencia nuestra de cada día. Si ha crecido es porque antes era menor, más pequeña. Y es así: si bien Venezuela no ha sido nunca un paraíso terrenal - en cuanto a los efectos de la violencia- está claro que las estadísticas (oficiales) dan cuenta de un crecimiento de los números que indican un incremento, un crecer de algo que antes no tenía esa magnitud. Recordemos que la violencia, en realidad, no tiene forma física y uno de los aspectos que utilizamos para descubrirla es el “reguero de muertos y heridos” que deja a su paso. Aunque suene contradictorio, al menos para el análisis, que la violencia haya crecido es una buena noticia en el sentido de que nos permite comprobar que así como creció, puede también disminuir.

La violencia crece a partir de los tributos que consciente o inconscientemente le ofrendamos. Detalles tan significativos como ciudades poco iluminadas y por lo mismo a oscuras; ausencia de espacios públicos dedicados al compartir entre ciudadanos, desaseo de esos espacios, manifestaciones de agresividad cuando vamos al volante, viveza e irrespeto a los derechos de los demás, alzar la voz sin necesidad, ofensas y chistes denigrantes, poca solidaridad. Hay más: ausencia o mal estado de canchas y estadios para que la juventud haga deporte, escuelas precarias. Hay temas profundos: discurso violento en los medios, exclusión de aquellos con los que no comulgo políticamente, corrupción no atendida en los cuerpos de seguridad, falta de empleo.

La lista puede tener el tamaño de nuestras angustias. Lo que queda claro es que si a la violencia se le empiezan a quitar esas partes, esos pedazos, esos trozos (de los que muchos somos dueños), la violencia no sólo no seguirá creciendo, que ya sería mucho decir, sino que empezará a disminuir.

Siendo así, el mecanismo para someter a nuestra Hidra no puede ser otro que el concurso de todos los ciudadanos, todas las instituciones. El Estado, representado por el gobierno de turno, tiene bajo su responsabilidad encarar los trozos más notorios que le dan forma a esa violencia. Pero los ciudadanos tenemos otra parte vital y decisiva en este ejercicio de exorcismo colectivo de uno de los males más entronizados en nuestra cotidianidad.

A propósito de este tema, el pasado jueves estuvo en Mérida el doctor en filosofía y teólogo, pero sobre todo Educador, Antonio Pérez Esclarín. Atendió una invitación del Colegio San José de La Sierra para actuar como ponente en el evento “Herramientas para el mejoramiento de la educación basada en valores y principios de paz” que congregó a más de 400 asistentes en el auditorio del Colegio La Inmaculada.

Como es su costumbre, Pérez Esclarín dio intensas orientaciones y consejos sobre el tema de la violencia. Yo me quedé con un aspecto revelador y que no deja lugar a dudas de que esa misma violencia que observamos temerosos desde la ventana de nuestra casa o apartamento, puede ser combatida con acciones individuales, tan íntimas como el profesar amor por los demás: Parafraseando al maestro Pérez Esclarín: “Puede haber 30 millones de armas allá afuera, pero mientras no hayan 30 millones de corazones llenos de rencor, esas armas no nos podrán hacer daño”.