lunes, 28 de mayo de 2012

Revisar los espacios públicos




En paralelo con el caos y la “des-ciudad” que nos afecta, Mérida hace sus propios esfuerzos por encontrarle cura a sus males cívicos.
Por eso es bueno celebrar la realización del V Seminario-Taller Sobre Cultura Ciudadana y Espacios Públicos, el cual se efectuará durante los días 4 al 8 de junio del presente año en las Aulas Anfiteátricas de nuestra Facultad de Arquitectura y Diseño, de la ULA, allá arriba en La Hechicera.
La profesora Maritza Rangel, artífice de esta iniciativa  explicó que este Seminario Taller tiene como objetivo central  propiciar la producción de conocimientos a través de la elaboración de estudios y el intercambio de experiencias, tendentes a incentivar un proceso de  formación ciudadana, a partir del espacio público urbano como el lugar idóneo para la convivencia y el logro de lo colectivo, factores medulares del desarrollo urbano sustentable.
Más adelante volveremos sobre este importante evento, uno de los más constante y significativos que se realizan en el país para avanzar sobre la construcción de mejores ciudades.

Ciudad extraviada




Cuando amanezca hoy, no sabremos si tendremos ciudad. Puede que sí estén allí las calles, las aceras, las casas y los edificios, los semáforos, las plazas, la basura, los borrachos, los postes, los perros callejeros, incluso el Pico Bolívar mirándonos desde lo lejos. Pero con todo, no sabremos si hoy nos toca tener ciudad.
A los merideños nos pasa así: un día salimos a caminar entre la neblina y la llovizna. Compramos helados o un café y nos sentamos a conversar con los amigos o vemos a los niños jugando en las plazas. Otro día quedamos a merced de la basura que parece reproducirse por todos lados como si tuviera vida propia. O luchamos atrapados en colas infinitas que nos paralizan y que sacan lo peor de nosotros.
La semana pasada prácticamente no tuvimos ciudad. Muchos vecinos, hastiados de ver como frente a sus casas o sus edificios crecía la basura de forma exponencial, decidieron mostrar su furia y malestar. El reclamo se convirtió en cierre de vías y quema de basura, como en una escena de esas películas apocalípticas en las que no hay gobierno y por lo mismo, las decisiones quedan a merced no del raciocinio ni del interés general, sino de las pasiones y la sobrevivencia.
Claro, también hemos sido testigos de cómo activistas políticos salen a recoger basura (cosa sencilla en una ciudad sitiada por los desperdicios) y tras acumular suficiente, la llevan en camionetas – muy lujosas por cierto – y la arrojan en una esquina o intersección muy transitadas. No son vecinos: son peones políticos que operan a control remoto, manejados por aquellos que quieren sacar partido electoral del caos, aunque ello signifique arrebatarle la ciudad a los merideños. Al final se suman la ineficiencia de la alcaldía con el despreciable saboteo politiquero. El resultado no puede ser otro: nos arrebatan la ciudad.
Y para colmo, la semana pasada los contratados de la Universidad también ejercieron su protesta. Pedían pasar a ser trabajadores fijos. Su solicitud estuvo impulsada por el cierre de avenidas, quema de cauchos y desperdicios (en este punto queda claro que la basura que nos atosiga al menos ha resultado un combustible útil para la protesta reivindicativa o el saboteo político).
Por eso digo que la semana pasada no tuvimos ciudad. Mérida estaba allí, se podía ver y tocar, pero no podíamos sentirla. Un verdadero drama.
Y es que la ciudad física, por muy grande o pequeña que sea, no es otra cosa que un pretexto humano para ejercer el derecho a relacionarnos con los demás. Si surgen situaciones que impiden la relación  entre semejantes, la ciudad física no tiene sentido. Calles, edificios, plazas, centros comerciales, oficinas, esquinas, kioscos, son un escenario montado, construido por los ciudadanos, para ejercer nuestra humanidad.
Hoy, cuando salgamos a enfrentar el día, no nos dejemos engañar: puede que esté todo allí, pero si no podemos ir hacia donde está el otro o no podemos planear un encuentro, Mérida no estará allí. Será una ciudad extraviada.

domingo, 20 de mayo de 2012

De tripas, corazón


Varios grupos ecológicos y organizaciones ciudadanas han salido  a hacer importantes y pertinentes propuestas para convertir la crisis de la basura que sufre Mérida, en un momento para las soluciones. Mientras los políticos de ambos bandos siguen su ridículo toma y dame antisanitario, los ambientalistas plantean acciones como:
-     Invertir en programas de educación para la separación de desechos en el hogar y/o comercio con miras a la implementación de la recolección selectiva de la basura por tipo de material en distintos días de la semana.
-     Establecimiento de un sistema de tarifas que incentive la separación de la basura in situ, de tal manera que los ciudadanos que separen la basura en el hogar y/o comercio paguen menos que aquellos que no lo hacen.
-     Aprovechar la coyuntura ante la necesidad que tiene la empresa recolectora de comprar camiones para que se compren camiones que permitan la recolección selectiva por tipo de material.

Chaplin: el santo de los vagabundos




A Charles Chaplin nunca le gustó la Navidad. Decía que había momentos que parecían restregarle su pasado de extrema pobreza, aquellos tiempos de infinito deambular por las calles londinenses buscando algo que comer en medio del frío y la nieve.
La Navidad, pues, era ese incómodo recordatorio del pasado mísero de uno de los más famosos actores y comediantes de la historia.
Precisamente, para ratificar su poco interés por el árbol de Navidad y las bambalinas, Chaplin murió el 25 de diciembre de 1977, a la edad de 88 años.
Pero no era que a Sir Charles Spencer Chaplin, nombre completo del actor británico, le gustara renegar de su época de vagabundo. Su personaje de Charlot (Carlitos, para muchos latinos) encarnó una versión de los indigentes, de los marginales, de los pobres.
Claro, Charlot, con su bastón, su saco estrecho y su mínimo sobrero de hongo, asumía un tipo de pordiosero con aires de dignidad y ademanes gentiles. Una especie de discurso en el que se ratificaba que más allá de la condición que la vida te ponga a sufrir, nunca hay que bajar la guardia de la dignidad.
Por lo anterior, no era extraño descubrir a Chaplin exponiendo su particular visión de la pobreza extrema, como una especie de oración: “Aún cuando estaba en el orfanato o recorría las calles buscando qué comer, me consideraba el actor más grande del mundo. La vida es maravillosa...si no se le tiene miedo. Sin haber conocido la miseria, es imposible valorar el lujo”, decía el actor.
Casi cuatro décadas después de su muerte, el destino ha puesto a Charles Chaplin a encarar una vez más su rol del vagabundo Charlot, pero esta vez por las calles de Mérida.
Ubicada en la encrucijada de las estrechas avenidas 1 y 2, la Plazoleta de Chaplin recibe a los visitantantes y saluda a los propios habitantes merideños, allá al norte de la meseta.
La estatua, donada por el Departamento de Cine de la ULA, evoca un poco al monumento más legendario de Chaplin, en la ciudad de Vevey, en Suiza, donde murió el actor.
Le ha tocado a esta estatua merideña de Chaplin adaptarse a las circunstancias andino-tropicales de estas latitudes, y no sólo por el clima, sino por ciertas manifestaciones culturales, folklóricas y económicas.
Acá en Mérida se cuenta la historia de un ladrón obsesionado, por lo visto, con el culto al doctor José Gregorio Hernández, quien, convencido de que la estatua de Chaplin era, en realidad, una representación del médico de Isnotú, una noche decidió robarla para encenderles velas en un contexto espiritual digamos “más íntimo”. Aunque suene algo estrafalaria, la historia es real.
Sin dejar de ser rocambolesca, más cruda es la actual situación de la Plazoleta de Chaplin, devenida, por obra y gracia de los vagabundos de estos “tiempos modernos”,  en posada para guarecerse del frío y de los peligros de la noche.
Los indigentes que deambulan por las calles de Mérida entre neblinas y lloviznas, saben que, llegado el momento, pueden ir a ubicarse debajo del pedestal del monumento a Chaplin, diseñado para albergar un pequeño espejo de agua, una fuente, pero al cual la marginalidad le dio otro uso menos ornamental y, sí, mucho más práctico.
En medio del surrealismo de nuestra Venezuela, alguien jura que con su familia de vagabundos dormidos a sus pies, hundidos en la pesadez de sus borracheras, de pobreza y hambre, la estatua ha vencido su estática condición y ha bajado, gustosa,  para compartir un lugar en medio de los cartones, los periódicos sucios y los sueños no alcanzados. En Mérida, Charlot revive cada noche ahora convertido en santo y patrón de los desamparados.

martes, 15 de mayo de 2012

Problemas con la nueva interfaz de Blogger

Saludos. Quiero expresarles que durante estos días he tenido muchas dificultades para levantar los post del blog debido a lo que creo son fallas en  los servicios de Blogger. A ver: hace dos semanas cambiaron el sistema. Por encima se nota más ordenado y fácil para todo lo que tiene que ver con el armado del blog. Pero cuando llega el momento de subir fotos o videos. hasta allí llega el servicio. Eso ha traido como consecuencia que los últimos post vayan sin imagenes. De todas formas, seguimos escribiendo a la espera de que el sistema se estabilice o que alguien me ayude a resolver esta dificultad técnica. Por ahora será una MI CIUDAD de texto.

La utopía de la obra terminada




La autopista que va de La Fría a San Cristóbal lleva más de tres décadas de ejecución y no se ha terminado. La autopista Mérida- El Vigía (ahora carretera Rafael Caldera) tardó más de 20 años en inaugurarse pero su diseño final no representa lo que inicialmente se pretendía construir (una verdadera autopista).
No sólo carreteras: hospitales, escuelas, liceos, sedes de organismos, plazas, sistemas de transporte…Todo se diseña, se empieza pero o nunca se termina o se termina a medias (o lo que es lo mismo, mal).
Allí está nuestro trolebús, el de Mérida, obra de la que, aclaro, no soy un detractor. Pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre: cuando se inició la construcción del trolebús (en tiempos de Williams Dávila Barrios como gobernador) mi hija tenía 5 años. Hoy está por entrar a la universidad y la obra lleva sólo parte de la Línea 1. Y, con todo este lento desandar del trolebús, les cuento que es el sistema de transporte masivo que más avances muestra en el país, más que sus similares de Maracaibo, Valencia o Barquisimeto, por citar sólo algunos. Esta suprema lentitud a veces da ganas de llorar.
El asunto es que en Venezuela exhibimos, desde hace medio siglo, una manía por iniciar proyectos y dejarlos inconclusos: cárceles, refinerías, represas, zonas industriales, conjuntos residenciales, se cuentan entre aquellas obras que llegaron al papel e incluso recibieron recursos y que nunca se iniciaron o que si lo hicieron, un buen día fueron abandonadas o que sí siguen en construcción pero a un ritmo tan exageradamente lento que la propia memoria colectiva las integras a la lista del olvido.
El asunto no es nuevo. Se pudiera decir que siempre ha sido así, con la siempre perturbadora excepción de los tiempos cuando el dictador Marcos Pérez Jiménez, a punta de una eficiente política de construcción de grandes obras, no sólo demostraba que “la mano dura sí cumple” sino que lo hacía en tiempo récord. Allí está el teleférico de Mérida, construido a lomo de mula en tres años, con una tecnología que mucho envidiaría a la de hoy.
Claro, hubo algunas extrañas perturbaciones en esa tradición de lentitud e ineficiencia. Por ejemplo, la plaza de toros Román Eduardo Sandia de Mérida, se construyó en 1967 en menos de 5 meses.
¿Por qué ocurre esta absurda pérdida de tiempo y recursos? ¿Por qué los venezolanos no podemos disfrutar de los beneficios de una obra, sino que rezamos para que al menos nuestros hijos o nietos tengan la posibilidad de verlas construidas?
Algo parece claro: no se trata, en la mayoría de los casos de falta de fondos o recursos. Aunque siempre se alega ese argumento, muchas obras, por sus mismos retrasos, terminan costando varias veces lo que se suponía sería una inversión manejable. Tampoco es falta de una real necesidad de los beneficios de un a obra para con la población (por ejemplo, quién no aplaudiría la construcción de otro gran hospital para Mérida). ¿Poca capacidad en el recurso humano…?: tampoco. Realmente acá tenemos excelentes profesionales, capaces de resolver obras no sólo en Venezuela sino que en el exterior gozan de prestigio.
Las explicaciones apuntan a un cóctel de elementos políticos (falta de continuidad o “si lo empezó aquel yo no lo termino”), burocráticos, de corrupción, de desinterés y falta de compromiso.
Veamos este ejemplo: el Burj Khalifa (conocido como Burj Dubai) no sólo es el edificio más alto del mundo sino la obra hecha por el hombre de mayor altura en toda la historia. Ubicada en la ciudad de Dubai, en Emiratos Árabes Unidos, mide 828 metros. Fueron invertidos 4 mil millones de dólares en su estructura, aunque el complejo integral costará 20 mil millones en moneda norteamericana. Estos datos sorprenden pero más su tiempo de ejecución:   la construcción comenzó el 21 de septiembre de 2004 y su inauguración oficial fue el 4 de enero de 2010. Es decir, menos de seis años.
O sea: sí se puede construir de tal manera que los que ahora vivimos podamos estar el día del corte de cinta de la obra. O antes de que a mi hija le entreguen su título en la universidad.