martes, 30 de octubre de 2012

La bacteria





El 90 por ciento de las bacterias no han sido descritas. No se conocen. No es de extrañar entonces que la bacteria que ataca en estos momentos a la ciudad haya pasado desapercibida para la  microbiología y más específicamente para el ojo de los bacteriólogos más competentes, que en Mérida los hay y muchos.
Esta bacteria se ha desarrollado y ha proliferado hasta el rincón más apartado del municipio Libertador. Y la basura la ha expuesto, le ha brindado la oportunidad de manifestarse. Debo explicar – ya que no soy médico ni científico de los que van de batas con probeta en mano – que la bacteria, nuestra bacteria, no vive en la basura, ni es en los desperdicios donde se produce. Claro que el basurero sobre el que nos ha puesto a caminar a diario la incompetencia de ciertos funcionarios públicos (que por lo visto tienen la nariz tapada) es un caldo de cultivo para millones de bacterias que aprovechan este territorio liberado para la inmundicia – o sea, Mérida – para darse la gran vida. En pocas palabras, si yo fuera una bacteria, me encantaría vivir en Mérida.
Pero esas son bacterias comunes y corrientes, vulgares más bien. La bacteria a la que yo me refiero posee otras cualidades y es por ello que, como dije, no surge de la basura aunque sea el desastre de la basura la que le ha permitido mostrarse.
Nuestra bacteria se reproduce democráticamente entre los habitantes, llevándolos a pensar que la basura que vemos por toneladas es parte de un decorado normal de la ciudad. Es decir, esta bacteria no ataca nuestro cuerpo físico sino la capacidad mental, el raciocinio, la forma de ver las cosas. De allí su extrema peligrosidad porque crea la percepción de que todo está bien: que vivimos en una Mérida perfecta, con calles inmaculadas, aceras y paredes limpias. ¿Cómo podemos explicar que los habitantes de Mérida llevemos cinco meses conviviendo con miles de kilos de basura en aceras, calles, plazas, parques, hospitales, casas, comercios y escuelas, y no hayamos reaccionado con la contundencia de solicitar, por ejemplo, un revocatorio del mandato para todos aquellos que nos llevaron a este desastre? ¿Cómo explicar que cuando vamos manejando y nos asomamos por la ventanilla saludamos alegres a ese poco de turistas que van por la acera, cuando en realidad lo que hay allí son bolsas negras en fila india? ¿Quién puede darle una explicación al hecho de que nuestros niños, en las mañanas, lleguen dando saltitos de felicidad a sus aulas de clases y digan que jugaron a brincar “muchas cosas” por el camino?… Sí: bolsas con desperdicios descompuestos, cajas y hasta animales muertos.
La explicación a esta pesadilla de la basura es que algo nos ha llevado a aceptar la convivencia con semejante cuadro de desvergüenza municipal y gubernamental. La explicación de porque una pequeña ciudad como Mérida, de una escala o tamaño manejables, que genera mucha basura pero en un área totalmente manejable para cualquier empresa medianamente eficiente (o para un gobierno medianamente eficiente) es que hay una cosa, por allí, que, un mal día, nos cambió la percepción de que vivir entre la basura no es lo correcto ni es lo que nos merecemos. ¿Ya adivinó? Así es: la bacteria, nuestra bacteria, la no descubierta pero la culpable de que tengamos una cosa al frente y veamos otra. No veo otra explicación. Si usted tiene otra, es hora de mostrarla. Tal vez sabiendo lo que nos pasa, podamos encontrar el tratamiento.

Promesas





Me he puesto a analizar este asunto de las promesas y debo admitir que la promesa, en sí misma, ha sido teñida de una mala reputación injusta e innecesaria.
Lo que quiero decir que una promesa no le hace mal a nadie. Cuando el gobierno nos prometió el Teleférico para el 2010, hizo una promesa. En ese momento la promesa era como tener unos certificados de ahorro en el banco y esperar a que el tiempo pasara para cobrarlos. Y el tiempo pasó y... ¿Cobramos?, o lo que es lo mismo ¿Hubo Teleférico? Pues no, pero la promesa no tiene en lo absoluto nada que ver con el cumplimiento (sino no fuese promesa): eso es responsabilidad de quien hace la promesa pero no de la promesa como tal. En este caso, pasó el 2011 y el 2012 y ahora se nos promete que el Teleférico estará listo en el 2013. O sea, nos hacen una nueva promesa. No es mala en sí misma…Es perverso quien la hace.

domingo, 14 de octubre de 2012

El Gobernador que yo quiero





El gobernador que yo quiero, ese o esa que uno dibuja en su mente con mucho de esperanza, debe entender a Mérida. A ver: que entienda a Mérida no necesariamente significa que sea de Mérida (es decir que haya nacido aquí). La partida de nacimiento no debería ser el primer requisito. Entiendo aquello de la querencia por el lar natal, pero hay suficientes ejemplos en nuestra historia que indican que el amor por la tierra no nace precisamente del acta del bautismo, como el amor entre parejas no nace del acta de matrimonio. Ser merideño es profesar amor por esta tierra a partir de los actos y claro está, de los sueños. Obras son amores, así que quien ama hace. Eso es importante.
El gobernador que yo quiero, y vuelvo con lo de entender a Mérida, tiene que tener el don de la paciencia con las solicitudes de su pueblo. Son tantas y tantas promesas acumuladas e incumplidas la mayoría, que quien llegue a la silla de la Gobernación, debe saber escuchar a sabiendas que cuando uno de nosotros, su pueblo, solicité esto o aquello para su comunidad, lo hará empujando las palabras con el corazón, como si fuese la última oportunidad para decir. Paciencia con los deseos de la gente. Y respeto: escuchar para saber dónde y cómo actuar. Atrás que queden las promesas inviables, aunque duela decirlo. Por eso el gobernador que yo quiero debe tener la capacidad para plantarse firme en torno a lo posible. Eso sí: ningún poder, por central que este sea, por la afinidad política que se tenga, puede sacarlo de sus compromisos.
Ese gobernador que yo quiero debe ver el verdor de nuestras montañas y tiene que tener oído para, aún estando en la ciudad, escuchar todos los ríos. Quiero decir que debe ser un gobernador ganado para dar la gran batalla por la defensa de nuestro ambiente y su preservación. Sí así lo hace, estará, de paso, solidificando las bases de nuestro turismo. Y es que la gente viene aquí, en gran medida, por nuestro deslumbrante entorno. Por las nevadas, el frío, la neblina, el olor a pino e incluso por la ardilla que aún se asoma saltarina por los árboles de la plaza Bolívar. Un gobernador “verde”, pero no de envidia, sino de naturaleza.
No necesariamente debe ser un gobernador de toga y birrete pero debe proteger como un caballero medieval a  la ULA y a todo el sistema universitario que nos identifica. Debe ser un padre para los bachis, un amigo para los científicos e investigadores, un aliado de los profesores y un apoyo para las autoridades. Debe convertir las ideas de la ULA en realidades al servicio del pueblo. Sólo debe abrir su mente, espantar a los improvisadores y darle voz a los que saben.
¿Puedo pedir más?.. Bien, el gobernador que yo quiero debe tocar la tierra y debe ponerse el sombrero a las 5 en punto de la madrugada. Debe sorber unas cucharadas de caliente pizca y echarse al hombro el saco que contiene las mejores aspiraciones de los nuestros agricultores. Debe celebrar cuando se da la cosecha y compartir la angustia de nuestros hombres y mujeres del páramo, del Mocotíes o de la Panamericana cuando la tierra nos deja con la mesa vacía.
El gobernador que yo quiero debe subirse a un escenario con nuestros teatreros, debe aplaudir a nuestras orquestas, admirar la obra de nuestros artistas.
El gobernador que yo quiero debe salir temprano y recorrer sin guardaespaldas las avenidas aún desiertas de la ciudad. Debe dolerse con la basura en las aceras, debe molestarse con las paredes sucias y el árbol caído. Debe contrariarse porque hay postes sin electricidad y huecos en las calles, tubos sin agua, casas sin luz. Debe sentir miedo cuando sale tarde y debe atravesar el peligro de las calles tomadas por la delincuencia.
El gobernador que yo quiero… ¿Se parece al gobernador que tú quieres?

Una estructura "clásica" gana premio Stirling de Arquitectura


 

No todo es concreto y vidrio. Al menos para el jurado del afamado Premio Stirling de Arquitectura, aún hay tiempo de valorar la belleza que nos deja la vieja escuela, llena de giros románticos, cierta magnificencia y un aura sobria y nostálgica. Acá les dejo la nota que puede ser inspiradora para aquellos que defienden, por ejemplo, la propuesta dejada por  Millán como elemento identificador de lo que debe ser el rostro del centro de Mérida.

Un laboratorio de la Universidad inglesa de Cambridge ha ganado el premio de arquitectura Stirling, que concede el Real Instituto de Arquitectos Británicos (RIBA), que ha valorado el espacio y la belleza del edificio.
El centro de investigación lleva el nombre de Laboratorio Sainsbury, diseñado por Stanton Williams y construido cerca de los jardines botánicos de la universidad.
Este edificio competía con el Estadio Olímpico de Stratford, donde se celebraron los Juegos de Londres 2012, y con la galería de arte Hepworth, construida en la localidad de Wakefield, en el condado de West Yorkshire, norte de Inglaterra.
Según informó hoy RIBA, también competían el teatro Lírico de Belfast; el centro de cuidado de enfermos de cáncer Maggie, en la ciudad escocesa de Glasgow, y New Court, el edificio del banco Rothschild en la City de Londres (centro financiero).
Sin embargo, el laboratorio diseñado por Stanton Williams se ha llevado este premio, concedido anoche y dotado con 20.000 libras (unos 38.500 dólares), indicó hoy el instituto de arquitectos.
La arquitecta Joanna van Heyningen, que integró el jurado que eligió al ganador, calificó al laboratorio como “un edificio extraordinario”, que facilita espacio para que unos 120 expertos trabajen en el área de botánica en Cambridge.
Los investigadores “merecen el mejor espacio posible para trabajar, y esto es lo que han recibido”, dijo Van Heyningen.
“Es un edificio sublime con una luz natural extraordinaria”, agregó la arquitecta.
El coste de la construcción del laboratorio ha sido estimado en 82 millones de libras (unos 132 millones de dólares).