domingo, 15 de diciembre de 2013

Los puntos suspensivos del 2013





Esta no es una clase de lenguaje y redacción. Pero para efectos del tema que trataremos hoy debo decir que los puntos suspensivos son los signos de puntuación con mayor impacto emocional. Veamos lo  que las normas dicen sobre los estos tres puntitos  colocados de forma sucesiva.
Los puntos suspensivos se usan cuando se omite algo o se deja la oración incompleta y también para indicar duda, inseguridad, temor o sorpresa con una forma de expresarse entrecortada. En otros casos los usamos para cuando se deja sin completar una enumeración e incluso cuando queremos darle emoción a una frase como en este ejemplo: “Y en lo más interesante... se apagó la luz”.
Bien, ya sabemos algo más sobre los puntos   suspensivos. Esos tres puntos son los que necesitamos para colocarlos al final de lo que nos deja Mérida en cuanto a obras y servicios con miras al  2014.  Es decir, el 2013 no termina con un punto y final en cuanto a obras, sino que por distintas circunstancias debe recurrirse al incierto destino de los puntos suspensivos.
¿Cómo es este asunto de lo suspensivos?  Muy sencillo. Veámoslo con el tema del Teleférico. Se había dicho y redicho que esta obra tendría un 2013 con algún asomo claro de que las cosas estaban marchando bien en cuanto al tiempo de ejecución. Pero llegó el fin de año y entonces nos sorprende el anuncio de que la obra ya no se terminará a tiempo debido a condiciones adversas en la zona generadas por las bajas temperaturas, nubes y lluvia, situación que ha afectado el desarrollo de  la obra  allá en  las alturas de nuestra sierra. Suena comprensible. Pero en vez de decirnos que esta primera etapa de los    trabajos se inaugurarán, por ejemplo en febrero o marzo, recibimos la  información, en boca del propio Ministro Andrés Izarra, de que será en el último trimestre del 2014 cuando esta etapa de los trabajos se termine. Es decir, hay mal tiempo en diciembre de 2013 y, como si nada, se lanza la culminación de los trabajos para casi dentro de un año, a finales del 2014. Un mal tiempo, por lo visto, de un muy   extraño comportamiento. Pero ya de esta clase de retrasos al infinito, estamos acostumbrándonos. No quiero ser profeta, ni vidente, ni nada que se le  parezca, pero con una obra que lleva más de 5 años (desde agosto de 2008) en ejecución, y hasta con  cuatro fechas traicionadas de terminación, este 2014  que se asoma tampoco parece ser el año en el que tengamos teleférico. Puntos suspensivos para la principal atracción turística de Mérida y de buena parte del país.
Con respecto a los trabajos del Trolebús, en su conexión Mercado Periférico – Paseo de La Feria, tampoco hubo apego a los anuncios. Nisiquiera se pudo entregar la estación Los Conquistadores. No criticamos: informamos lo que pasó.
El 2013 también deja los puntos suspensivos sobre el servicio de aseo urbano. No pudimos o supimos resolver el problema de la recolección de desechos. Veremos si este 2014 le colocamos punto y aparte a los desechos en  cada esquina, las mocas, ratas y zamuros.

Por lo demás, decenas de obras que  no caben en esta lista – entre públicas y privadas-   tendrán que esperar tiempos mejores en cuanto a disponibilidad de materiales para colocar el último ladrillo. 

La historia del compartir




Hace unos días acerté a sintonizar en la televisión, por casualidad, uno de esos buenos documentales que suelen transmitir en el canal de National Geographic sobre exóticas y lejanas culturas. Deje tranquilo el control remoto cuando observé un rostro de rasgos indígenas, concentrado en la caza de una liebre. El personaje era más bien menudo, de tez tostada por el sol y el frío que pega en las alturas, arropado con varias pieles y coronado con un gorro colorido y notablemente grueso.
Era un hombre solitario,  de unos 22 años de edad - según contó en la entrevista – y aunque joven, ya calificaba como un verdadero experto en el arte de cazar sus presas para poder subsistir.
Contó que allá en las montañas de una región de China, cercana al Tíbet, la vida es sumamente dura. Explicó que todos los días hay que intentar proveerse de alimento, el cual es escaso. El cazador comentó con sencilla pero a su vez aplastante lógica que cada día es un regalo de vida y que corresponde honrar el aliento que nos da el creador con el esfuerzo cotidiano y constante de sobrevivir. Y eso incluía conseguir el alimento como primera norma. Cazar era para él un   acto de vida y aunque de una dureza extrema, servía   para honrar la vida.
Más adelante el mismo cazador contó que era norma   en esos parajes compartir la cacería con los escasos vecinos de la zona.
De allí que ese hombre menudo, tras un largo día de intensa y paciente cacería, de la que sólo pudo   lograr una pequeña liebre, preparó al animal, le quitó la piel (la cual sería usada para venderla en  el mercado) cortó la carne en trozos y los unió en una   especie de paila con un  puñado de verduras. De alguna forma  se comunicó con los otros cazadores de la zona  y  compartió el trofeo que ese día les permitía comer al menos una vez.
Esa escena sorprendente, la del compartir lo poco logrado con esfuerzo, me hizo reflexionar  profundamente en días sucesivos sobre lo que significa, verdaderamente, el compartir.
Por un lado, en el caso de este solitario cazador, quedó claro que la costumbre ordenaba compartir por una sencilla razón: la posibilidad de cazar es tan efímera que aquel que tiene suerte debe ayudar a otros a comer porque serán éstos quienes te pueden ayudar a afrontar un día de hambre. Es un compartir labrado por la  ferocidad de ese modo de vida pero que en el fondo es aceptado como parte de un ritual humano de hermandad. Es probable que si un buen día todos tuviesen la fortuna de una cacería productiva, compartirían casa por casa.
A los ojos de quien vive en una ciudad sometida a los rigores de la sobrevivencia – a veces en iguales términos de subsistencia   - compartir lo poco que    se ha logrado en un día de duro trabajo no deja de ser un ejercicio de estupidez. Algo así como trabajar para los    demás. “Eso no tiene  sentido”, me dijo un amigo cuando le  comenté lo  que había visto en la televisión.
En realidad visto el compartir en términos culturales tan pragmáticos como lo planteado en el documental de la televisión – te doy porque tú eres mi única opción de sobrevivencia – una práctica  semejante en nuestro entorno urbano y poco humano, sería algo menos que imposible.
Sin embargo, creo que existe el otro compartir, el que no entraña tal vez ese acto de sobrevivencia extrema pero que rescata el lado solidario de quien lo  practica.  El dar sin esperar a recibir nada a cambio. El dar parte del esfuerzo. El dar parte de nuestro tiempo. El dar parte de nuestro intelecto. El dar parte  de nuestros bienes. El dar parte de nuestros afectos. Por alguna razón todos hemos compartido algo y nos hemos quedado en silencio, sin anunciar nuestro gesto, sin promoción ni publicidad, anónimamente, a disfrutar de ese sabor en el alma de sentir que aún  somos seres de bondad.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Accidentes viales: un final de película



La muerte del actor Paul Walker, protagonista de la famosa serie de películas de acción The Fast and the Furious (en nuestro idioma Rápido y furioso) ha conmocionado al mundo del espectáculo   internacional y, en función de la fama del personaje, a muchas personas alrededor del mundo, venezolanos incluidos.
Los comentarios sobre el terrible final de Walker han llenado las redes sociales, en la mayoría de los casos con muestra de pesar.
Según las informaciones de varios medios en Internet, Walker falleció cuando el Porsche rojo deportivo en el que viajaba se estrelló contra un árbol y se incendió la tarde del sábado, en la localidad de Santa Clarita, en el condado de Los Ángeles. Walker no conducía pero iba de acompañante junto a otro hombre que también falleció en el lugar del accidente. Casualmente esas mismas calles de Los  Ángeles sirvieron de escenario para varias de las escenas en las que Walker, personificando al agente encubierto Brian O'Conner, aceleraba a más no poder los audaces vehículos que dan sentido a la taquillera película Rápido y Furioso (con ese nombre, es obvio que la película alardea de la velocidad sobre el asfalto).
Pues bien, con la certeza de que la tragedia de Paul Walker ha volcado la mirada, aunque sea de forma efímera, sobre el tema de los accidentes viales, tal situación nos obliga, en el mejor de los sentidos, a aprovechar este momento para recordar el paradójico final que la vida real – y  no el glamur y las candilejas de Hollywood   - le tenían reservado al famoso actor norteamericano.
Si bien en la película Rápido y Furioso parece natural poner el pie en el acelerador y esperar, por tal temeridad, el asedio de hermosas mujeres, la realidad es que la principal causa de muerte en las carreteras del mundo sigue siendo el exceso de velocidad.
Las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) son pavorosas: “todos los años, más de 1 millón 300 mil personas mueren como consecuencia de accidentes en las vías de tránsito y nada menos que otros 50 millones sufren traumatismos. Más del 90% de las defunciones se producen en los países de ingresos bajos y medianos”, como Venezuela.
En lo que a nuestro país se refiere, cifras del Instituto Nacional de Tránsito Terrestre indican que en el año 2012,  por ejemplo, más de 7 mil personas murieron en las calles, avenidas y autopistas de Venezuela, producto de siniestros viales. Esa cantidad, llevada a una calculadora, pone de manifiesto que cada día 20 venezolanos dejan su último aliento sobre el asfalto. Dicho de otro modo, cada 90 minutos, como mucho,  perdemos a alguien en un accidente de  carretera.
De ese total de desgracias viales, el 56% corresponde al exceso de velocidad, 17% a las imprudencias, 14% al la ingesta de alcohol, 8% al deterioro de la vialidad y un 3% por fallas mecánicas.
Venezuela ocupa el primer lugar, en cuanto a tasa de  accidentes, en comparación con el resto de los países de la región, donde la situación tampoco es muy buena.
Por ejemplo,  según la OMS, en el año 2007 murieron 6 mil 218 personas en Venezuela por accidentes viales. Ese mismo año en Argentina los fallecidos fueron 4 mil 063, muchos menos que en Venezuela, pero con la aclaratoria de que Argentina tenía  40 millones de habitantes ese año, versus apenas 27 millones y medio de Venezuela. Señores: tenemos un problema muy grave en nuestras manos.

En la película Rápido y Furioso, Hollywood sustituirá a Paul Walker por otro actor. Y en las pantallas el rugir de los motores seguirá escuchándose, trepidante, por las calles de Los Ángeles. En la vida real el cuerpo de Walker estará enterrado en algún cementerio, cumpliendo el mismo destino, crudo pero verdadero, que por lo menos les tocó sufrir a 7 mil venezolanos el año pasado. Es un duro final de película.

Diciembre nos llena





Estas últimas semanas, en las que el consumo intenta ser la medida de la felicidad, nos han dibujado un país distorsionado. No cuestiono a nadie que, en un intento por rendir el dinero, haya hecho una cola de dos días para comprar una cocina, una lavadora  o un televisor. Nadie tiene que apuntar con el dedo a los demás ¿A cuenta de qué?
Pero es claro que ese país no es real porque no es sostenible. En algún momento el bolsillo dirá “no aguanto más” o en otros, los menos, la sala de la casa parecerá más bien una vidriera de algún local de  la avenida 3. El éxtasis consumista tendrá un final o al menos una larga  pausa.  

Como diciembre nos llena de otros sentimientos, aspiro a que estos días abramos menos la cartera  y más los corazones, los  brazos para abrazar, la paz para perdonar. Diciembre nos llena.