domingo, 27 de julio de 2014

Relatos de la inseguridad



Pareciera que ser víctima de la inseguridad es un deporte nacional.
Esta semana, en cinco escenarios distintos en los que nos movimos, las historias, esos temas de los que habla la gente, no giraron en torno a las colas y el papel higiénico, sino sobre episodios escalofriantes de robos y hurtos que suceden con una frecuencia que debería encender las alarmas en una Mérida que hasta hace pocos años era referencia en cuanto a seguridad.
Para empezar, una amiga de La Mucuy Baja me contaba como en esa bella comunidad de Santos Marquina los vecinos deben, los fines de semana, estar alertas ya que cualquier salida de paseo es aprovechada por un grupo de delincuentes para ingresar en las casas y llevarse todo lo que puedan.
Luego, otro día, en la barbería del buen amigo Miguel, allí en la avenida 3 en el sector El Llano, de 5 personas que estábamos presentes en el reciento, igual número habíamos sido víctimas de la inseguridad al menos una vez en los último meses. Un joven presente aún tenía fresca la situación de peligro que vivió junto a su novia en plena calle, cuando dos maleantes lo interceptaron para quitarle el celular.
En una buseta, una vecina me contó que ella, apenas la semana que acaba de terminar, fue despojada de su celular mientras el ladrón le apuntaba con una pistola en la sien.
En los kioscos de la avenida Cardenal Quintero una señora que compraba verduras, advertía que en las noches es un milagro salir y no recibir un susto de cualquier maleante que exige dinero, mientras exhibe una amenazante navaja como tarjeta de presentación.
El sábado en la mañana la mamá de una de mis alumnas de la Unica, fue a entregar el trabajo de su hija. La razón: la joven no pudo asistir a clases ya que está de reposo porque, junto a su amiga, fueron víctimas de cortes con un arma blanca, propinados por un delincuente, hecho que por poco pudo haber pasado a mayores.
Hay varios aspectos sumamente preocupantes que unen las historias que me contaron.
En primer lugar: la delincuencia ya no sale solo de noche. Es decir, si bien la oscuridad y la soledad de las calles nocturnas sigue siendo un territorio para  sufrir un incidente con antisociales, los ataques se están produciendo a cualquier hora del día. Olvídese usted que la luz del sol espanta a los malandros. Ellos no son vampiros pero sí gustan sacarle la sangre a cualquiera.
Otro elemento común: a los criminales no les importa que usted vaya sólo o acompañado, o que esté rodeado de gente. Muchos robos ocurren con un grado de sangre fría que indica una mayor temeridad por parte de los delincuentes.
Y, finalmente, el tercer elemento común es que cada vez aumenta más la saña contra las víctimas, lo que quiere decir que estos sujetos están dispuestos a usar sus armas de fuego o sus cuchillos u otras armas si usted se niega a darles lo que piden, sea esto un celular (lo más común), dinero, joyas, el carro o, como ya ha ocurrido, una bolsa llena de víveres del supermercado.

Creo que el mayor peligro que enfrentamos los merideños no es sólo la criminalidad en creciente aumento sino que nuestra actitud frente a este fenómeno sigue siendo débil, tal vez porque pensamos que aún tenemos una ciudad segura. A estas alturas, me duele decirlo, la seguridad es un cuento de fantasía y la inseguridad es el relato verídico de todos los días.

Plaza Bolívar a oscuras



El pasado sábado en horas de la noche (cerca de las nueve) bajaba por la avenida 4, desde Milla. La idea era mostrarles la plaza Bolívar a algunos familiares que, en plan de turistas, nos visitaban. Cuando llegamos a la plaza la oscuridad fue nuestro comité de bienvenida.
A duras penas  dos o tres postes estaban encendidos. La oscuridad no sólo convirtió el respetado espacio de El Libertador en una suerte de boca de lobo, sino que creaba una atmósfera de atemorizante inseguridad.
Ni que decir: nadie se animó a bajarse ante semejante espectáculo de olvido y decadencia. Incluso los edificios circundantes, de lo mejor que tiene Mérida en cuanto a arquitectura, estaban perdidos en las tinieblas.

Mientras en Las Heroínas todo era luz y color, en la plaza más importante, todo era silencio y oscuridad. ¿A quién le reclamamos?

martes, 22 de julio de 2014

Los detalles que nos faltan



Ya esta historia la he contado antes pero como sigue ocurriendo, ni modo.
Manejaba por la avenida Alberto Carnevali, en sentido Norte. Subía rumbo La Hechicera y cuando pasaba sobre el río Albarregas noté algo que me llamó mucho la atención, al punto que bajé la velocidad unos segundos para verificar que realmente lo que veía era lo que veía.
Se trataba de un detalle tal vez insignificante pero que expresa la forma cómo entendemos nuestras responsabilidades para con la ciudad, tanto aquellos que tienen la responsabilidad de  atenderla, porque esa es su función, como para aquellos que debemos cuidarla pero desde la perspectiva del ciudadano.
El asunto era que como parte de los planes de ornato que se ejecutan en los espacios públicos (siempre bienvenidos) la pintura de los brocales, puentes, postes y otras estructuras se cuenta entre las acciones.
Pues bien, alguien decidió que la pintura amarilla (que tiene una clara connotación de advertencia) y la blanca, se usarán de forma discrecional, es decir, que los obreros que tomaran la brocha escogieran el color que más les parecía y pintaran.
Lo que ocurre es que donde debieron pintar de amarillo (que indica prohibición de estacionarse) pintaron de blanco. Y al revés: donde debía ir blanco, pintaron de amarillo. Incluso el puente está pintado de blanco en la zona media, donde lo regular es la pintura amarilla.
Me sigue causando cierta tristeza comprobar que en muchos casos, no estamos dispuestos a buscar la excelencia de las cosas, a cuidar los detalles. Cuando viajamos a otras ciudades, a otros países, tal vez los que más nos llama la atención - y con lo que venimos echando el cuento - es la limpieza, el ornato, el orden… El buen vivir. Para mí esos son los detalles.
Dice Miguel Ruiz en su famoso libro Los Cuatro Acuerdos – en realidad una interpretación de la filosofía de los toltecas – que siempre debemos hacer el máximo esfuerzo. Escribe lo siguiente en el acuerdo número cuatro: “Haz siempre tu mejor esfuerzo. Bajo cualquier circunstancia, haz siempre tu máximo esfuerzo, ni más ni menos. Pero piensa que eso va a variar de un momento a otro. Todas las cosas están vivas y cambian continuamente, de modo que, en ocasiones, lo máximo que podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no será tan bueno.
Cuando te despiertas renovado y lleno de vigor por la mañana, tu rendimiento es mejor que por la noche cuando estás agotado. Lo máximo que puedas hacer será distinto cuando estés sano que cuando estés enfermo, o cuando estés sobrio que cuando hayas bebido. Tu rendimiento dependerá de que te sientas de maravilla y feliz o disgustado, enfadado o celoso. En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que podrás hacer cambiará de un momento a otro, de una hora a otra, de un día a otro. (…) Independientemente del resultado, sigue haciendo siempre tu máximo esfuerzo, ni más ni menos. (…) Limítate a hacer tu máximo esfuerzo, en cualquier circunstancia de tu vida. No importa si estás enfermo o cansado, si siempre haces tu máximo esfuerzo, no te juzgarás a ti mismo en modo alguno. Y si no te juzgas, no te harás reproches, ni te culparás ni te castigarás en absoluto. Si haces siempre tu máximo esfuerzo, romperás el fuerte hechizo al que estás sometido”.

Con respecto a la pintura de los brocales,  estoy seguro que allí no se hizo el mayor esfuerzo, tal vez porque no se consideró necesario. ¿Quién va a notar que algo se pintó de éste o de aquel color?...Pero se nota, como se notan los detalles que sumados nos hacen un mejor o un peor país, una mejor o una peor ciudad, mejores o peores personas.

Basura, mercado y deporte





Los alrededores del estadio de beisbol Libertador están convertidos en un basurero.
El pasado sábado estacioné por allí el carro para ir a hacer unas compras de verduras en el Soto Rosa y apenas bajar del vehículo tuve que abrirme paso en medio de la basura, acumulada allí durante semanas.
Hay barro y tierra acumulados en las aceras, al igual que monte.
Sorprende esta situación ya que la misma puede solucionarse con unas pocas horas de trabajo de un par de obreros de la alcaldía o de la propia Gobernación.
Y sorprende más cuando la basura está acumulada al lado de un espacio deportivo que suelen frecuentar niños y jóvenes. Y sorprende más y más porque allí mismo está el Mercado Soto Rosa, donde se expenden alimentos.

Es decir: no hay excusa para no activar con urgencia planes específicos de limpieza en torno al Soto Rosa y al estadio Libertador. ¡Es para ya!

lunes, 14 de julio de 2014

El teleférico: nuestro eje





Nos sumamos a aquellos quienes estiman que la reapertura del Teleférico de Mérida “Mukumbarí” – prevista teóricamente para diciembre de este año 2014 -debe servir para coordinar, en torno a ese acontecimiento, una serie de cambios estructurales en el ámbito urbano de la ciudad de Mérida (e incluso de la propia zona Metropolitana), cambios que vayan más allá del turismo y se alineen con otras áreas de la vida merideña, tales como la movilidad (el transporte público), el cuidado del ambiente, la promoción de la cultura ciudadana, el desarrollo de las artes, el ornato público, la recolección de desechos, el realce del patrimonio arquitectónico, nuevas políticas y estrategias de seguridad, el reimpulso del comercio, entre otros aspectos de igual o mayor interés para mejorar la calidad de vida.
Porque una cosa sí debe quedar muy clara, en caso de que alguien aún no lo haya notado: la creación, mantenimiento y explotación comercial de un atractivo o de una atracción turística, tal es el caso del teleférico, debe guiarse por la búsqueda o el mejoramiento de las condiciones de vida de la comunidad poseedora de ese bien.
Dicho en dos platos, lo primeros beneficiados por la presencia del teleférico deben ser los merideños, con el respeto que se merecen los usuarios que en plan de turistas y visitantes hagan uso de este sistema. Por supuesto que al decir esto, no estamos despreciando aspectos como la calidad del servicio que se debe brindar, la comodidad para los usuarios, el buen trato, la eficiencia, la seguridad, la buena atención.
Todo esto es prioritario, tomando en cuenta que mientras mejor sea el servicio que se presta, mejor serán los resultados desde el punto de vista del ejercicio comercial y, por ende, ha de suponerse la inversión en el mantenimiento del propio atractivo y en el entorno que le da sustento, en este caso la ciudad de Mérida.
Dado que hemos hecho seguimiento a las últimas declaraciones que envuelven los trabajos en torno al teleférico, consideramos que hay indicios muy positivos en torno a la preocupación que han demostrado empresas como Ventel (Venezolana de Teleféricos), la Gobernación del estado Mérida, Cormetur e incluso la propia Alcaldía de Libertador.
¿Qué indicios son esos? Para empezar los arreglos relacionados con las plazas emblemáticas de la ciudad van en el sentido correcto. Las Heroínas, Milla, Belén, Plaza Bolívar, El Llano, Glorias Patrias, La Isla, Beethoven, entre otras, están anotadas en la lista de espacios que están recibiendo arreglos y mejoras. Ojalá sea una política permanente y no coyuntural.
Por otro lado están las obras viales anunciadas por el ejecutivo regional entre las que resaltan, con mayor expectativa, el viaducto Juan Félix Sánchez, que estará ubicado en la entrada norte de la ciudad de Mérida, en este caso por los lados de la Vuelta de Lola.
Una nota de prensa emanada de la propia Gobernación, en la que el Gobernador Alexis Ramírez funge como fuente, indicaba lo siguiente sobre esta solución vial y su vinculación el Teleférico: “Este elevado – explicaba el Gobernador - se ubicará desde el Hotel Mucubaji, en la parte norte de la ciudad, sector Vuelta de Lola, hasta más abajo de las residencias La Arboleda; cuenta con 700 metros de longitud y en sus alrededores se construirá una pequeña plaza, con el nombre de Epifania Gil, la eterna compañera de Juan Félix Sánchez.
El Gobernador Ramírez precisó que este no es un nuevo proyecto, sino más bien una deuda que se tiene con los ciudadanos merideños. Además, estamos acondicionando la ciudad para recibir a los miles de turista, que traerá la futura apertura del Sistema Teleférico de Mérida, Mukumbarí”.

Claro, quedan muchos temas abiertos para el trabajo y la participación, como por ejemplo la seguridad y el mantenimiento del ornato. Pero parece que la ciudad tiene, en el Teleférico, la oportunidad de seguir avanzando en la eterna lucha por desarrollarse, crecer, mejorar.

Milla necesita seguridad





Este fin de semana fui con mi familia a visitar la siempre alegre plaza de Milla. Algunos comerciantes de la zona me comentaron que luego de las nueve de la noche el sector se ve afectado por la presencia de delincuentes quienes aprovechan el paseo de turistas y citadinos, para cometer atracos, robar vehículos o cometer toda suerte de tropelías contra los usuarios de ese espacio público.
“Queremos que, por lo menos, durante la temporada alta, la Policía del Estado Mérida se dedique a realizar patrullajes en el sector, al menos entre las 9 de la noche y las 12, mientras hayan personas en el lugar”, pidió uno de los comerciantes.

Y, la verdad sea dicha, durante las tres horas que estuvimos en la plaza – el pasado sábado observando la Superluna del 12 de julio – no vimos ni un solo policía, nisiquiera comiendo cotufas y comiéndose un helado. Allí queda eso.

martes, 8 de julio de 2014

Buhonería: problema de fondo




Cuando vemos una estampa turística que nos llega de algún lugar exótico del mundo, pareciera que la presencia de vendedores ambulantes, tarantines, improvisados mesones y otras imágenes de los mercados de pulgas, constituye una “típica” situación, lo cual justificaría que por estos lares tengamos nuestras propias expresiones de la economía informal, es decir, nuestros buhoneros.

Pero esa es una falsa imagen a lo interno. Una cosa es un mercado de pulgas con medio siglo de antigüedad perdido en un remoto país oriental, a una ciudad en la cual no hay espacio en las aceras porque los vendedores las han tomado para ofrecer cualquier producto que les permita una fuente mínima de sustento.
Además, echemos un vistazo a los productos que podemos conseguir en una típica calle del centro de Marruecos, por ejemplo, a los productos que nos ofertan los vendedores de una calle en las aceras de Mérida: por allá cueros artesanales, tejidos y orfebrería que transmite el trabajo artesanal de siglos de tradición. En lo que a nosotros respecta, nuestros vendedores se concentran en forros para celulares, cigarrillos, ropa traída de cualquier país cercano, sostenes y chucherías…
En pocas palabras: no debemos caer en el juego – muchas veces propuestos por algunos burócratas de algún ente de gobierno que buscan justificar lo injustificable – de confundir la desesperada expresión de un problema económico (como tal en buena parte de nuestra economía informal) con las imágenes de mercados artesanales que van de la mano de un escenario típico en otras latitudes.
Porque los buhoneros de nuestras ciudades son personas que buscan ganarse la vida a falta de mejores oportunidades en la estructura formal de la economía, bien sea en las empresas o instituciones de gobierno, como en el aparato económico promovido por el sector privado.
Hay que tomar en cuenta que antes de que el actual gobierno arribara al poder ya Venezuela exhibía preocupantes signos de deterioro económico. Por ejemplo, en 1999 la informalidad en el país era de un 55 por ciento, versus un 42 por ciento actual, según cifras que maneja el gobierno nacional a través del Instituto Nacional de Estadística (INE). Es decir, se ha logrado frenar el crecimiento de la informalidad e incluso se han bajado significativamente los porcentajes.
No obstante los avances,  esos casi 6 millones de venezolanos que todos los días salen a las calles a ver cómo resuelven el día (no la semana, ni el mes, sino el día, esas 12  horas que van desde que el sol alumbra hasta que cae la noche) siguen colocando los planes de reducción y control de las ventas informales en ámbitos urbanos como un ejercicio parecido al de arar en el mar.
Mérida es buen ejemplo de esas iniciativas frustradas. Desde que Fortunato González fue electo en 1989 como el primer alcalde de la ciudad de Mérida, han pasado siete alcaldes en ese lapso de 25 años de vida ciudadana que han corrido hasta estos días de 2014.
Me imagino que cada uno de estos alcaldes cuando revisó las condiciones de la ciudad concluyó que algo había que hacer con tantos buhoneros.
En la mayoría de los casos hubo una aparente bien intencionada política de “sacar a los buhoneros de las aceras”. Los planes incluían hacer un censo previo para saber cuántos buhoneros existían en total. Esa revisión además indicaba el tipo de mercadería que expendían en las calles, los años de labor en lo que los comerciantes llaman “el punto”, la situación socioeconómica de los buhoneros (edades, sexo, número de hijos, estudios realizados). Finalmente las soluciones siempre terminaban en la búsqueda de un terreno para la construcción de un espacio para los comerciantes y la solicitud de abandonar las calles para irse a sus nuevos locales. Esto último nunca se cumplía y si ocurría era una mezcla extraña de situaciones en la que el comerciante informal prefería seguir en la calle – más rentable y de venta segura - y alquilar o vender el local otorgado por la municipalidad.
Así, tenemos varios mercados organizados y construidos en la ciudad y la misma o mayor cantidad de buhoneros en la calle. En fin, el problema sigue sin resolver.

Vale recordar que – según el diario El Universal - de acuerdo a las cifras oficiales, en los últimos 12 meses dejaron de existir 58 mil empleadores y en 12 años 153 mil. En 2000, había 499 mil patronos privados y hoy apenas sobreviven 345 mil. Esto ligado al cerco regulatorio que enfrenta el empresario local, los controles de cambio y de precios, que han frenado la expansión del sector, crea las condiciones para que cualquier persona se plantee sumarse a la lista de la economía informal. Esa presión va a parar, indefectiblemente, a los espacios públicos de las ciudades, que deben lidiar con la expresión más conflictiva del problema.

Seguridad peatonal





Hace falta que la Policía Municipal – o incluso la Policía del estado Mérida  – designe a al menos un funcionario para que regule el tránsito en la esquina de la calle 26 con avenida 8, fundamentalmente cuando esté operativa la estación del Trolcable, allí en la estación Los Conquistadores, del Paseo de La Feria.
Ocurre que no son pocas las ocasiones en las que se han producido situaciones de inseguridad – posibles arrollamientos – debido al alto flujo de personas que buscan abordar el Trolcable o bien, que bajan de este sistema para ir al centro.

Las propias autoridades del Tromerca deberían apoyar una iniciativa de resguardo.
Lo otro es solicitar, respetuosamente, información actualizada, sobre el estado de los trabajos de esa estación Los Conquistadores, sus áreas públicas y la vialidad circundante. ¿No les parece que sería excelente que la posible reapaertura del Sistema Teleférico (prevista para diciembre de este año) coincida con la inauguración de esta estación del Paseo de La Feria.