domingo, 30 de noviembre de 2014

El derecho a cuestionar



Malagradecidos. Somos unos malagradecidos. Así lo reiteraba como una oración un taxista que me llevó hasta el centro, pasando justo al lado de los trabajos que adelanta Tromerca en la calle 26, como nueva etapa en la ampliación de la ruta del Trolebús.
El taxista quería ilustrarme sobre lo que había escuchado en muchas personas e incluso en varios de sus colegas conductores quienes ya se lamentan de las horas que perderán varados en colas eternas cuando les toque pasar por el casco central.
“Se quejan de los trabajos como si eso no fuera parte del progreso”, remarcaba el taxista.
Y yo, mientras veía las máquinas hacer añicos la  antigua calzada de la 26, entre la 7 y la 8, asentaba con la cabeza los puntos de vista de este señor que encontraba un inesperado equilibrio ante las obras que marcarán el día a día de los merideños, al menos por todo el 2015.
La razón asistía a este taxista por varias circunstancias que ya hemos comentado en otras columnas. Por ejemplo: Mérida es en este momento una de las ciudades donde, pese a la crítica situación económica y de gobierno, puede mostrar varios frentes donde precisamente ese gobierno hace algo. Usted puede estar de acuerdo o en desacuerdo, gustarle o no, pero deberá admitir que el Gimnasio Vertical que se levanta junto a la Plaza de Toros, los trabajos del Trolebús, las obras del Teleférico, la construcción de gran bulevar de la calle 24, el proyecto del distribuidor de la entrada norte de la ciudad, entre otras iniciativas, son, todas proyectos que se ejecutan en un país en el que muchas veces no es mucho lo que se hace.
Las energías de la crítica parece que deben dirigirse hacia otro flanco. Por ejemplo, se puede hacer presión para que las obras se hagan de la forma más rápida posible, tomando en cuenta que para nadie es grato permanecer la mitad del día en una cola mientras el carro se recalienta.
También se le puede pedir al gobierno que use de forma clara y pulcra los recursos que se le asignen, de tal manera de que no existan cuestionamientos por lo manejos de los recursos y que esa no sea una excusa para justificar el retraso de la obra.
Lo que no se puede hacer es decir que la obra no se debe ejecutar porque “me hace perder el tiempo”, o porque “el ruido de la maquinaria molesta mi siesta durante las tardes”. Eso no es pensar en el beneficio colectivo. Y si no, pregúntele a los vecinos de la cuenca del Chama, quienes ahora disfrutan de un Trolcable eficiente y que les da un sentido de respeto a la propia condición humana, convirtiendo dos horas de tedio en un autobús en 3 minutos en una cabina digna de lo que algunos llaman “el primer mundo”.

¿Todo lo dicho, entonces, quiere decir que no tenemos derecho a cuestionar lo que hace el gobierno y que debemos aplaudir como borregos todo lo que se nos presente? Ciertamente no. Pero siendo pragmáticos y con un sentido de la participación más activo y vigilante, lograremos aprovechar las pocas bondades del accionar público y convertir esa obra en algo que nos haga la vida mucho mejor.

De las tardes con el Chavo


Por supuesto que El Chavo tuvo sus detractores justificados. 

Me refiero que, a conciencia, ciertas situaciones que se mostraban en esa vecindad mexicana de la década de los setenta, pueden ser cuestionadas a la luz de los avances en materia de derecho infantiles, juveniles, de la mujer e incluso de las personas de la tercera edad (recordemos que la Bruja del 71 recibía burlas por su vejes).

Del mismo modo se le pueden buscar al Chapulín Colorado las costuras de su discurso. Y por el mismo camino van el Chompiras o el Dr. Chapatín.


Pero todo ello cae en un distante plano cuando recordamos las risas. Cuando vienen a nuestras mentes las tardes viendo las tremenduras del Chavo y los chistes a costa de Don Ramón y del Señor Barrigas. Risa sencilla, fácil, ligera y a veces hasta elemental. Así eran los momentos que prodigó Roberto Gómez Bolaños, el actor que logró transformar su humor en una bandera latinoamericana en el mundo. 

Y es que el peso de un rostro sonriente al final de la tarde es mayúsculo cuando se compara con cualquier cuestionamiento. “Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”, dijo en una ocasión el escritor William Shakespeare. Así lo hizo el Chavo y otros personajes del genial Chespirito: conquistaron el mundo montados en el caballo de una sonrisa. 


domingo, 23 de noviembre de 2014

Mucho viaje sin retorno





Venezuela, según las estadísticas de la OMS, es uno de los países con mayor cantidad de accidentes viales en función del número de habitantes.
En esos accidentes han estado involucrados, cada vez con preocupante frecuencia, autobuses de líneas extraurbanas o expresos, como mejor los conocemos en nuestro país.
Semanalmente, y de manera consistente en los meses de octubre y noviembre, la prensa reseña la muerte de  venezolanos que tomaron el autobús en algún terminal con la esperanza de llegar a su destino pero por razones que deben ser muy bien revisadas, no alcanzaron ese sencillo deseo.
Cuando digo que los accidentes de autobuses deben ser seriamente revisados es porque si bien están documentadas las causas principales y recurrentes de esos siniestros de carretera (exceso de velocidad, consumo de alcohol entre las más citadas) pareciera que nuevos elementos surgen en esa lista o, bien, se redimensionan como causales que antes eran marginales y que ahora pudieran ser protagónicos.
Por ejemplo, lo referente a la condición mecánica de las unidades. El impacto de la falta de repuestos – situación que todos sufrimos en primera persona – debe tener un efecto directo en aquellas empresas que sustentan su actividad en el uso de vehículos a motor, tal es el caso de las líneas de transporte.
Además, cada vez son más frecuentes las unidades accidentas. Hacer un viaje sin el fantasma de las averías técnicas o sin accidentes, es una verdadera proeza.
Cuentan los más viejos que por allá en los años 40 y 50 todavía prevalecía la costumbre de despedir al viajero que se aventuraba a cruzar el páramo en unos vehículos con asientos de tabla y que entre resoplidos mecánicos intentaría la misión de atravesar el país para llegar a un destino lejano e incierto. De Mérida  a Caracas un par de días de travesía no era poca cosa en aquellos lejanos años. Pero, sobre todo, los viajeros encomendaban sus vidas a sabiendas que un viaje siempre era una posibilidad de no retorno.
Hoy en día esas prácticas, ya en desuso, tal vez deban ser retomadas.
El viejo refrán dice que uno bien sabe cómo sale pero no como regresará. Nada más vigente en estos momentos.
Pero, volviendo sobre las causas de los accidentes de autobuses, alguien debe decir si la frecuencia de tales tragedias se corresponde con una situación de causales específicas o nuevas o  si bien se trata de las consabidas situaciones ya establecidas anteriormente como elementos propiciadores de accidentes. También sería importante que quienes manejan las estadísticas indiquen si ese repunte es parte de las tendencias o si bien hay un salto en los números.
Todo ello es importante por la sencilla razón de que alguien debe responder por las muertes. No estamos hablando de una muerte aislada sino de decenas de hombres, mujeres y niños que dejan su último aliento en medio de un amasijo de metales, cables y asientos.

Esas muertes, entre las que se cuentan la de muchos merideños, deben tener, por parte del Estado, una respuesta que sería una muestra de respeto ante la fatalidad y el luto. No debemos quedarnos con la explicación de que fue el destino y la mala fortuna la respuesta para toda tragedia. La irresponsabilidad de unos cuantos puede estarse beneficiando de esa aptitud de decir que los accidentes son, siempre,  la expresión de la voluntad de Dios.

Energía a cuenta gotas





En Mérida, durante las últimas semanas, la energía, en todas sus formas, desaparece a ratos. Luego vuelve. Pero la energía que mueve la vida, las actividades diarias, la economía, no debe, en un país como el nuestro, esconderse como si de un acto de magia se tratara. 

Digo no en el nuestro aludiendo al hecho archiconocido de que Venezuela es sinónimo mundial de energía (petróleo, gas, electricidad). O… ¿Lo era?


No es que la gasolina haya vuelto a las estaciones. Es la incógnita del porqué desapareció. Es que el gas doméstico nos deje un fin de semana sin agua caliente y sin cocina para los alimentos. Que vendrá  un día de estos, de seguro. Pero, igual ¿Por qué desaparece? Y no digamos de la electricidad. 

La continuidad energética, la seguridad de que tendremos el combustible para movernos no sólo es sinónimo de eficiencia sino de independencia. A veces se nos mueve el piso con estas inesperadas ausencias. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Érase un país a una cola pegado…





Un mal augurio me asalta al ver las colas para echar gasolina. Una amiga, que junto a mi esperaba turno para cargar gasolina en la bomba ubicada al inicio de la avenida Alberto Carnevali, resumió mis peores pensamientos en la pregunta: “Aja... ¿Y si a partir de ahora tenemos que hacer cola cada vez que vayamos a echar gasolina?” Quiero pensar que se trata de un episodio temporal y que a las colas que tenemos, no se sumará ahora, esta nueva sobre cuatro ruedas.
Esto me lleva a un post que escribimos un tiempo atrás y que decía así:
En algún momento de nuestra historia reciente, las colas se convirtieron en parte del paisaje. Me refiero   a las colas humanas frente a los supermercados, abastos y farmacias o, incluso, detrás de un camión desde donde se despacha uno o varios productos de la lista de los más buscados, como la leche completa en polvo, el azúcar, el aceite, el papel higiénico y la margarina, por nombrar  unos pocos.
Uno camina por la calle y, quiéralo o no, termina siempre pasando al lado de una cola imponente. Y es que pese a que ya estemos acostumbrados a ver colas por doquier, siempre nos sorprende su dimensión, lo  absurdo de su tamaño. El asunto es que las colas – en función de su morfología  - representan, ni más ni menos, la medida exacta de nuestras desventuras económicas, sobre todo desde la perspectiva de un abastecimiento que habla de mesas vacías, angustia  y desazón.
Por lo tanto, las colas nuestras de cada día, han  generado un micromundo – su propio sistema  planetario  - en el  que los ciudadanos gravitan en post de cumplir el obligado ritual de hacerse con uno o varios productos que necesitan.
Por eso, comprender lo que llamaremos la tipología de las colas, que nos remite también a la “personalidad de la cola”, resulta importante en el intento de salir bien parados de nuestra incursión en el supermercado    o en el abasto de los chinos.
Vamos a lo básico: las colas pueden ser largas o   cortas. Pero, ¡ojo!: una cola “corta” puede ser una denominación engañosa a la luz de las actuales   circunstancias. Si una cola llegó a tener un día 500  personas, el hecho de que otro día tenga 250 la hará ver como que, en efecto, es una cola “corta”, aunque sólo de ver la extensión de la fila nos den ganas de regresarnos.
Por cierto, el asunto de la personalidad de las colas no es un dato  irrelevante.  Más bien aquellas personas que por necesidad u obligación se han hecho expertas en colas  - tal es el caso de muchas doñitas amas de casa –  se  refieren a éstas de forma curiosamente humana.  Así, una señora conocida, que luego de 4 horas había logrado comprar jabón Ace en Yuan Lin, me habló de la enorme cola como  si  describiera  a  una amiga: “Pues sí, ella es larga, no te lo voy a negar, pero se mueve bien”. Otro amigo, muy  poco dado a  hacer colas, me  advirtió  sobre lo que ocurría en una ocasión en Farmatodo del centro: “Ni se te ocurra hacer esa cola. Esa bicha no se mueve y además es violenta”.
Nuestra relación con las colas es de un grado tan  especializado que incluso existen colas de la nada   (algo así como la materia oscura que los científicos   saben que existe en el espacio pero de la que no   pueden mostrar mayores evidencias). ¿Cómo es esto?  Sencillo: en el supermercado Ciudad de Mérida, hace unos semanas, había unas 30 personas, más o menos, en    cola, pero dentro del local comercial no había ninguno   de los productos más buscados. Un señor me explicó   la extraña situación: “Sí, sabemos que no hay nada  pero estamos parados aquí para cuando llegue  lo   que tenga que llegar”.  Es decir, las colas son a   veces un acto de fe.

Además, las colas están llegando a un grado tal de   protagonismo que, no lo vamos a negar, cuando  alguien ve una cola es porque, como diría una  vecina “algo bueno llegó”. Y aunque el sentimiento anti cola nos embargue, la fuerza de gravedad de las mismas  cada vez va atrapando a más gente, personas que poco pueden  hacer para luchar contra esa fuerza de atracción que nos obliga a estar parados allí,  respondiendo a las reiteradas preguntas: ¿Epa, y esa cola es para qué?,  a lo que nosotros  responderemos: “Para lo que ella decida”.

Basura y hora pico





El viernes 31 de octubre, a las 7:00pm, subiendo por la avenida 8, una extraña cola de vehículos llegaba hasta la calle 26. Pensé en un accidente, en un operativo policial, incluso en una protesta vecinal por algún problema puntual. Pero no era nada anormal... ¿O a lo mejor sí?
Se trataba de un camión del aseo urbano que hacía su ruta de recolección de desechos, subiendo por la avenida 8 a esa hora de tarde-noche, un fin de mes, un viernes y en hora pico.

Las caras de los conductores lo resumía todo: una mezcla de rabia, desespero y resignación. Creo que todos en su sano juicio se hacían la pregunta: ¿A quién se le ocurre recoger la basura a la hora de mayor tránsito en la ciudad? No es la primera vez que este abuso ocurre y, por los vientos que soplan de esa cierta inconsciencia de las autoridades municipales y también de la Gobernación, parece que no será la última.