domingo, 7 de diciembre de 2014

El paseo de la basura



Suscribo las siguientes líneas, exactamente dos años después de haberlas escrito. Me duele que poco haya cambiado la situación… Dice así:
Una conocida profesora de la ULA recibió hace unos días a unos investigadores que vinieron de Europa, en una visita académica a nuestra ciudad. Los atendió, fueron de aquí para allá, concretaron las reuniones que debían cumplir y finalmente los despidió. Al final esta amiga exhaló como quien contiene por un largo rato la respiración: “Yo dije: por fin se fueron. Era que se me caía la cara de vergüenza por lo que tuvieron que ver, oler y sufrir en Mérida durante esos tres días. En verdad sentí una gran pena ajena”, confesó la profesora aún contrariada.
Por supuesto que la historia es real. Y en una ciudad que se pretende turística como Mérida, esa pena ajena la debemos sufrir a cada rato, porque todos los días transitan nuestras calles no sólo turistas nacionales, sino muchos internacionales que, por suerte, casi siempre desean salir de la ciudad a recorrer el campo, menos atestado de basura, mugre y caos, que nuestra pequeña pero malograda metrópolis.
Hay algo, sí, en lo que difiero de mi amiga la profesora: ya, a estas alturas, no debemos sentir pena ajena sino pena nuestra, pena propia. Es decir, un profundo sentimiento de que lo que ocurre es, en gran parte, nuestra responsabilidad. De la pena ajena a la pena propia hay una gran diferencia de percepción. Ambas nos avergüenzan, pero la pena propia nos debería hacer ver la causa de nuestra incomodidad, no como quien pasaba por allí caminando y de repente se topó con ese escenario vergonzoso, sino como aquel que debe responder “presente”, cuando alguien pregunte por los responsables.
Por Mérida debemos sentir algo de perturbación, incomodidad, vergüenza tal vez. Pero no para sonrojarnos sino para buscar acciones.
Allí tenemos aún vivito y coleando el problema de la basura. Se evidencia en cada calle, cada avenida, cada esquina. Entendemos de las acciones y esfuerzos de la Alcaldía y de la Gobernación pero, como diría un abogado “a las pruebas me remito” y esas están a la vista y al olfato de quien se dé una vuelta breve por la ciudad.
El barrido de las calles del centro sólo alcanza el casco central. Las principales avenidas de la ciudad lucen sucias pero… ¡Hay más!: el monte que crece en las áreas verdes de avenidas como Los Próceres, Alberto Carnevali y Las Américas, es un verdadero símbolo de desidia.

Es por ello que más de uno afirma que el problema generado con la basura no es el único mal de nuestra ciudad sino que ese aspecto es una parte de un mosaico mayor, donde queda claramente dibujada la ineficiencia de la alcaldía y de la gobernación. Hay monte y culebra, paradas destruidas y sucias, paredes mugrosas y empapeladas, escombros, indigencia, avenidas a oscuras, parques y plazas maltrechas, falta de autoridad vial, postes caídos, mobiliario urbano en pésimas condiciones de mantenimiento, huecos, calles y avenidas sin demarcación, semáforos dañados. Por favor: ¡No digan que es sólo la basura! Es muchos más, es un olvido, una insensibilidad para con una ciudad pequeña, de seguro fácil de gobernar en términos estrictamente poblacionales y espaciales. Por favor, amigos del gobierno municipal y regional, de la alcaldía de Libertador y de la Gobernación: no digan que nuestro mal es sólo el de la basura porque cuando lo dicen, allí sí, lo que nos producen es pena ajena. / Foto: Cortesía Carlos Unhelms

Tiempos de paz





Uno de los mayores deseos del ser humano es la paz. La expresión “la paz contigo” es, de hecho, una de las más sentidas que puede pronunciarse en favor del otro.

No obstante la paz es esquiva. Eventualmente se asoma como un niño asustado y de seguida desaparece. Y no lo digo sólo por las circunstancias que vivimos (o sufrimos en Venezuela) sino por lo que acontece en casi todo el planeta. Guerras, muertes, terrorismo, destrucción, contaminación, drogas, armas, golpes, violencia, maltrato, abusos.

Y, sin embargo, nos llega diciembre que intenta ser un bálsamo para sanar heridas.


Es probable que estos tiempos de construcción de paz no cambien en nada nuestras vidas y circunstancias. Pero su presencia puede obrar algo que no es nada despreciable: el anhelo de la paz. No la tenemos pero diciembre permite soñarla, quererla. Y, en consecuencia, tal vez nos animemos a buscarla.