domingo, 22 de febrero de 2015

Mérida al ritmo del trole


Un aspecto de la Estación Los Conquistadores, que une al Sistema Trolebús con el Trolcable (funiculares) en el sector Paseo de La Feria, a 100 metros de la calle 26. La espectacular imagen es obra del reconocido lente de ESPASA.


Para hablar con cierta propiedad de una ciudad, hay que vivirla. Vivir una ciudad significa disfrutar de todo lo bueno que ésta tiene para dar pero también de sufrir y padecer sus problemas. Las ciudades son una experiencia humana. Alguien dijo alguna vez que las ciudades son “el mejor pretexto para encontrarnos”, lo que equivale a que la ciudad no es otra cosa que una compleja invención del hombre para tener la excusa perfecta para verse con sus semejantes.
En fin: la ciudad es, pues, una sumatoria de experiencias agradables y otras no tanto. Es obvio que el propósito de una comunidad urbana y sus autoridades debe apuntar a que los ratos de agrado superen a los de desagrado.
En esta línea, para muchas urbes del mundo el transporte ha significado la oportunidad, como área clave de la vida urbana, para intervenir la ciudad en función de convertirla en un mejor lugar.
Y si el propósito – implícito e explícito  -de una ciudad es permitir el encuentro entre sus habitantes, una intervención urbana para bien es aquella que toma en cuenta este factor para potenciarlo. Esto equivale, dicho de forma sencilla, a que el transporte ayude a mejorar la calidad de vida en función de aspectos tangibles y medibles como pueden ser el tiempo de espera de una buseta o autobús, del tiempo que pasamos dentro de una unidad del transporte, del confort y seguridad que debe prodigar cada unidad, y del hecho de que las rutas y las estructuras a ésta ruta asociadas, se conviertan en lugares de encuentro en los que se pueda socializar, comunicarse, hablar el uno con el otro, saludarnos, vivir la experiencia de una comunidad. Este aspecto es crucial, insisto, en cualquier concepción moderna de usar el transporte como la mejor excusa para hacer ciudad y, más aún, ciudadanía.
De allí que para los merideños la llegada del Sistema de Transporte Masivo como proyecto, nos depare esa posibilidad de actuación. En nuestro caso el sistema escogido ha sido el trolebús que ha tenido tanto detractores como gente que lo considera un sistema eficiente y que le ha traído a Mérida muchas oportunidades.
Sin caer en las expresiones exageradamente optimistas de los fans del trole, sí considero que, como apuntamos más arriba, los merideños, reconociendo que el trolebús es un hecho concreto y cierto para la ciudad (hay algunos que plantean la eliminación del sistema como si éste no existiera) debemos tratar de que su presencia entre nosotros nos ayude a mejorar la ciudadanía.
Apuntar a que el trolebús y el trolcable se conviertan en gestores de una Mérida “humanamente urbana”. Se puede lograr: indudablemente.
El trolebús debe considerar la naturaleza, condiciones y aspecto culturales y ambientales de Mérida como urbe. Si se respeta eso veremos crecer los espacios como plazas y mejoras en la vialidad y movilidad en general.
Ya el sistema (que aún no alcanza esta característica crucial) es parte del panorama urbano de Mérida y cada vez lo es de forma más notoria. Los que apoyan la presencia del trolebús e incluso los más acérrimos detractores, deben apuntar a que el proyecto logre terminarse de forma armónica con los factores que determinan la esencia urbana de Mérida.

En este momento cuando el sistema toca la emblemática calle 26, se debe activar, de forma inteligente y participativa, toda la creatividad de las instituciones para convergen en exigencias serias y sensatas que orientan el paso del trole por el corazón de la ciudad. Creo que para bien Mérida puede ir al ritmo del trolebús. Pero el ritmo será el resultado de nuestros aportes oportunos. Del silencio o de la participación en torno a la obra de mayor impacto urbano de las últimas décadas.

Sobre nuestra amiga Klarica





Mientras Mérida daba paso a las Ferias del Sol, las reinas, las carrozas y corridas, un ser humano muy especial dejaba su último aliento en la ciudad: la profesora de la ULA Stéphanie Klarica, quien desde hace más dos décadas hacía parte de la Facultad de Ciencias y del Departamento de Física y el respectivo Grupo de Geofísica de nuestra máxima casa de estudios.

Joven (apenas superaba los 40 años) la profesora Klarica era una ferviente enamorada de Mérida y su entorno. Experta en temas vinculados a la sismología, dio su aporte para hacer de sus conocimientos una guía y apoyo para una ciudad más segura. ¡Tantas cosas que en las que nos pudo acompañar! Pero se fue. La ciudad, esa que la quiso como su segundo hogar (ella era francesa), le agradece su tiempo entre estas montañas.


lunes, 16 de febrero de 2015

Culturamente “Operativos”



Una noticia que sería casi imposible leer en la prensa o en cualquier sitio de Internet – porque es muy poco probable que suceda – es la siguiente: “Realizado operativo de limpieza en las calles de Montreal”. En esa regularmente fría urbe de Canadá, no se hacen operativos para recoger la basura porque, sencillamente, no se necesitan. Y no se necesitan los operativos porque de forma regular, periódica, constante, sostenida y planificada, se limpian a diario las calles de la ciudad. No en balde Montreal aparece muy frecuentemente en las listas de ciudades impecables del mundo.
Lo anterior no quiere decir que nuestros muy tradicionales operativos de limpieza, de recuperación de espacios públicos, de pago de impuestos, de arreglo de las calles, de dotación de hospitales, de vacunación, de cedulación, de entrega de becas, de inscripción en el seguro social, de venta de cemento o de expendio de alimentos, sean malos en sí mismo. Si  a  ver  vamos los operativos nos suelen sacar en más de una  ocasión, y como  decimos en criollo, “las patas del  barro”. Bendito sea, pues, el operativo  y bienaventurados los llamados a aprovecharlo.
Lo que ocurre es que el operativo es el signo de algo. O, mejor, el síntoma de que algo ocurre. Por ejemplo, el operativo de venta de gasolina indica, claramente, que el sistema regular de combustible no está siendo suficiente como para garantizar combustible a todos. Las razones de que esto sea así no las vamos a tratar aquí pero es obvio  que cuando se oferta  un operativo es porque, conscientemente, los responsables de un bien o servicio saben que la regularidad ha  sido trastocada por algún  factor.  Y eso  es un problema que, dependiendo  del momento, puede ser más o menos intenso.
Por  ejemplo, la falta de alcaparras en un momento  del año puede ser un problema de poca monta  pero  en  las semanas previas  a la Navidad este artículo, su   ausencia, puede convertirse  en  un dolor de cabeza para los consumidores y  expendedores si la oferta del producto  es poca. Tendrá que recurrirse a  algún operativo  de venta de alcaparras. Algunos  sonreirán pero,  de  seguro, no todos ya que el operativo  es y será siempre limitado, reactivo, ocasional, construido sobre una estructura temporal. Como el circo que llega a la ciudad y luego de las sonrisas y las maravillas, se va.
Es por ello que el operativo no debería ser más que un anecdótico momento, erigido a partir de situaciones ajenas a la regularidad de las acciones de gobierno. Es decir, es totalmente comprensible que se haga un operativo de cedulación en una comunidad remota de la frontera, ya que precisamente la regularidad del servicio no está presente en esa población.
Ahora bien, limpiar las calles de la ciudad, pintar aquí, recoger la basura allá, mediante operativos, indica que hemos fallado (todos, gobierno y comunidad) en la constancia. Que el operativo es el último recurso para enmendar lo que no pudimos hacer de forma planificada.

En esta línea, casi que debemos aplaudir gozosos que al menos se haga un operativo de limpieza en el  centro ya  que sin esa herramienta ocasional la cosa estuviese peor. Pero cuesta aplaudir porque ese modesto  acceso al bienestar común, a una mejor calidad de vida,  es el signo de problemas de gobierno, de participación, de inversiones, de consciencia, cuya solución seria llevará años cambiar. Somos adictos a los operativos porque en décadas no hemos logrado construir una  forma firme y seria de atender nuestros humanos asuntos. Y cómo sociedad adicta al operativo, dejarlos será toda una proeza de constancia y esfuerzo.

Feria y caos



Las Ferias del Sol no deberían – no hay razón – de ser uno de los momentos que genera mayor caos en la ciudad. Sobre todo en el eje de Las Américas con la Plaza de Toros.

Para las miles de personas que vivimos en esa zona de la ciudad, las Ferias no son ni remotamente un momento esperado. Todo lo contrario, es un tiempo de preocupaciones por la seguridad, de luchar por intentar ingresar a nuestras residencias, de esquivar borrachitos y de soportar a conductores que se creen dueños de la ciudad, de su gente y de la vida.

Vivir en Residencias El Viaducto, Las Marías, Cardenal Quintero, Rosa E., Los Apamates, Las Orquídeas, Jardín Cardenal Quintero, entre otras, es un tormento desde el momento en el que empiezan a sonar los estribillos de los primeros pasos dobles.

A sabiendas de este tradicional batiburrillo vial, las autoridades deberían aplicar nuevos planes y acciones, que encaren con mayor eficiencia los aspectos negativos derivados de la movilización ferial.


No estoy contra las Ferias porque considero que las mismas son un elemento dentro de la programación turística de la ciudad, pero sí estimo que la Feria debe sufrir una transformación que la haga el tiempo colectivo de mayor alegría para los que vivimos en Mérida y sus alrededores.

domingo, 8 de febrero de 2015

Tiempo de suposiciones




Una vez más recurro a la extraordinaria claridad del Maestro Miguel Ruíz, escritas en su afamado libro Los Cuatro Acuerdos “Un libro de sabiduría Tolteca”, en el que hace una serie de recomendaciones fundamentales para conducirnos en la vida.
Una de esas recomendaciones tiene que ver con el acuerdo denominado “No hagas suposiciones”. Al leerlo y contrastarlo con lo que estamos viviendo en el país, no me queda la menor duda de que en un gran porcentaje, toda esta locura que estamos viviendo, toda esta especie de “sálvese quien pueda”, todas estas acusaciones de unos contra otros, toda esta búsqueda de culpables, toda la rabia y la impotencia que cargamos a cuestas, todo el miedo y la desesperanza, tienen mucho que ver con la construcción de una realidad a partir de suposiciones que nosotros mismos hemos creado.
Permítanme reproducir, como ya lo hemos hechos antes, un fragmento de la obra de Don Miguel Ruíz, y ojalá esas líneas los motiven a ampliar la lectura de este interesante punto de vista. Dice así el fragmento de la obra de “Los Cuatro Acuerdos”:
La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna, ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular. Una vez escuches la respuesta, no tendrás que hacer suposiciones porque sabrás la verdad.
Asimismo, encuentra tu voz para preguntar lo que quieres. Todo el mundo tiene derecho a contestarte «sí» o «no», pero tú siempre tendrás derecho a preguntar. Del mismo modo, todo el mundo tiene derecho a preguntarte y tú tienes derecho a contestar «sí» o «no».
Si no entiendes algo, en lugar de hacer una suposición, es mejor que preguntes y que seas claro. El día que dejes de hacer suposiciones, te comunicarás con habilidad y claridad, libre de veneno emocional. Cuando ya no hagas suposiciones, tus palabras se volverán impecables.
Con una comunicación clara, todas tus relaciones cambiarán, no sólo la que tienes con tu pareja, sino también todas las demás. No será necesario que hagas suposiciones porque todo se volverá muy claro. Esto es lo que yo quiero, y esto es lo que tú quieres. Si nos comunicamos de esta manera, nuestras palabras se volverán impecables. Si todos los seres humanos fuésemos capaces de comunicarnos de esta manera, con la impecabilidad de nuestras palabras, no habría guerras, ni violencia ni disputas. Sólo con que fuésemos capaces de tener una comunicación buena y clara, todos nuestros problemas se resolverían.

Este es, pues, el Tercer Acuerdo: No hagas suposiciones. Decirlo es fácil, pero comprendo que hacerlo es difícil. Lo es porque, muy a menudo, hacemos exactamente lo contrario. Tenemos todos esos hábitos y rutinas de los que ni tan siquiera somos conscientes. Tomar conciencia de esos hábitos y comprender la importancia de este acuerdo es el primer paso, pero no es suficiente. La idea o la información es sólo una semilla en la mente. Lo que realmente hará que las cosas cambien es la acción. Actuar una y otra vez fortalece tu voluntad, nutre la semilla y establece una base sólida para que el nuevo hábito se desarrolle. Tras muchas repeticiones, estos nuevos acuerdos se convertirán en parte de ti mismo”.

Que no le falta el agua




Bajo el título “Siembra perdida”  en esta misma columna hacíamos un comentario días tras en torno a la reiterada práctica de los organismos de gobierno (fundamentalmente Alcaldía de Libertador y Cormetur) de hacer operativos para sembrar plantas ornamentales en plazas y avenidas, matas a las que, casi por regla general, se dejaban en el olvido días después de plantadas.

El asunto es grave porque constituye no sólo una incómoda práctica en contra de la naturaleza, sino también un evidente despilfarro de recursos ya que unas plantas (capachos, girasoles, rosas y palmas) que son sembradas para luego abandonar, terminan en marchita evidencia de gastos por los que nadie responde.


En este contexto, la empresa Tromerca anunció la semana pasada un plan de siembra, por etapas, de miles de plantas ornamentales, cerca de las estaciones del Trolebús y el Trolcable, así con en las rutas de estos sistemas. Muy buena noticia. Pero igual nos toca recordarle a esta empresa que, al menos, dispensen agua a estas plantas recién sembradas. No hacerlo sería un crimen. Sembrar implica una responsabilidad de mantenimiento.

viernes, 6 de febrero de 2015

Esa bolsita es tuya



Aunque no puedo asegurarlo, estoy casi seguro que fue a comienzos del año 2013, hace dos años, cuando los merideños comenzamos a colocar la basura en las avenidas y calles, específicamente en lo que solemos llamar “isla” central de las principales arterias viales.
Esa práctica comenzó como una respuesta natural de las comunidades e incluso de muchos comerciantes, para deshacerse de los desechos acumulados durante días, en aquel momento en el cual el servicio de recolección de basura hizo crisis y dejó a Mérida a las puertas de una emergencia ambiental, en los tiempos de Léster Rodríguez como alcalde.
Es decir – y con esto doy por sentado que hubo una razón comprensible – la gente colocaba la basura en esos lugares que, en cierto sentido, representan una especie de zona libre, de nadie, para reclamar la pobre respuesta municipal ante el problema y porque allí se le facilitaba la recolección a los vehículos improvisados que pasaban a recoger lo que pudieran. Esos espacios en medio de las avenidas terminaron siendo las aguas internacionales de los merideños. Y hasta allá fue a dar la basura.
Durante meses esa fue la práctica. Luego el servicio en los últimos tiempos, logró una clara mejoría en comparación con aquel momento de crisis. Sin ser el mejor y sin llegar incluso a la eficiencia, está claro que ahora hay una cierta regularidad en la recolección de esos desechos.
Entonces, se suponía que una vez que el servicio presentara mejoras, nuestras bolsitas de basura regresarían a los lugares en los que acostumbraban a estar: dentro de nuestras casas hasta que pasara el camión, tiempo en el que saldrían a la acera, frente a nuestras residencias o al punto convenido, para que fuesen recogidas y trasladadas al lugar de disposición final.
Pero eso no fue lo que ocurrió. Por comodidad y por inconsciencia, mucha gente sigue llevando la basura hasta el medio de las avenidas. Está demás decir que semejante situación es totalmente contraria al ornato, a la salud pública y constituye una afrenta mayúscula para una ciudad con pretensiones turísticas.
Pero… ¿Por qué las autoridades públicas no han logrado resolver este asunto? ¿Por qué se permite que la basura siga ocupando el lugar de los postes de las luminarias o el de las plantas ornamentales en nuestras principales avenidas? Es decir, ¿por qué las avenidas Los Próceres, Zona Norte de Las Américas, Gonzalo Picón y sobre todo la 16 de Septiembre muestran un aspecto tan desaseado, abandonado, insano, lamentable, por culpa de quienes creen que esa es la mejor versión de un botadero…?
Tal vez sea por el hecho de que a las autoridades o a las instituciones que tienen que ver con el problema no les preocupe el tema o bien porque no saben cómo lograr la colaboración de la gente.

El problema es grave y en él deberían trabajar los distintos organismos en un plan de acción común que tenga como una de sus acciones la presencia de funcionarios que persuadan a los vecinos de seguir con la práctica de sacar la basura a cualquier hora, cualquier día y dejarla a la buena de Dios. ¡Esa bolsita es tuya!, quítala de allí y sácala cuando convenga. 

Siembra perdida



Bien: llegó febrero con su sol resplandeciente, sus vientos vespertinos, su canícula. Tiempo de colores ocres, de sequedad y por lo mismo de incendios.

Y tiempo para dejar al descubierto una verdad que ya hemos comentado en estas mismas líneas: que si no fuera por las lluvias y las bondades de la naturaleza, Mérida fuese tal vez una de las ciudades con peor aspecto en cuanto al mantenimiento de sus zonas verdes. O dicho de forma más sencilla: nuestras zonas verdes en el contexto urbano, lo son sólo porque hay lluvia y un ambiente relativamente benévolo para las plantas.

Vemos como la Alcaldía de Libertador, Cormetur, Tromerca y otros entes siembran plantas en nuestras avenidas pero luego no se acuerdan de regarlas en estos días secos. ¿Entonces? si se siembra, se debe cuidar y mantener. Si no, es una siembra perdida y una crueldad para con la naturaleza.


La basura es nuestra elección





La complicada naturaleza humana tiende a ser aún más difícil de descifrar cuando la asumimos en el ámbito colectivo. Si cada cabeza es un mundo, entonces comprender a toda una población es aún más complejo.
Por ejemplo, si usted aplica una encuesta para saber sí los habitantes de Mérida creen que su ciudad está sucia, es muy seguro que ese estudio arroje altas cifras que confirman la percepción que vivimos en una ciudad alejada del ideal de limpieza. Pero si le pregunta a esas mismas personas cual es el origen de toda esa basura, apuntarán con el dedo hacia quien tienen al lado o hacia el gobierno.
Es como si los desechos tuviesen vida propia y durante las noches salieran  de las papeleras y depósitos para irse a acumular en calles, plazas, parques y avenidas.
Es suma: vivimos en una ciudad construida a la medida de nuestro comportamiento colectivo. Está comprobado que un comportamiento ciudadano en favor de la limpieza de la ciudad, que puede significar algo tan sencillo como no arrojar desperdicios en los sitios públicos, puede replicarse cuando el entorno obliga a los que ensucian a mejorar su comportamiento.  Pero, por el contrario, si todos ensucian es muy poco probable que los que aún mantienen la promesa de no ensuciar, la mantenga. Sencillamente porque la elección colectiva fue ensuciar, vivir entre la inmundicia.
Así es: si Mérida está sucia no es solamente porque nuestras autoridades hayan sido históricamente incompetentes para arreglar ese problema, sino porque la sumatoria de mentalidades contrarias a la limpieza son más que los que sí deseamos vivir en una ciudad que intente acercarse a ejemplos mundiales de pulcritud como Calgary, Kobe, Honolulú, Otawa, Helsinki o Montreal.
En el caso de la ciudad de Calgary, esa ciudad es según todos los estudios, la ciudad más limpia del mundo. Según una nota de prensa “Calgary es una ciudad ecológica con agua purificada y una excelente distribución de sus recursos. Dispone de un centro de tratamientos de aguas usadas que recicla y purifica 100 millones de litros de agua al día. El 75% de la energía de la ciudad proviene de energías renovables con un programa puntero en el ámbito de reciclaje de desechos”.
Aún con el gobierno más ineficiente en materia de recolección de desechos, si los ciudadanos asumen su sencillo rol de “no ensuciadores” la ciudad mostraría un rostro limpio y aseado. Claro que es importante que el aseo urbano limpie y asee de forma constante y eficiente, pero, repetimos, eso es solamente una parte de la historia y no precisamente la más importante de aquellas ciudades que se ubican en el sitial de más limpias del mundo.

Lo bueno es que esa elección que en Mérida ha ido ganando terreno, como es la de vivir entre calles llenas de basura, puede revertirse de forma progresiva, paciente. La educación a los niños es la base sobre la que debe construirse una mentalidad más amable para con el entorno. Pero la información hacia la ciudadanía, las campañas y la organización social, pueden enrumbarnos hacia la elección correcta. Todo ello con una presencia nítida de la autoridad y las sanciones que estructuren un entorno en favor de la limpieza.

Dinero y obras





Se corre el grave riesgo de que con todos estos anuncios de ajustes en vista de la abrupta caída de los precios del petróleo, varias obras importantes que se ejecutan en Mérida puedan sufrir aún mayores retrasos.

Hablamos de los trabajos del Teleférico, del Trolebús, de las soluciones viales (como el elevado en la vuelta de Lola y el distribuidor Iberia en El Vigía) y otras acciones como la del bulevar de la calle 24.

Y es que si con dinero disponible esos trabajos se han prolongado hasta el fastidio ¿Cómo suponer que ahora, en este ambiente de promesas de austeridad, sí se ejecuten a tiempo?


Los ciudadanos deberemos estar muy atentos al avance de estas obras no con el ánimo de ser obstáculos en su ejecución sino vigilantes, contralores, de una ejecución que garantice la finalización de las obras para el bien del colectivo.