En algún momento de nuestra historia
reciente, las colas se convirtieron en parte del paisaje. Me refiero a las colas humanas frente a los
supermercados, abastos y farmacias o, incluso, detrás de un camión desde donde
se despacha uno o varios productos de la lista de los más buscados, como la
leche completa en polvo, el azúcar, el aceite, el papel higiénico y la margarina,
por nombrar unos pocos.
Uno camina por la calle y, quiéralo o no,
termina siempre pasando al lado de una cola imponente. Y es que pese a que ya
estemos acostumbrados a ver colas por doquier, siempre nos sorprende su
dimensión, lo absurdo de su tamaño. El
asunto es que las colas – en función de su morfología - representan, ni más ni menos, la medida
exacta de nuestras desventuras económicas, sobre todo desde la perspectiva de
un abastecimiento que habla de mesas vacías, angustia y desazón.
Por lo tanto, las colas nuestras de cada
día, han generado un micromundo – su propio
sistema planetario - en el
que los ciudadanos gravitan en post de cumplir el obligado ritual de
hacerse con uno o varios productos que necesitan.
Por eso, comprender lo que llamaremos la
tipología de las colas, que nos remite también a la “personalidad de la cola”,
resulta importante en el intento de salir bien parados de nuestra incursión en
el supermercado o en el abasto de los
chinos.
Vamos a lo básico: las colas pueden ser
largas o cortas. Pero, ¡ojo!: una cola
“corta” puede ser una denominación engañosa a la luz de las actuales circunstancias. Si una cola llegó a tener un
día 500 personas, el hecho de que otro
día tenga 250 la hará ver como que, en efecto, es una cola “corta”, aunque sólo
de ver la extensión de la fila nos den ganas de regresarnos.
Por lo anterior, sería mejor categorizar
las colas como largas y “menos largas”. Otro dato a tener en cuenta es que
algunas colas - cual parientes
mitológicos de la Hidra de Lerna o de Medusa – muestran una discreta extensión pero tal evidencia
obedece a que de su cabeza surgen 3 ó 4
colas fundadas al calor del caos que suele
producirse en la puerta de acceso al comercio. En algún momento cada cola
tendrá vida propia y reclamará prioridad sobre las demás, indistintamente que haya surgido de la informalidad o de la viveza de un grupito. Pero así suele ser
la personalidad de algunas colas.
Por cierto, lo de la personalidad no es un dato irrelevante.
Más bien aquellas personas que por necesidad u obligación se han hecho
expertas en colas - tal es el caso de
muchas doñitas amas de casa – se refieren a éstas de forma curiosamente humana. Así, una señora conocida, que luego de 4 horas
había logrado comprar harina en Yuan Lin, me habló de la enorme cola como si
describiera a una amiga: “Pues sí, ella es larga, no te lo
voy a negar, pero se mueve bien”. Otro amigo, muy poco dado a
hacer colas, me advirtió sobre lo que ocurría en una ocasión en
Farmatodo del centro: “Ni se te ocurra hacer esa cola. Esa bicha no se mueve y
además es violenta”.
Por lo dicho, me atrevo a decir aquí,
científicamente - y perdonen la presunción - que la personalidad de una cola es directamente
proporcional al tiempo que hayamos pasado en ellas. Una persona experta, con amplia experiencia en colas, no se
amilanará porque vea 650 personas paradas
bajo el sol inclemente a la espera de un
tarro de mayonesa. Por el contrario, un
novato en colas, se lamentará si la fila le hace perder una
hora de su tiempo.
Nuestra relación con las colas es de un
grado tan especializado que incluso
existen colas de la nada (algo así como
la materia oscura que los científicos
saben que existe en el espacio pero de la que no pueden mostrar mayores evidencias). ¿Cómo es
esto? Sencillo: en el supermercado
Ciudad de Mérida, hace unos días, había unas 30 personas, más o menos, en cola, pero dentro del local comercial no
había ninguno de los productos más buscados.
Un señor me explicó la extraña
situación: “Sí, sabemos que no hay nada
pero estamos parados aquí para cuando llegue lo
que tenga que llegar”. Es decir,
las colas son a veces un acto de fe.
Además, las colas están llegando a un grado
tal de protagonismo que, no lo vamos a
negar, cuando alguien ve una cola es
porque, como diría una vecina “algo
bueno llegó”. Y aunque el sentimiento anti cola nos embargue, la fuerza de
gravedad de las mismas cada vez va
atrapando a más gente, personas que poco pueden
hacer para luchar contra esa fuerza de atracción que nos obliga a estar parados
allí, respondiendo a las reiteradas
preguntas: ¿Epa, y esa cola es para qué?,
a lo que nosotros responderemos:
“Para lo que ella decida”.