El deporte, sin proponérselo, termina
convirtiéndose muchas veces en el mejor escenario para observar el
desenvolvimiento de algunas máximas que pueblan el mundo político, social y
económico, sentencias que pueden ser observables como quien manipula con bata
blanca y tapa boca, los tubos de ensayo en un tranquilo laboratorio.
Por ejemplo, allí está comprobada, sobre el
gramado, la máxima de que un solo hombre,
un genio, la gran figura, no lo puede hacer todo porque sobre el terreno las
infinitas variables obligan a trabajar en equipo, más allá de la seguridad, el
respaldo, el ánimo y la inspiración que aporta tener un ídolo sobre la cancha.
En este sentido la selección de fútbol de Argentina, sin duda alguna una de las
mejores del mundo, ya ha comprobado que tener en sus filas el genio de Lionel
Messi – el mejor jugador del planeta -
no garantiza en lo absoluto que los partidos estén ganados. Aún más, a
estas alturas, luego de varias desilusiones, han establecido que tampoco se
puede poner a todo el equipo a trabajar en función de un solo hombre, en este
caso Messi, ya que no sólo se produce un sacrificio innecesarios de las
posibilidades con otros nombres, sino que la ultradependencia hacia lo que
pueda hacer o no la bota milagrosa de un gran jugador se paga caro si, por
ejemplo, el otro equipo decide anular cada jugada de nuestro único hombre, el
salvador.
En su oportunidad, la selección nacional de béisbol, demostró
que la suma de varias estrellas tampoco garantiza saborear las miles del
triunfo, y mucho menos levantar, al final, la copa de campeones a nombre de
Venezuela.
En efecto, la “Vinotinto del béisbol”
visitó en marzo de 2013 a Puerto Rico plagada de figuras de la talla de Pablo
Sandoval, Miguel Cabrera, Carlos Zambrano, entre otros. El diario Panorama
resumió en un párrafo, con gran desilusión, el potencial que llevó Venezuela al
Clásico Mundial de Béisbol pero que no bastó para brindarle la alegría del
triunfo a nuestro país: “un triple coronado, tres premios al Jugador Más
Valioso, tres Guantes de Oro, 11 participantes del Juego de Estrellas de
Grandes Ligas y dos autores de juegos sin hits no bastaron para que Venezuela
se despidiera del Clásico Mundial de Béisbol en apenas dos encuentros”.
Es decir: no se trata de tener un gran
ídolo en tu equipo, aquel que concretará todas nuestras aspiraciones, así como
tampoco parece ser garantía la suma de muchos ídolos en el mismo equipo.
Para decirlo de forma más clara y llana: no
se trata de ídolos. Se trata del equipo, del conjunto, de la suma de las
partes. Y es lo que muchas veces nos cuesta entender. De allí nuestra
tendencia, no venezolana, más bien humana, a poner toda la carga sobre los
hombros de un solo hombre o mujer, con la esperanza de que mientras nosotros
andamos en lo que andamos, aquel ser se las ingenie para responder por todos
los demás. Si lo logra aplaudimos. Si falla, lo criticamos. En el deporte tal estrategia se paga con la derrota, con la
desilusión de no tener entre las manos el título de campeones. En política, esa
visión mesiánica, que apuntala al salvador, tiene las mismas consecuencias que
en el deporte. El equipo no avanza. Eventualmente se puede producir la
genialidad, pero la apuesta es demasiado alta. La garantía del equipo
ensamblado, donde el todo es más que la suma de las partes, será siempre la vía
más racional para alcanzar el éxito, siempre anhelado. Incluso, si no
levantamos la copa de campeones, queda la sensación de que cada quien hizo
realmente lo que debía, y ese sentimiento tiene el mismo sabor de la victoria.
No digo más: el equipo es Venezuela y nosotros no somos Messi, ni Sandoval, ni
Cabrera, pero somos la pieza necesaria para que el conjunto avance.
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