Escenario:
Ciudad de Mérida, capital del estado del mismo nombre, zona sur-occidental de
Venezuela, región andina, por sobre los mil 600 metros de altitud.
Primer desperdicio:
Un grupo
de personas recorren la avenida 4 con carteles que exigen “Una ciudad más
limpia”. No faltan las pancartas con imágenes del planeta Tierra atragantado de
basura y de árboles esqueléticos.
La
marcha, eufórica, invoca frases ambientalistas, pide conciencia colectiva para
“salvar a Mérida de la basura”. Los manifestantes apuntan sus dedos a los
ciudadanos parados en las aceras como si fueran prisioneros de guerra, listos
para ser llevados al paredón por su pésimo comportamiento cívico.
Dos horas
después la marcha termina frente a la Plaza Bolívar. Los manifestantes,
acalorados, toman agua mineral, helados y refrescos. Tras de sí dejan una
alfombra de papeles con consignas, botellas y otros desperdicios. Una
barrendera los ve irse satisfechos. Ella toma su escoba y suspira hondo
mientras recoge toda la basura dejada en nombre del ambiente. Ella, silenciosa,
es la verdadera ecologista…Sólo que nadie se enteró.
Segundo desperdicio:
Tres
altos ejecutivos dirimen cómo encarar el fuerte reto. Se rascan la cabeza,
caminan por la espaciosa oficina, se asoman por las paredes de vidrio y
observan las calles de Madrid. Toman café y repiten el ritual de rascarse la
cabeza y otear el horizonte.
La puerta
se abre de repente. Entra un hombre de rostro áspero y actitud de impaciencia.
Lleva dos asistentes que toman notas hasta de la temperatura.
El tipo
se sienta en su butaca. Los tres ejecutivos se miran entre sí y uno de ellos
carraspea antes de tomar, nervioso, la palabra.
-
Hombre,
que el problema es complicado. A ver: se trata de unos dineros que son de la
alcaldía pero que son manejados por una empresa eléctrica que, políticamente,
no se la lleva bien con la alcaldía. Entonces al no recibir los recursos por
pago del servicio de aseo, la alcaldía no nos cumple y ya no queda un solo
camión en buen estado. Bueno, también está el tema de los dólares para la
compra de repuestos, la lentitud de algunos funcionarios municipales y las
huelgas de los trabajadores.
El jefe
mira a sus asistentes. Todos se sienten confundidos, abrumados. Tras una breve
pausa, parece tomar una decisión:
-
Tomemos
el contrato de Londres: son 14 millones de personas en esa ciudad y también
millones de toneladas de desechos. Pero es preferible manejar eso que los tira
y encoje políticos en esa ciudad de 300 mil habitantes. Asunto resuelto…
Secretaria: haga la llamada a Mérida.
Tercer desperdicio:
Una
extraña nave sobrevuela lentamente la colosal acumulación de basura. Por las
coordenadas, la configuración de las altas montañas (ahora llenas de bolsas
plásticas donde antes hubo nieve y lagunas) y los carcomidos restos de unas
especie de guayas sobre uno de los bordes de la montaña, no cabe duda que el
sitio no puede ser otro. Un hombre flaco y casi transparente se asoma por una
ventanilla.
-
Por
fin la hemos encontrado. Pasaron varios siglos pero ya dimos con el lugar. No
fue fácil porque la basura no dejó un resquicio sin tapar. Pero gracias a
nuestros adelantos tecnológicos hemos podido terminar este esfuerzo de
búsqueda.
La nave,
modelo XT1, del año 2477, envía con beneplácito la información a la base
central. El mensaje es escueto: “Confirmada localización de Mérida bajo mil
metros de desechos. No hay signos vitales”.
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