La
autopista que va de La Fría a San Cristóbal lleva más de tres décadas de
ejecución y no se ha terminado. La autopista Mérida- El Vigía (ahora carretera
Rafael Caldera) tardó más de 20 años en inaugurarse pero su diseño final no
representa lo que inicialmente se pretendía construir (una verdadera
autopista).
No sólo
carreteras: hospitales, escuelas, liceos, sedes de organismos, plazas, sistemas
de transporte…Todo se diseña, se empieza pero o nunca se termina o se termina a
medias (o lo que es lo mismo, mal).
Allí está
nuestro trolebús, el de Mérida, obra de la que, aclaro, no soy un detractor.
Pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre: cuando se inició la
construcción del trolebús (en tiempos de Williams Dávila Barrios como
gobernador) mi hija tenía 5 años. Hoy está por entrar a la universidad y la
obra lleva sólo parte de la Línea 1. Y, con todo este lento desandar del
trolebús, les cuento que es el sistema de transporte masivo que más avances
muestra en el país, más que sus similares de Maracaibo, Valencia o
Barquisimeto, por citar sólo algunos. Esta suprema lentitud a veces da ganas de
llorar.
El asunto
es que en Venezuela exhibimos, desde hace medio siglo, una manía por iniciar
proyectos y dejarlos inconclusos: cárceles, refinerías, represas, zonas
industriales, conjuntos residenciales, se cuentan entre aquellas obras que
llegaron al papel e incluso recibieron recursos y que nunca se iniciaron o que
si lo hicieron, un buen día fueron abandonadas o que sí siguen en construcción
pero a un ritmo tan exageradamente lento que la propia memoria colectiva las
integras a la lista del olvido.
El asunto
no es nuevo. Se pudiera decir que siempre ha sido así, con la siempre
perturbadora excepción de los tiempos cuando el dictador Marcos Pérez Jiménez,
a punta de una eficiente política de construcción de grandes obras, no sólo
demostraba que “la mano dura sí cumple” sino que lo hacía en tiempo récord.
Allí está el teleférico de Mérida, construido a lomo de mula en tres años, con
una tecnología que mucho envidiaría a la de hoy.
Claro,
hubo algunas extrañas perturbaciones en esa tradición de lentitud e
ineficiencia. Por ejemplo, la plaza de toros Román Eduardo Sandia de Mérida, se
construyó en 1967 en menos de 5 meses.
¿Por qué
ocurre esta absurda pérdida de tiempo y recursos? ¿Por qué los venezolanos no
podemos disfrutar de los beneficios de una obra, sino que rezamos para que al
menos nuestros hijos o nietos tengan la posibilidad de verlas construidas?
Algo
parece claro: no se trata, en la mayoría de los casos de falta de fondos o
recursos. Aunque siempre se alega ese argumento, muchas obras, por sus mismos
retrasos, terminan costando varias veces lo que se suponía sería una inversión
manejable. Tampoco es falta de una real necesidad de los beneficios de un a
obra para con la población (por ejemplo, quién no aplaudiría la construcción de
otro gran hospital para Mérida). ¿Poca capacidad en el recurso humano…?:
tampoco. Realmente acá tenemos excelentes profesionales, capaces de resolver
obras no sólo en Venezuela sino que en el exterior gozan de prestigio.
Las
explicaciones apuntan a un cóctel de elementos políticos (falta de continuidad
o “si lo empezó aquel yo no lo termino”), burocráticos, de corrupción, de
desinterés y falta de compromiso.
Veamos
este ejemplo: el Burj Khalifa (conocido como Burj Dubai) no sólo es el edificio
más alto del mundo sino la obra hecha por el hombre de mayor altura en toda la
historia. Ubicada en la ciudad de Dubai, en Emiratos Árabes Unidos, mide 828
metros. Fueron invertidos 4 mil millones de dólares en su estructura, aunque el
complejo integral costará 20 mil millones en moneda norteamericana. Estos datos
sorprenden pero más su tiempo de ejecución: la
construcción comenzó el 21 de septiembre de 2004 y su inauguración oficial fue
el 4 de enero de 2010. Es decir, menos de seis años.
O sea: sí
se puede construir de tal manera que los que ahora vivimos podamos estar el día
del corte de cinta de la obra. O antes de que a mi hija le entreguen su título
en la universidad.
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