Este comentario no tiene nada que ver con la economía.
Lo digo por la frase que encabeza esta nota. Ese “dejar hacer, dejar pasar” –
que proviene del francés laissez faire,
laissez passer – está ligado a una corriente económica que abogaba por una
absoluta y completa libertad del mercado, sin el más mínimo asomo del Estado (y
de los gobiernos que lo representan).
Sin embargo, de ese dejar hacer-dejar pasar, nos
interesa la postura de fondo: la de la no presencia del Estado, de la
autoridad, pero ya en otros campos de la vida. Por ejemplo, el de normar y
regular los espacios de la ciudad.
Pareciera que la Alcaldía de Libertador y la Cámara
Municipal aplican ese principio de no
intervención en las acciones de algunos particulares sobre la ciudad. La proclama:
“que cada quien haga lo que le venga en gana”. Y así se cumple al pie de la
letra. Una ciudad sin gobierno, sin ley. La más pura expresión del “dejar
hacer, dejar pasar” pero ya en términos urbanos.
Ejemplos hay muchos de lo que decimos. Es larga la
lista de acciones concretas de apropiación del espacio de todos por parte de
uno o varios particulares.
Un primer ejemplo de lo que ocurre frente a las narices
de la municipalidad es la construcción de tarantines, sin ton ni son, al margen
derecho del canal de bajada de la avenida Los Próceres a la altura de la
entrada al barrio San José Las Flores Alto. Allí se cuentan ya siete
estructuras (unas ya operativas otras en construcción) en una zona no sólo de
claro uso público - ya que es el retiro de la avenida – sino de una ya
advertida naturaleza riesgosa ante los derrumbes que allí se han sucedido. Día
a día se levantan nuevas estructuras y los permisos para tales recintos no se
ven por ningún lado. Parece que si usted desea construir un local comercial en
plena avenida puede, si gusta, tomar cualquier espacio y levantar sin apuros su
local, ya que no hay autoridad que le vaya a reclamar algo. Usted sabe: dejar
hacer, dejar pasar.
Otro ejemplo: las paradas del transporte público, las
esquinas e incluso los canales de desaceleración en las entradas de residencias
y otros, son colonizados por líneas de taxis quienes incluso toman las paradas
como oficinas. Son bienes públicos siendo usufructuados por unos particulares. La
excusa de que están prestando un servicio público no es suficiente para
justificar la entrega de estos espacios a las líneas de taxis, quienes llegan
incluso a reclamar si alguien osa sentarse o usar la parada que ellos
consideran de su propiedad. Claro, ellos saber que la política imperante es
dejar hacer, dejar pasar. En este aparte sería reiterativo mencionar lo que
ahora ocurre con los mototaxis, líneas que toman aceras, paradas, esquinas,
plazas y cuanto espacio público existe, para levantar toldos y colocar allí sus
oficinas y estacionamientos. Viva, pues, la libertad absoluta de hacer lo que
les viene en gana. Al cabo, no hay autoridad que haga cumplir las normas. Ni
autoridad local, ni de la Gobernación, ni alguna nacional.
Por supuesto que los nuevos basureros también se
corresponden con esta realidad del dejar hacer-dejar pasar. Usted agarra las
bolsas, colchones viejos, aquel televisor dañado, el sanitario que se rompió y
los escombros del arreglo de la cocina y los puede colocar, sin problema alguno,
en medio de cualquier avenida. La que a usted le guste. Ponga la basura que
aquí no hay quien le reclame. Es tan cierto eso que cualquier paseo por La Milagrosa, Cardenal Quintero, Las Américas
o Los Próceres, le puede confirmar esta
nueva versión ciudadana de deshacerse de los desperdicios, tirándolos en medio de
la avenida. La excusa de que el aseo no pasa regularmente es la bandera para
que el gobierno diga: hay que dejar hacer, hay que dejar pasar.
Claro que quien aprovecha este desamparo urbano al que
se ha sometido a Mérida, sonríe feliz porque
está saliéndose con la suya. Pero mientras esto sucede, a la ciudad, a
Mérida, se le dibujan arrugas, cicatrices, marcas en la piel. Nuestra ciudad va
perdiendo, de apoco, sus espacios que son, aunque cueste creerlo ahora, los
espacios de todos. Como merideños lo que nos queda es no dejar hacer, ni dejar
pasar a aquellas autoridades que no cumplen su rol, enérgico, eficiente y obligante,
de detener la barbarie.
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