Tanto se ha escrito del asesinato, brutal y
despiadado, de Mónica Spear y su ex esposo, Berry Thomas Henry, que no vamos a
agregar más a lo que ampliamente se ha dicho sobre este despreciable acto de
violencia y salvajismo. Cada venezolano, indistintamente su credo político,
debe estar consciente de que ese homicidio no es más que la continuación de un
relato cotidiano de zozobra que debemos enfrentar cada día los venezolanos. Lo
único que piden las calles de Venezuela para que la historia termine en drama
es que estemos vivos. De allí para adelante todo puedo ocurrir.
Usaré, sí, en este primer escrito de 2014,
la historia de Mónica para referirme al turismo, a ese turismo que para estados
como Mérida representa, en gran medida, la fuente de progreso económico que
puede permitir tiempos mejores en cuanto a encausarnos hacia una sólida y
efectiva la calidad de vida. Y es que Spear, al momento de su asesinato, era,
ni más ni menos, una turista.
El turismo se basa no sólo en la
disponibilidad de atractivos turísticos y atracciones erigidas por el ser
humano, sino también un contexto que permita suponer el disfrute de esos atractivos y atracciones.
A lo que me refiero es que en teoría debe
ser una verdadera aventura conocer, por ejemplo, a la ciudad de Damasco,
capital de Siria, pero dado el conflicto que vive ese país, un paseo por esa
urbe milenaria no resulta viable para la mayoría. Existe un contexto
desfavorable para el turismo.
En
nuestro caso, a varios problemas evidentes que incluyen la falta de una
política coherente en cuanto a la acción
turística, debemos sumar la creciente inseguridad como una pesada carga con la
que debe lidiar el turismo nacional.
La inseguridad espanta a quien desea
conocer, recorrer, visitar. Incluso, la percepción del peligro en las calles,
logra disuadir en muchos casos a aquellos que sólo desean salir a pasear en
su propia ciudad. ¿Cuántos de nosotros han preferido cambiar el destino a donde iban o la visita a un amigo, por
temor a la inseguridad? No digamos lo que puede tener en mente un turista que
lee en internet las noticias del drama venezolano en cuanto a la inseguridad.
Lo de Spear, Berry y su sobreviviente hija
Maya, es la cruda expresión de lo que
puede ocurrirle a cualquiera de
nosotros, quienes nos
lanzamos a conocer
el país, con la certeza de nuestras bellezas como nación pero con la convicción de que en cada
esquina puede estar esperándonos unos
delincuentes dispuestos a ponerle fin a
nuestra aparentemente osada pretensión de hacer turismo en Venezuela.
Nuestras historias trágicas en el sector
turismo son muchas, demasiadas para un país que más bien se merece estar abarrotado
de visitantes.
Esos episodios incluyen desde robos
individuales y colectivos en hoteles, aeropuertos, aviones,
restaurantes, taxis y autobuses, hasta
secuestros, maltratos, golpes, heridas
graves infringidas por los asaltantes, hasta la muerte en todos esos mismos
espacios.
Aunque no sea su competencia, las
autoridades del turismo deben sumarse
a una alianza necesaria para ponerle
freno a la violencia y la criminalidad. Decir
esto no es mala propaganda. Mala
propaganda es que unas vacaciones terminen en el cementerio.
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