Una de las ciudades más importantes de
Europa estuvo, durante casi dos semanas, viviendo en cuerpo y alma lo que los merideños padecemos desde
hace meses: la acumulación de basura en cada esquina, en cada calle, en
cada plaza, en cada rincón de la ciudad.
Me refiero a la crisis de salubridad que
mantuvo a la capital española, Madrid, a
un paso de declararse en emergencia
sanitaria. Este domingo 17 de diciembre, tras largas deliberaciones, las
autoridades del ayuntamiento madridista y los sindicatos en pugna por lograr
mejoras laborales, llegaron a un
acuerdo que ha permitido suponer
la vuelta a la normalidad, esto es: una ciudad que destaca por su limpieza y
pulcritud pese a ser una las más pobladas del viejo continente con más de 3
millones de habitantes (cantidad
que asciende a más de 6 millones si se
incluye la zona metropolitana).
La pestilencia, la presencia de alimañas,
roedores así como el mal aspecto y aversión que semejante escenario produce en
cualquier ser humano, fueron la nota resaltante de Madrid estos días de
noviembre y pese a que ya el problema haya sido conjurado, puso en relieve
algunas claves importantes sobre la
trascendencia del servicio de aseo urbano y domiciliario en las ciudades
modernas.
Un primer aspecto que resulta evidente a
partir de la crisis de la basura sufrida en Madrid durante estas dos semanas es
que una ciudad - sobre toda una de las
proporciones de la capital de España - necesita de un servicio permanente y,
digamos, profesional, de limpieza y recolección de desechos. Es decir, más allá
de la conciencia cívica que los ciudadanos puedan manifestar llegará un momento
en el cual se hará inviable la autorregulación de la producción de los desperdicios
que diariamente genera la dinámica de la vida moderna, por lo que será
impostergable la activación inmediata de los servicios de limpieza, so pena de
terminar enterrados, literalmente, bajo la inmundicia.
Lo segundo es que los seres humanos, dados
nuestros hábitos de consumo actuales,
somos verdaderas máquinas de producir desechos y que la huella que dejamos
sobre el territorio, en cuanto a impacto ambiental, es proporcional al consumo
y poder adquisitivo de los habitantes.
La crisis española demostró que pese a la
vital necesidad de mantener la limpieza, la decisiones políticas, la gerencia,
la gestión pública, juegan un papel muy
destacado en el camino de atender con urgencia este tipo de situaciones que
puede golpear a cualquier ciudad y que la coloca contra las cuerdas en cuanto a
su viabilidad como espacio para la vida. O sea: las crisis con la basura no son
hechos anecdóticos sino verdaderas situaciones límites que deben ser atendidas.
La clase política de Madrid lo comprendió a tiempo.
Ahora bien ¿Qué podemos tomar los
merideños, Mérida como ciudad, de este ejemplo reciente de atención a una
crisis generada por la basura, en este caso más allá de la inmensidad del
océano Atlántico?
Parece claro que en nuestra ciudad el
problema sigue campante, con la basura aún como dueña y señora de los espacios
públicos.
Como los hábitos de consumo siguen siendo
poco amables con el ambiente y como es imposible suponer una conciencia
ciudadana que mitigue el impacto del mal servicio (asunto que de conseguirse
sería a muy largo plazo) no queda otra opción que la acción decidida en el
campo de las decisiones políticas y de
los entes de gobierno.
A las autoridades – sobre todo a las que
asuman la alcaldía de Libertador – les
toca decidir en estas semanas si recibimos el 2014 con el rostro limpio o si
las bolsas negras llenas de desechos sustituirán a las personas como los nuevos
ciudadanos que caminan como si nada por las aceras.
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