La muerte del actor Paul Walker, protagonista
de la famosa serie de películas de acción The Fast and the Furious (en nuestro
idioma Rápido y furioso) ha conmocionado al mundo del espectáculo internacional y, en función de la fama del
personaje, a muchas personas alrededor del mundo, venezolanos incluidos.
Los comentarios sobre el terrible final de
Walker han llenado las redes sociales, en la mayoría de los casos con muestra
de pesar.
Según las informaciones de varios medios en
Internet, Walker falleció cuando el Porsche rojo deportivo en el que viajaba se
estrelló contra un árbol y se incendió la tarde del sábado, en la localidad de
Santa Clarita, en el condado de Los Ángeles. Walker no conducía pero iba de
acompañante junto a otro hombre que también falleció en el lugar del accidente.
Casualmente esas mismas calles de Los
Ángeles sirvieron de escenario para varias de las escenas en las que
Walker, personificando al agente encubierto Brian O'Conner, aceleraba a más no
poder los audaces vehículos que dan sentido a la taquillera película Rápido y
Furioso (con ese nombre, es obvio que la película alardea de la velocidad sobre
el asfalto).
Pues bien, con la certeza de que la
tragedia de Paul Walker ha volcado la mirada, aunque sea de forma efímera,
sobre el tema de los accidentes viales, tal situación nos obliga, en el mejor
de los sentidos, a aprovechar este momento para recordar el paradójico final
que la vida real – y no el glamur y las
candilejas de Hollywood - le tenían reservado
al famoso actor norteamericano.
Si bien en la película Rápido y Furioso
parece natural poner el pie en el acelerador y esperar, por tal temeridad, el
asedio de hermosas mujeres, la realidad es que la principal causa de muerte en
las carreteras del mundo sigue siendo el exceso de velocidad.
Las cifras de la Organización Mundial de la
Salud (OMS) son pavorosas: “todos los años, más de 1 millón 300 mil personas mueren
como consecuencia de accidentes en las vías de tránsito y nada menos que otros
50 millones sufren traumatismos. Más del 90% de las defunciones se producen en
los países de ingresos bajos y medianos”, como Venezuela.
En lo que a nuestro país se refiere, cifras
del Instituto Nacional de Tránsito Terrestre indican que en el año 2012, por ejemplo, más de 7 mil personas murieron
en las calles, avenidas y autopistas de Venezuela, producto de siniestros
viales. Esa cantidad, llevada a una calculadora, pone de manifiesto que cada
día 20 venezolanos dejan su último aliento sobre el asfalto. Dicho de otro
modo, cada 90 minutos, como mucho,
perdemos a alguien en un accidente de
carretera.
De ese total de desgracias viales, el 56%
corresponde al exceso de velocidad, 17% a las imprudencias, 14% al la ingesta
de alcohol, 8% al deterioro de la vialidad y un 3% por fallas mecánicas.
Venezuela ocupa el primer lugar, en cuanto
a tasa de accidentes, en comparación con
el resto de los países de la región, donde la situación tampoco es muy buena.
Por ejemplo, según la OMS, en el año 2007 murieron 6 mil
218 personas en Venezuela por accidentes viales. Ese mismo año en Argentina los
fallecidos fueron 4 mil 063, muchos menos que en Venezuela, pero con la
aclaratoria de que Argentina tenía 40
millones de habitantes ese año, versus apenas 27 millones y medio de Venezuela.
Señores: tenemos un problema muy grave en nuestras manos.
En la película Rápido y Furioso, Hollywood
sustituirá a Paul Walker por otro actor. Y en las pantallas el rugir de los
motores seguirá escuchándose, trepidante, por las calles de Los Ángeles. En la
vida real el cuerpo de Walker estará enterrado en algún cementerio, cumpliendo
el mismo destino, crudo pero verdadero, que por lo menos les tocó sufrir a 7
mil venezolanos el año pasado. Es un duro final de película.
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