Estas últimas semanas, en las que el
consumo intenta ser la medida de la felicidad, nos han dibujado un país
distorsionado. No cuestiono a nadie que, en un intento por rendir el dinero,
haya hecho una cola de dos días para comprar una cocina, una lavadora o un televisor. Nadie tiene que apuntar con
el dedo a los demás ¿A cuenta de qué?
Pero es claro que ese país no es real
porque no es sostenible. En algún momento el bolsillo dirá “no aguanto más” o
en otros, los menos, la sala de la casa parecerá más bien una vidriera de algún
local de la avenida 3. El éxtasis
consumista tendrá un final o al menos una larga
pausa.
Como diciembre nos llena de otros
sentimientos, aspiro a que estos días abramos menos la cartera y más los corazones, los brazos para abrazar, la paz para perdonar.
Diciembre nos llena.
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