Pareciera
lógico pensar que una autoridad pública, en ejercicio de sus funciones, no
caería en la tentación de dedicar recursos para hacerse promoción a partir de las
obras que le toca ejecutar. Pero seamos más claros: no lo debería hacer – no
debería promocionarse – si por un lado no hay recursos para las obras o si esos
recursos económicos son menguados.
Nuestras
autoridades municipales, indistintamente del signo político que profesen, nos
recuerdan a cada momento que “no hay recursos”, “no nos han aprobado el
situado”, “nos van a dar lo mismo que el año pasado”, “el presupuesto se lo
come el pago de funcionarios”, y frases por el estilo. A decir verdad esto lo suele
decir desde un alcalde hasta un gobernador.
Pero
a la par de los reclamos por más recursos económicos – solicitudes regularmente
válidas desde la perspectiva de las inversiones requeridas – los ciudadanos
solemos ver con cierto estupor, pese a la costumbre, que esas mismas
autoridades gastan lo que tienen, y lo que no, en hacerse promoción en
vehículos oficiales de las alcaldías, vallas, pancartas, franelas, gorras,
llaveros y todo aquel soporte que aguante una gran foto del susodicho (o la
susodicha) sonriendo al mundo en una pose digna de la presentación de un
artista.
Por
supuesto que como periodista conozco bastante bien la importancia que una
autoridad debe darle a la comunicación y el contacto con la gente. Pero, a
decir verdad, no comparto que este requerimiento del ejercicio del poder se
haga a partir de una muchas veces exagerada cuota de promoción de la imagen en
los soportes que brindan las estructuras y vehículos públicos.
Hace
poco me llegó una fotografía de un pequeño paseo que un alcalde inauguró en
algún remoto paraje del estado Guárico.
Lo que más destacaba de la noticia era que el personaje colocó un
inmenso portal con su foto, en un desafortunado intento de recibimiento a
quienes iban a usar los 50 metros de acera. Además había otra parafernalia
propagandística con la misma imagen. Era una situación grotesca. Colocan dos
bloques y levantan tres vallas publicitarias. La locura.
Cuento
todo esto con una intención: destacar que cuando vemos lo contrario, es decir
un alcalde que no hace gala de su rostro para meternos por la cara que él si
hace cosas, entonces estamos en presencia de algo sui generis. Algo digno de
mencionar.
Y
en este caso la buena nueva viene del alcalde de la ciudad de Mérida: Carlos
García. Las ambulancias y otros vehículos en manos de la Alcaldía de Libertador
no tienen el rostro ni el nombre en mayúscula del joven burgomaestre.
Además
hemos visto que se han recuperado paredes, pasos peatonales, pasarelas y se
está colocando una llamativa señalización en las principales intersecciones
viales de la ciudad. Todo ello sin que aparezca la cara de Carlos García.
Insisto
en que un alcalde es una figura política y que, indudablemente, las obras y sus
acciones de seguro tendrán una lectura política, de quien ejerce el poder y
desea seguir como autoridad. Y eso implica una promoción. Pero esto es una cosa
– lo cual se puede hacer con discreción – y el avasallamiento propagandístico
que suelen ejercer alcaldes y gobernadores (de la cuarta y de la quinta) es
otro asunto muy distinto. Esto último es una ofensa, sobre todo cuando se
pregona la ausencia de recursos económicos.
Felicitamos
al alcalde Carlos García por la forma como lleva este punto de su presencia
personal en la obra pública. Y lo hacemos para estimularlo a no caer en el juego
de aquellos que le susurrarán al oído que en cada poste del alumbrado debe ir
su foto sonriente. El mejor rostro que ahora muestra la alcaldía son las obras.
No hace falta más.