Cuando se trata de
adquirir un producto (no importa cuál) al famoso “no lo tenemos” – que en los
últimos meses se ha vuelto una oración en boca de los comerciantes – hay que
sumarle una ola de especulación que golpea sin piedad a aquellos que intentan
el milagro de acceder a un bien de forma más o menos normal.
La especulación es la
guinda perversa que algunos le colocan a un contexto económico ya de por sí
duro y atroz.
Por ejemplo, si usted
desea comprar, digamos, una nevera, el primer reto que debe superar es
conseguir un comercio que tenga ese producto, una misión cuesta arriba según lo
que los mismos comerciantes han informado. Pero supongamos que usted buscó,
caminó y encontró en un remoto almacén una nevera, deberá entonces enfrentar el
segundo reto: comprar lo que existe, no lo que usted busca.
Olvídese de colores,
condiciones, especificaciones…No señor. Si la nevera es amarilla y usted quería
una plateada, si hay que descongelarla y usted quería una sin escarcha,
olvídese de esos pensamientos de lo que a usted le gusta o necesita: si
encontró una nevera es esa y no otra.
Si usted traga grueso
puede que acepte que, al fin de cuentas, esa nevera rosada con luces de neón
interna y de dos metros de alta no está tan mal después de todo, y bueno, que
se le va a hacer “con tal y enfríe” todo bien, entonces usted debe prepararse
para la tercera fase de la situación de compra: el precio. Aquí es donde hace su
aparición el mazo doloroso de la especulación: si el comerciante o el vendedor
es una persona inescrupulosa, ya sabrá, a estas alturas, que usted es una
persona vulnerable, cansada, desesperada por ponerle fin a la odisea de comprar
algo que se suponía sencillo, deseosa de llegar a casa con aquel equipo
necesario para el cual ahorró y que su familia requiere de verdad.
Ese ser inescrupuloso –
que parece pertenecer a una estirpe de gente que se reproduce por obra y arte
de nuestra incapacidad para denunciar los abusos – le clavará los dientes en el
cuello, como una presa fácil capturada por una hiena en medio de una solitaria
sabana en la que de vez en cuando aparecen inocentes corderos.
Le dirá que por tratarse
de usted esa nevera (de la que ese unidad es la última …siempre es la última) le será vendida al solidario precio
de 150 mil bolívares, 10 veces más que los 15 mil que hace cuatro meses atrás
se pedía por un producto de similares condiciones.
Usted sabe que le quieren
dar con el mazo y esquiva el ataque con una cándida solicitud de rebaja, la
cual es rechazada porque, según este personaje “yo más bien estoy perdiendo con
esta venta”.
Usted saca algunas
cuentas mentales y sabe que es una locura poner en la cuenta del mercader
semejante fajo de dinero por un producto que no los vale. Pero en su mente
queda muy claro que esa será, ciertamente, la última vez que vea algo parecido
a una nevera.
La especulación es un
sentimiento de ataque directo a las personas, una cruel forma de justificarse
por los problemas económicos por los que atraviesa el país. Cierto, los
valientes comerciantes – los honestos – deben hacer malabares para poder
mantenerse a flote en una economía totalmente dislocada. Pero saben que no le
pueden poner al pobre y sufrido consumidor más peso sobre la espalda. Propondrá
un precio que permita su sobrevivencia como comerciante y que acerque al
consumidor a la posibilidad de pagar un precio alto pero sólo el que las
circunstancias dictan y no aquel construido en base a la maldad.
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