El
pasado sábado, durante un taller sobre redacción periodística que dictamos en
el Centro de Estudios Teológicos Juan Pablo II, tuvimos el gusto de conocer a
un interesante grupo de participantes, la mayoría estudiantes de comunicación
social.
Con
Juan Ramírez, uno de esos jóvenes participantes en el taller, tuve ocasión de
conversar un rato. Me enteré que él trabaja para EmpreRed, experiencia que se
define como “un espacio de encuentro de los emprendedores que trabajan en el
mundo de las micro y pequeñas empresas”, según revisé luego en la página de esa
organización (http://www.emprered.org/).
EmpreRed
busca “desarrollar competencias en el arte y la práctica del liderazgo y el emprendimiento
para mejorar constantemente nuestras empresas y emprendimientos”. Igualmente se
propone “conectar a nuestros miembros con un mundo más amplio, que les permita
ampliar sus relaciones y contactos mientras buscamos enriquecer su red social
de apoyo”.
Según
Juan Ramírez EmpreRed ha constatado algo de lo cual muchos hemos escuchado
hablar más de una vez: que somos un país de emprendedores o, dicho de forma más
llana, de gente a la que le gusta “echar para adelante”, ser creativa con sus
ideas e intentar ponerlas a producir.
Sin
embargo, y esta es mi propia percepción, también somos gente muy pasional, de
emocionalidad a veces desbocada. Quiere decir esto que algunos con una primera rabieta
pueden echar por la borda, sin más ni
más, un proyecto coherente. También tenemos ciertos episodios de
informalidad, improvisación, poca constancia, impaciencia, que si no son
canalizados pueden atentar contra la continuidad de un proyecto, por
interesante que éste sea.
Pero
la gente de EmpreRed, y así me lo hizo saber el amigo Juan Ramírez, ha
desarrollado varias estrategias a lo largo de una década, técnicas que,
aplicadas con constancia y con mucha fe en los emprendedores venezolanos (sobre
todo en Caracas y en el estado Anzoátegui), han dado como resultado magníficas
experiencias, no sólo porque resultan sostenibles desde la perspectiva
económica, sino porque, de hecho, son la prueba fehaciente de nuestras
potencialidades como país, como ciudadanía. En suma: porque demuestran que en
nuestra genética ciudadana existen los componentes necesarios para enfrentar
adversidades y generar respuestas que construyan bienestar para todos.
En
la página de EmpreRed, por ejemplo, se muestran casos de personas que,
asistidas, asesoradas y guidas por EmpreRed, hacen que sus sueños pasen al
terreno de lo tangible. Lo que sigue es cita textual de una de esas
experiencias:
“Carmen
Blanco es una de esas emprendedoras. Lleva meses trabajando con esmero en un
negocio de comidas a pedido con entrega a domicilio. Ha bautizado el proyecto
como Delicias Mamá Carmen. Dice que le apasiona muchísimo. Vestida con una
filipina blanca nos confesó su inspiradora historia. “Estuve durante más de
cuarenta años trabajando en casa de familia, limpiando pisos, haciendo comida,
lavando y planchando. Toda una vida, desde niña.” Pasados los años, cayó en
cuenta de que se estaba haciendo mayor. “Yo escuchaba que había pensiones, pero
no tenía conocimiento de eso. Cuando intenté exigir mis derechos, una pensión,
me despidieron”, dice. “Tampoco fui a la escuela, soy prácticamente analfabeta.
Yo pensé que sólo un chef podía ponerse este uniforme, pero aquí estoy hoy”.
Una ejemplar historia de perseverancia y lucha. Con un nudo en la garganta
suelta un agradecimiento especial: “estar aquí me hace sentir un gozo en mi
alma. No tengo palabras”.
Recuerdo
que le conté a Juan Ramírez que, en lo personal, como periodista, creo que
hacen falta más esfuerzos de los medios de comunicación por mostrar esa
realidad de experiencias motivacionales. En medio de tanta noticia infausta,
hay también, razones para una esperanza construida con gente “de la vida real”.
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