Las
caras sonrientes de algunos candidatos comienzan a poblar las paredes de la
ciudad a propósito de las venideras elecciones parlamentarias.
Ya
me lo temía: una campaña más, mismas formas de acercarse a los ciudadanos a
partir de la destrucción de los bienes públicos.
En
tiempos de redes sociales hiperactivas y toda suerte de artilugios tecnológicos
para acceder a éstas, los candidatos venezolanos, tanto de oposición como los
del oficialista, insisten en los grafitis, los afiches pegados a paredes,
postes y otras estructuras urbanas, como si en el uso desmedido de esos
carteles, colocados como en un frenesí de pega y papel, estuviera asegurado el
acto de congraciarse con los electores.
Ya
sabemos que las normas electorales poco o nada se cumplen. Hay algunas que
indican, por ejemplo, que los recintos educativos, es decir las escuelas donde
estudian nuestros hijos, no sean usados para la colación de propaganda electoral.
Pues esa norma, ciertamente nítida en cuanto a los límites para el festín
proselitístico, también es violentada.
Pero
es que, pienso y escribo yo, la prohibición de usar carteles y pintura debería
estar totalmente prohibida para bien del ornato de la ciudad.
Es
decir, esa manía de colocar 50 carteles uno tras otros, apiñados en una pared o
una parada del transporte, no tiene razón de ser por al menos dos razones:
primera, comunicacionalmente hablando, no es mucho lo que aportan y, segundo,
retirar tales carteles o grafitis entraña un alto costo para la ciudad y para
los particulares afectados (comercios o residencias).
Desesperados,
algunos candidatos aferrados a las desgastadas formas de hacer política, y por
lo mismo campañas, lanzarán un grito al cielo para decir que sin ese ataque
desmesurado sobre la integridad de la ciudad ellos no podrían ofertarse como
fichas para una diputación o cualquier cargo público. Pues que griten y
pataleen. Es bueno decirles a estos señores que si la política ha cambiado,
pues es obvio que también evolucionen las formas de hacerla. Y en esto la
campaña electoral, reenfocada a partir de evitar los daños a la ciudad, debe
ser una parte de la propuesta de los candidatos. Digamos que si los candidatos
destruyen los bienes públicos para decirnos que quieren trabajar por nosotros,
estarán enviando un contradictorio mensaje a los posibles electores.
Usen
los mensajes de textos, las llamadas telefónicas, el Facebook, el Twitter, el
WhatsApp, el correo electrónico, la visita casa por casa, los mensajes de
radio, la televisión, los espacios informativos en línea, el volanteo
respetuoso, el material POP, la música… En fin; hay mil caminos para llegar al
corazón de los electores pero esa senda no debería incluir la destrucción del
ornato con la colación desmedida de afiches y grafitis. ¡Por favor!
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