Una de las inauditas pintas gubernamentales afectando una obra de gobierno. Aunque suene feo a eso lo llaman en el verbo popular "escupir para arriba".
¿Cómo pueden calificarse las autoridades de
gobierno que agreden los espacios comunes? Parece un contrasentido pero en
Mérida vemos ejemplos de lo que puede haber en mente de algunos funcionarios,
partiendo desde el mismísimo Gobernador, pasando por directores de organismos,
concejales y demás figuras de la autoridad pública.
Es algo así como un médico que le causa una
herida a su paciente. Un jardinero que arroja veneno a las flores o un
electricista que corta los cables de las lámparas para que éstas no alumbres. O
sea: lo contrario a lo que deberían.
Allí están, grotescas y sin pudor alguno
por la destrucción, las pintas o graffittis que algunos miembros del propio
partido de gobierno han hecho en distintos puntos de la ciudad.
La que más me llama la atención es la que
“adorna” una pared blanca e inmaculada – al menos lo era – ubicada en la calle
26, en el área donde se construyen las nuevas obras del trolebús.
Impacta porque siendo una propaganda
pinturreteada en una obra de gobierno, se jacta en su mensaje de resaltar la
obra de gobierno. Es decir, se destruye y afecta eso que se quiere destacar. No
entiendo.
Y tampoco entiendo el silencio de las
autoridades del Trolebús, aunque si los comprendo. Semanas atrás las
autoridades del Trole denunciaron a graffiteros que con sus acciones
vandálicas destruyen los bienes del trolebús. Ciertamente la agresividad con la
que actúan estos maleantes, destaca por su constancia y amplitud.
Pero en esta ocasión el daño fue igual,
sólo que fue cometido por militantes del partido de gobierno. Y como la obra es
del gobierno ¿A quién reclamar o echar la culpa?
Sólo digo que con amigos como estos nadie
necesita tener enemigos. Muy mala imagen
dan de lo que tienen en la cabeza, ya que no llegan a pensar en la destrucción
como mecanismo para, a troche y moche, hacer propaganda política, de la peor
calaña. Pero así estamos: con una ciudad en la que sus autoridades se hacen los
locos ante la ofensa.