Debemos reconocer nuestra realidad: nos cuesta mucho,
muchísimo, terminar una obra. Es un mal congénito, algo genético, es nuestro
signo distintivo. Pero ojo: no lo digo sólo por la comprobada lentitud del
actual gobierno en el tema de la eficiencia constructiva. El mal nos viene como
mínimo de medio siglo atrás.
Parece - eso cuenta mi octogenario padre - que hubo una
época en la que el panorama era distinto. Que el puente sobre el río Chama se
construyó en insólitos seis meses. O la Plaza de Toros de Mérida en 4 meses. El
Teleférico más alto y largo del mundo, en 3 años con el detallazo, como para
que nos duela, que fue levantado a lomo de mula, sin los recursos tecnológicos
que hoy permiten, en cualquier sociedad deseosa de terminar sus obras, hacer
las cosas más rápido.
Por supuesto, hay explicaciones para semejante defecto
social. Ya muchos han dicho que nuestro problema no son los recursos
monetarios. Tampoco la falta de ideas y mucho menos las urgencias que nos
motivan a construir una obra, sea esta un hospital, una carretera, un estadio,
un puente, una escuela.
Tenemos pues las necesidad de construir, los recurso
económicos y hasta el ingenio porque no neguemos que el talento venezolano es
de fama mundial.
Entonces… ¿Qué impide concretar una carretera, cuyo
tiempo de construcción es de 3 años, en un período sensato y no en los 25, 30
años que en promedio tienen varias vías nacionales (San Cristóbal – La Fría,
pongamos por caso)?
Se han lanzado explicaciones que permiten suponer que
por allí van los tiros de nuestra absurda lentitud y poca eficiencia. La
corrupción se sitúa en la punta de las razones. Es decir, no se termina una
obra porque si se termina se acaba las irregularidades que permiten a algunos
particulares, funcionarios públicos, empresarios y otros, tomar su tajada de
los dineros que el Estado pone en manos de los gobiernos locales, regionales y
el nacional.
Pero también la ineficiencia vestida de indolencia.
Unos malos estudios, unos proyectos errados e inservibles, que se pagan bien
caros, para que luego tengan que venir otros a rehacer los entuertos e intentar
poner la obra en marcha.
Acá en Mérida tenemos varias obras grandes en
ejecución. Unas son públicas, otras privadas. Está claro que los privados
desean iniciar una obra y terminarla en el menor tiempo posible porque sino las
ganancias disminuyen o incluso desaparecen para dar lugar a enormes deudas a
partir del aumento de materiales y otros males propios de nuestra irregular
economía caracterizada por escasez, acaparamiento de productos, especulación,
que se refleja igual para la hechura de una torta de cumpleaños que para un
puente.
Lo anterior suma, pues, una novedad: no se terminan las
obras porque a veces no hay como terminarlas. Lo cual le agrega a los males ya
descritos de corrupción e ineficiencia, el elemento de la imposibilidad de
acceso a los recursos para echar adelante un proyecto.
El trolebús, el teleférico, el trolcable, el enlace Don
Pedro (cuya foto mostramos), la perimetral Sur, el Mercado de Mayoristas, el
nuevo puente sobre el río Chama, son, entre otras, obras que dan un paso hoy y
deben medir en años el próximo escalón. Y eso que en Mérida, mal que bien, la
cosa camina… Nos cuesta un mundo.
Para que constatemos que grandes obras no implican una eternidad o la imposibilidad de concluirlas, les dejo el enlace para que aprecien como el principal aeropuero de Shanghai, una obra pública construida por el gobierno de un país, logró construir su primera fase (el aeropuerto como tal) en 2 años, con una inversión superior a los 12 mil millones de dólares. Esta terminal ocupa un área que equivale a la ciudad de Mérida (unos 40 Km2). El enlace es este: Aeropuerto de Pudong
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