El deporte, sin proponérselo, termina convirtiéndose
muchas veces en el mejor escenario para observar el desenvolvimiento de algunas
máximas que pueblan el mundo político, social y económico, sentencias que
pueden ser observables como quien manipula con bata blanca y tapa boca los
tubos de ensayo en un tranquilo laboratorio.
Por ejemplo, allí está comprobada, sobre el gramado, la máxima de que un solo hombre, un genio, la
gran figura, no lo puede hacer todo porque sobre el terreno las infinitas
variables obligan a trabajar en equipo, más allá de la seguridad, el respaldo,
el ánimo y la inspiración que aporta tener un ídolo sobre la cancha. En este
sentido la selección de fútbol de Argentina, sin duda alguna una de las mejores
del mundo, ya ha comprobado que tener en sus filas el genio de Lionel Messi –
el mejor jugador del planeta - no
garantiza en lo absoluto que los partidos estén ganados. Aún más, a estas
alturas, luego de varias desilusiones, han establecido que tampoco se puede
poner a todo el equipo a trabajar en función de un solo hombre, en este caso
Messi, ya que no sólo se produce un sacrificio innecesarios de las posibilidades
con otros nombres, sino que la ultradependencia hacia lo que pueda hacer o no
la bota milagrosa de un gran jugador se paga caro si, por ejemplo, el otro
equipo decide anular cada jugada de nuestro único hombre, el salvador.
Recientemente, este mismo fin de semana, la selección
nacional de beisbol, demostró que la suma de varias estrellas tampoco garantiza
saborear las miles del triunfo, y mucho menos levantar, al final, la copa de
campeones a nombre de Venezuela.
En efecto, la “vinotinto del beisbol” visitó Puerto
Rico plagada de figuras de la talla de Pablo Sandoval, Miguel Cabrera, Carlos
Zambrano, entre otros. El diario Panorama resumió en un párrafo, con gran desilusión,
el potencial que llevó Venezuela al Clásico Mundial de Beisbol pero que no
bastó para brindarle la alegría del triunfo a nuestro país: “un triple coronado,
tres premios al Jugador Más Valioso, tres Guantes de Oro, 11 participantes del
Juego de Estrellas de Grandes Ligas y dos autores de juegos sin hits no
bastaron para que Venezuela se despidiera del Clásico Mundial de Béisbol en
apenas dos encuentros”.
Es decir: no se trata de tener un gran ídolo en tu equipo,
aquel que concretará todas nuestras aspiraciones, así comol tampoco parece ser
garantía la suma de muchos ídolos en el mismo equipo.
Para decirlo de forma más clara y llana: no se trata de
ídolos. Se trata del equipo, del conjunto, de la suma de las partes. Y es lo
que muchas veces nos cuesta entender. De allí nuestra tendencia, no venezolana,
más bien humana, a poner toda la carga sobre los hombros de un solo hombre o
mujer, con la esperanza de que mientras nosotros andamos en lo que andamos,
aquel ser se las ingenie para responder por todos los demás. Si lo logra
aplaudimos. Si falla, lo criticamos. En el deporte tal estrategia se paga con la derrota, con la
desilusión de no tener entre las manos el título de campeones. En política, esa
visión mesiánica, que apuntala al salvador, tiene las mismas consecuencias que
en el deporte. El equipo no avanza. Eventualmente se puede producir la
genialidad, pero la apuesta es demasiado alta. La garantía del equipo
ensamblado, donde el todo es más que la suma de las partes, será siempre la vía
más racional para alcanzar el éxito, siempre anhelado. Incluso, si no
levantamos la copa de campeones, queda la sensación de que cada quien hizo
realmente lo que debía, y ese sentimiento tiene el mismo sabor de la victoria.
No digo más: el equipo es Venezuela y nosotros no somos Messi, ni Sandoval, ni
Cabrera, pero somos la pieza necesaria para que el conjunto avance.
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