El aeropuerto
nacional Alberto Carnevali – que sirve a la ciudad de Mérida – reabrió sus
operaciones luego de más de cinco años sin actividades para las aerolíneas
comerciales. Es una excelente noticia para Mérida, sobre todo para todo aquello
vinculado a la actividad turística.
Sin embargo,
algunas personas consideran que la buena nueva no es tal. Son aquellos que,
desde su perspectiva y análisis, estiman que el aeropuerto de Mérida debe
cerrarse para siempre ya que su presencia es un signo inequívoco de una
tragedia aérea inevitable, que más temprano que tarde se cernirá sobre la vida
de esta ciudad.
Con todo respeto
a las opiniones diversas sobre una instalación tan notoria como el aeropuerto,
estimo que toda estructura o servicio que el ser humano incorpore a su vida
urbana implica un grado de riesgo intrínseco que sin embargo debe confrontarse
con los beneficios que dicho riesgo implica.
Pongamos un
ejemplo: si usted quiere disfrutar de unas vacaciones de ensueño en una isla
paradisíaca con todos los gastos pagos, deberá tenetr en cuenta que el disfrute
de ese viaje implicará un despalazamiento (por aíere, mar o tierra) que
implicará un evidente riesgo de que un accidente ocurra. Pero es poco probable
que usted desista del viaje por esa evidencia. En el fondo usted manejará las
estadísticas sobre las posibilidades de que algo malo ocurra y sopesará el tipo
de vehículo, momento del viaje, medidas de seguridad, seriedad de las empresas
transportista, entre otros factores, para concluir que el riesgo es manejable.
Es decir, si
bien no es posible erradicar el riesgo – ya que es un factor implícito en la
propia actividad humana – ciertamente sí es manejable en un grado tal que
porcentualmente sea preferible hacer el viaje que quedarse.
En el caso del
aeropuerto de Mérida, desde nuestro punto de vista, pasa igual: su presencia en
la ciudad implica un riesgo (si es alto, medio o bajo ese riesgo dependerá de
muchos factores operativos) pero queda claro que ese factor de riesgo es un
elemento humana y técnicamente manejable.
La versión de
que el Alberto Carnevali está en plena ciudad de Mérida, rodeado de casas y
comercios no parece ser un argumento contundente para su cierre. En buena
medida, muchos de los principales aeropuertos del mundo tienen deben afrontar
la circunstancia de estar ubicados en áreas urbanas. Un ejemplo es la ciudad de
Nueva York. En su zona metropolitana no hay uno sino tres grandes aeropuertos
que efectúan miles de operaciones diarias: son el Aeropuerto John F. Kennedy, el
Aeropuerto
LaGuardia y el Aeropuerto Internacional Libertad de Newark.
La posibilidad
de un accidente está siempre presente. Pero acciones como las mejoras en pista,
equipamiento para las comunicaciones, la selección de modelos de aeronaves
compatibles con las características de pista y la altura de la ciudad, sumadas
al adiestramiento de pilotos, cumplimiento de los corredores aéreos de salida y
aproximación, mantenimiento de las aeronaves, no utilización en horas de la
noche o bajo poca visibilidad, cierre en condiciones meteorológicas adversas
(lluvia, vientos) todo ello garantiza un margen de maniobrabilidad en la
seguridad que, en definitiva, justifican los beneficios de tener un aeropuerto
operativo.
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