Suscribo
las siguientes líneas, exactamente dos años después de haberlas escrito. Me
duele que poco haya cambiado la situación… Dice así:
Una
conocida profesora de la ULA recibió hace unos días a unos investigadores que
vinieron de Europa, en una visita académica a nuestra ciudad. Los atendió,
fueron de aquí para allá, concretaron las reuniones que debían cumplir y
finalmente los despidió. Al final esta amiga exhaló como quien contiene por un
largo rato la respiración: “Yo dije: por fin se fueron. Era que se me caía la
cara de vergüenza por lo que tuvieron que ver, oler y sufrir en Mérida durante
esos tres días. En verdad sentí una gran pena ajena”, confesó la profesora aún contrariada.
Por
supuesto que la historia es real. Y en una ciudad que se pretende turística
como Mérida, esa pena ajena la debemos sufrir a cada rato, porque todos los
días transitan nuestras calles no sólo turistas nacionales, sino muchos
internacionales que, por suerte, casi siempre desean salir de la ciudad a
recorrer el campo, menos atestado de basura, mugre y caos, que nuestra pequeña
pero malograda metrópolis.
Hay
algo, sí, en lo que difiero de mi amiga la profesora: ya, a estas alturas, no
debemos sentir pena ajena sino pena nuestra, pena propia. Es decir, un profundo
sentimiento de que lo que ocurre es, en gran parte, nuestra responsabilidad. De
la pena ajena a la pena propia hay una gran diferencia de percepción. Ambas nos
avergüenzan, pero la pena propia nos debería hacer ver la causa de nuestra
incomodidad, no como quien pasaba por allí caminando y de repente se topó con
ese escenario vergonzoso, sino como aquel que debe responder “presente”, cuando
alguien pregunte por los responsables.
Por
Mérida debemos sentir algo de perturbación, incomodidad, vergüenza tal vez.
Pero no para sonrojarnos sino para buscar acciones.
Allí
tenemos aún vivito y coleando el problema de la basura. Se evidencia en cada
calle, cada avenida, cada esquina. Entendemos de las acciones y esfuerzos de la
Alcaldía y de la Gobernación pero, como diría un abogado “a las pruebas me
remito” y esas están a la vista y al olfato de quien se dé una vuelta breve por
la ciudad.
El
barrido de las calles del centro sólo alcanza el casco central. Las principales
avenidas de la ciudad lucen sucias pero… ¡Hay más!: el monte que crece en las
áreas verdes de avenidas como Los Próceres, Alberto Carnevali y Las Américas,
es un verdadero símbolo de desidia.
Es
por ello que más de uno afirma que el problema generado con la basura no es el
único mal de nuestra ciudad sino que ese aspecto es una parte de un mosaico
mayor, donde queda claramente dibujada la ineficiencia de la alcaldía y de la
gobernación. Hay monte y culebra, paradas destruidas y sucias, paredes mugrosas
y empapeladas, escombros, indigencia, avenidas a oscuras, parques y plazas
maltrechas, falta de autoridad vial, postes caídos, mobiliario urbano en
pésimas condiciones de mantenimiento, huecos, calles y avenidas sin
demarcación, semáforos dañados. Por favor: ¡No digan que es sólo la basura! Es
muchos más, es un olvido, una insensibilidad para con una ciudad pequeña, de
seguro fácil de gobernar en términos estrictamente poblacionales y espaciales.
Por favor, amigos del gobierno municipal y regional, de la alcaldía de
Libertador y de la Gobernación: no digan que nuestro mal es sólo el de la
basura porque cuando lo dicen, allí sí, lo que nos producen es pena ajena. / Foto: Cortesía Carlos Unhelms