El
pasado sábado en horas de la noche (cerca de las nueve) bajaba por la avenida
4, desde Milla. La idea era mostrarles la plaza Bolívar a algunos familiares
que, en plan de turistas, nos visitaban. Cuando llegamos a la plaza la oscuridad
fue nuestro comité de bienvenida.
A
duras penas dos o tres postes estaban
encendidos. La oscuridad no sólo convirtió el respetado espacio de El
Libertador en una suerte de boca de lobo, sino que creaba una atmósfera de
atemorizante inseguridad.
Ni
que decir: nadie se animó a bajarse ante semejante espectáculo de olvido y
decadencia. Incluso los edificios circundantes, de lo mejor que tiene Mérida en
cuanto a arquitectura, estaban perdidos en las tinieblas.
Mientras
en Las Heroínas todo era luz y color, en la plaza más importante, todo era
silencio y oscuridad. ¿A quién le reclamamos?
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