Por
supuesto que El Chavo tuvo sus detractores justificados.
Me refiero que, a
conciencia, ciertas situaciones que se mostraban en esa vecindad mexicana de la
década de los setenta, pueden ser cuestionadas a la luz de los avances en
materia de derecho infantiles, juveniles, de la mujer e incluso de las personas
de la tercera edad (recordemos que la Bruja del 71 recibía burlas por su vejes).
Del
mismo modo se le pueden buscar al Chapulín Colorado las costuras de su
discurso. Y por el mismo camino van el Chompiras o el Dr. Chapatín.
Pero
todo ello cae en un distante plano cuando recordamos las risas. Cuando vienen a
nuestras mentes las tardes viendo las tremenduras del Chavo y los chistes a
costa de Don Ramón y del Señor Barrigas. Risa sencilla, fácil, ligera y a veces
hasta elemental. Así eran los momentos que prodigó Roberto Gómez Bolaños, el
actor que logró transformar su humor en una bandera latinoamericana en el
mundo.
Y es que el peso de un rostro sonriente al final de la tarde es
mayúsculo cuando se compara con cualquier cuestionamiento. “Es más fácil
obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”, dijo en
una ocasión el escritor William Shakespeare. Así lo hizo el Chavo y otros
personajes del genial Chespirito: conquistaron el mundo montados en el caballo
de una sonrisa.
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