Venezuela,
según las estadísticas de la OMS, es uno de los países con mayor cantidad de
accidentes viales en función del número de habitantes.
En
esos accidentes han estado involucrados, cada vez con preocupante frecuencia,
autobuses de líneas extraurbanas o expresos, como mejor los conocemos en
nuestro país.
Semanalmente,
y de manera consistente en los meses de octubre y noviembre, la prensa reseña
la muerte de venezolanos que tomaron el
autobús en algún terminal con la esperanza de llegar a su destino pero por
razones que deben ser muy bien revisadas, no alcanzaron ese sencillo deseo.
Cuando
digo que los accidentes de autobuses deben ser seriamente revisados es porque
si bien están documentadas las causas principales y recurrentes de esos
siniestros de carretera (exceso de velocidad, consumo de alcohol entre las más
citadas) pareciera que nuevos elementos surgen en esa lista o, bien, se
redimensionan como causales que antes eran marginales y que ahora pudieran ser
protagónicos.
Por
ejemplo, lo referente a la condición mecánica de las unidades. El impacto de la
falta de repuestos – situación que todos sufrimos en primera persona – debe
tener un efecto directo en aquellas empresas que sustentan su actividad en el
uso de vehículos a motor, tal es el caso de las líneas de transporte.
Además,
cada vez son más frecuentes las unidades accidentas. Hacer un viaje sin el
fantasma de las averías técnicas o sin accidentes, es una verdadera proeza.
Cuentan
los más viejos que por allá en los años 40 y 50 todavía prevalecía la costumbre
de despedir al viajero que se aventuraba a cruzar el páramo en unos vehículos
con asientos de tabla y que entre resoplidos mecánicos intentaría la misión de
atravesar el país para llegar a un destino lejano e incierto. De Mérida a Caracas un par de días de travesía no era
poca cosa en aquellos lejanos años. Pero, sobre todo, los viajeros encomendaban
sus vidas a sabiendas que un viaje siempre era una posibilidad de no retorno.
Hoy
en día esas prácticas, ya en desuso, tal vez deban ser retomadas.
El
viejo refrán dice que uno bien sabe cómo sale pero no como regresará. Nada más
vigente en estos momentos.
Pero,
volviendo sobre las causas de los accidentes de autobuses, alguien debe decir
si la frecuencia de tales tragedias se corresponde con una situación de
causales específicas o nuevas o si bien
se trata de las consabidas situaciones ya establecidas anteriormente como
elementos propiciadores de accidentes. También sería importante que quienes
manejan las estadísticas indiquen si ese repunte es parte de las tendencias o
si bien hay un salto en los números.
Todo
ello es importante por la sencilla razón de que alguien debe responder por las
muertes. No estamos hablando de una muerte aislada sino de decenas de hombres,
mujeres y niños que dejan su último aliento en medio de un amasijo de metales,
cables y asientos.
Esas
muertes, entre las que se cuentan la de muchos merideños, deben tener, por parte
del Estado, una respuesta que sería una muestra de respeto ante la fatalidad y
el luto. No debemos quedarnos con la explicación de que fue el destino y la
mala fortuna la respuesta para toda tragedia. La irresponsabilidad de unos cuantos puede estarse beneficiando
de esa aptitud de decir que los accidentes son, siempre, la expresión de la voluntad
de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario