Por
dos razones, no me agrada escribir sobre temas vinculados a la política: los
argumentos, en estos terrenos, pueden estirarse como chicles hasta abarcar
cualquier propuesta, por descabellada que esta sea, y, por otro lado, porque
considero que en los tiempos que corren, más allá de este servidor, hay mejores
mentes, con más amplitud de criterios y mayor base de análisis, para aportar algunas reflexiones en el ámbito
de las consideraciones políticas.
Pero
me motiva, en este momento concreto, la llegada de un mes de enero donde
soplan, con la misma intensidad que los vientos vespertinos, los rumores,
supuestos y escenarios en los que, una vez más, se asoman salidas violentas a
la crisis de abastecimiento que estamos sufriendo los venezolanos y que, en lo
que a mí respecta, sólo es posible superar con un decidido plan de inversiones
que alienten la productividad en todos los órdenes de la economía. Eso pasa por
desarmar el modelo importador (que parece sostenerse sobre un robusto andamiaje
de corruptelas) por otro en el que la inversión privada y la pública apunten
hacia lo que parece hoy en día una utopía: autoabastecernos de los productos
básicos.
En
estos primeros días de enero surgen las voces que alientan el tránsito por
caminos por los que ya los venezolanos hemos deambulado y de los que hemos
regresado con las manos vacías y el corazón y el alma llenos de cicatrices.
En
un artículo que amablemente me hizo llegar el profesor Fortunato González, éste
intenta desalentar las iniciativas de aquellos que ven en un uniforme militar
la salida a la crisis que nos golpea cotidianamente. Aprovecho para remarcar
que si bien, como apunté, esta crisis tiene como expresión máxima la
imposibilidad de asegurarnos el sustento regular mediante el acceso a bienes
básicos, su radio de acción es decididamente más amplio, abracando no sólo la
economía, sino generando distorsiones sociales como una mayor criminalidad y
violencia, un desestimulo social a partir de la pérdida progresiva de la
iniciativa y, cosa terrible, un terreno regado y preparado para el surgimiento
de mafias, corrupción, mercados negros y todo un inframundo en el que el propio
Estado y el gobierno de turno, toman partido.
Volviendo
sobre el artículo de González (quien además de ex alcalde es el director del
Cieprol-ULA) me sumo a sus consideraciones sobre las alternativas que un
demócrata debe aupar, aún en los peores escenarios. En este caso, la vía
electoral es, aunque suene estrafalario en un contexto institucional en contra,
el camino que debe marcar las apuestas por salir de la situación que nos
afecta.
La
organización social, la protesta pacífica, el abordaje de los espacios públicos
con propuestas claras, viables y coherentes, los debates, la conquista “del
otro pensar político” a partir de la evidencia y exposición de lo que no está
bien y de lo que debe mejorar y, finalmente, la nitidez de los caminos para
llegar a ser mejores, deben ser los escenarios que ocupen el tiempo de aquellos
que no estamos conformes con lo que se ve en las calles.
El
rumor como elemento de inquietud y zozobra, las propuestas de violencia y, aún
peor, el ir tras los pasos de botas militares con circunstanciales afinidades
políticas, no son, en lo personal, invitaciones creíbles. Sin embargo, cada
quien es libre de apoyar los cambios que mejor crea y tomar las sendas que
considere históricamente convenientes. En cualquier caso, entre todos debemos
asumir la responsabilidad de construir un mejor país o, en su defecto,
lamentárnos una vez más de los errores cometidos.