El pasado viernes, cuando este agosto turístico
contaba sus últimas horas, decidí salir con la familia a caminar hacia los
lados de Las Heroínas para observar el movimiento de la ciudad y compartir una
que otra conversa con gente de otros lares, ejercicio ciudadano siempre
gratificante.
Nos llamó la atención la gran cantidad de
visitantes: eran cientos de turistas que iban y venían con sus acentos
mezclados, sus bromas y esa actitud relajada que solemos tomar cuando nos vamos
de paseo. Todos parecían pasarla bien.
Caminamos de Las Heroínas hacia Las Américas.
Serían las 7:00 de la noche cuando la oscuridad tomó la ciudad. No hablamos de
la noche, sino de la oscuridad. Uno de los casos más graves de falta de
iluminación lo palpamos en el Viaducto campo Elías, por donde a esa hora
cientos de personas caminaban apurados. Si no hubiese sido por las luces de los
vehículos que circulaban a esa hora, la oscuridad hubiese sido total.
A ver, nosotros como ciudad turística
tenemos una responsabilidad clara: tratar de la mejor manera a los que toman la
opción Mérida como destino para sus vacaciones. Dejarlos que caminen a oscuras
no es precisamente una buena atención, ni un buen trato. Además el Viaducto es
ni más ni menos una de las vías más emblemáticas de la ciudad por lo que su
iluminación no es una alternativa sino una obligación de Corpoelec y las
autoridades tanto de la Gobernación (Cormetur, por ejemplo) como de la Alcaldía
del Municipio Libertador.
Si esa es la realidad del Viaducto Campo
Elías… ¿Qué puede esperarse de otras zonas menos visibles de la ciudad? Creo,
en definitiva, que alguien debe salir a
explicarle no sólo a Mérida sino a su turismo qué ocurre con la iluminación de
amplios sectores de la ciudad.
El turismo no puede quedar a oscuras en
plena temporada. Alguien debe estar atento (a) de que cada detalle funcione o,
al menos, un servicio tan básico y elemental para una ciudad como lo es su
iluminación.
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