La semana pasada mencionamos el caso de una
ciudad ejemplar ubicada en Alemania. Se trataba de Dresde, actualmente una
encantadora urbe que demuestra con trabajo e ingenio que un feroz bombardeo no alcanza
a detener los deseos de progreso de un pueblo.
En medio de tantos problemas que cargamos a
cuesta en nuestras ciudades (recolección de desechos, inseguridad, violencia,
deterioro del patrimonio, precariedad de los servicios públicos, entre otros) es
bueno saber que ciudades que hoy vemos convertidas en ejemplos de buen vivir,
sortearon en el pasado situaciones inimaginables que sorprenderían por lo
crudo. Y sin embargo, allí están esas ciudades: de pie, como ejemplos de que no
hay problema que no pueda ser superado
por el deseo de los ciudadanos.
Hiroshima, es, con mucho, el ejemplo más
palpable de lo que comentamos. Ver la ciudad hoy, para alguien que no esté
enterado de la historia, supone encontrarse con una metrópolis moderna,
eficiente y próspera.
Y sin embargo Hiroshima fue escenario del
primer bombardeo atómico de la historia, el 6 de agosto de 1945, en el final de
la Segunda Guerra Mundial. Cifras: 120 mil muertos, 360 mil heridos, 90% de la ciudad hecha
escombros.
Hiroshima no enterró su pasado. Su
principal monumento urbano es un edificio en ruinas, recuerdo del ataque
atómico. Cada día tal vez la gente se acuerde del bombardeo nuclear. Pero esas
cicatrices han sido cambiadas por trabajo y esfuerzo. La ciudad es el resultado
de la voluntad de sus habitantes.
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