Dresde es una
ciudad ejemplar. Es la capital del estado de Sajonia, en Alemania. Su historia
ha estado plagada de grandes desgracias que en vez de someter a esta urbe, la
han llevado a mostrar uno de los mejores ejemplos de resiliencia urbana, tal
vez comparables con Hiroshima, la ciudad japonesa arrasada por la primera bomba
atómica.
Dresde sufrió el
que se considera uno de los más mortíferos bombardeos aéreos de la historia.
Casi no quedó un bloque en pie.
Y, sin embargo,
hoy Dresde es una ciudad con una de las mejores adaptaciones a las exigencias
de la impredecible economía europea y mundial. Llaman a Dresde “Ciudad Cultural”,
un título que debe decir algo en una Europa repleta de otras ciudades con esa
característica destacable.
De las ruinas ha
surgido una ciudad hermosa, renovada. Casi no quedan cenizas de aquel fantasmal
lugar post Segunda Guerra.
Dresde es una
inspiración para otras ciudades que no han sido pulverizadas. Allí debe verse
toda urbe que crea que no hay nada que hacer ante unos problemas que
consideramos sin solución. Desde Dresde llega la inspiración.
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