No seré tan dramático y
negativo como para decir que a los merideños no nos queda ni un rastro de
cortesía. He tenido referencias de gente venida de otras zonas del país
quienes, luego de visitar la ciudad de Mérida, e incluso algunos pueblos de nuestro estado,
se van con el buen sabor de haber compartido en una región en la cual sus
habitantes aún practican la humana acción de sonreír, dar la mano, dar las
gracias, desear los buenos días, ponerse a la orden.
Es decir, aunque los
habitantes de más edad, esos que han visto el evolucionar de Mérida en el
tiempo – de calmada e introvertida urbe a ciudad con ciertos aires cosmopolitas
y abierta a todas las visiones y pensares de nuestra propia Venezuela –
consideran, estos abuelos, que es mucho lo que se ha perdido de cortesía, aún
pueden verse rastros, vetas o, para
aquellos más pesimistas, piscas de cortesía en alguna calle o esquina.
Entonces me cuento entre
los que creen que la cortesía, como rasgo humano deseable – indistintamente del
punto del planeta donde uno se encuentre - aún vive entre nosotros, que no se ha ido del
todo y que es expresada en la cotidianidad de la vida sencilla que aún se suele
practicar entre estas montañas.
Lo anterior no significa,
sin embargo, que no existan razones contundentes como para estimar la urgente
atención de la cortesía como patrimonio.
Hablamos de la cortesía
como gesto nacido de valores humanos
como el respeto, la humildad, la tolerancia, la bondad. Es decir: la cortesía
como expresión continuada de previos valores de la gente, esos que se
construyen al fuego lento de las tradiciones, de un modo de vida sosegado y
alejado del atropellamiento de los demás.
Es buena la aclaratoria
de este tipo de cortesía que merece atención en términos de rescate cultural,
ya que en los tiempos que corren, la cortesía también ha sido llevada a los
terrenos de la impostura, de barniz para el acompañamiento de prácticas
comerciales que requieren personal altamente cortes, no tanto porque así les
nazca sino porque en los manuales corporativos la sonrisa es parte de la
mercancía. Aunque se comprende que para atender a un cliente lo mejor es una
sonrisa y unos buenos días afectuosos, ciertamente la cortesía que defendemos
aquí o a la que hacemos alusión en estas líneas es la que habita en el trato
más humano que hace parte del inventario cultural de la gente y que cobra forma
espontánea en una buseta, en el mercado de verduras o en la cola del banco.
La cortesía es, desde el
anterior punto de vista, un patrimonio y por ende debe ser visto desde la
perspectiva de lo que representa en la identidad de la ciudad, tanto para sus
propios habitantes como para quienes visitan a Mérida.
Debemos esmerarnos porque
la cortesía reciba el estímulo para que se fortalezca a partir de la
reactivación de los valores que la acompañan.
En ese propósito de hacer
que la cortesía no se vaya, no desaparezca o no quede como curioso remanente de
una Mérida de fotografía, se han anotado instituciones como el Grupo de
Investigación Sobre el Espacio Público (Gisep), adscrito a la Facultad de
Arquitectura y Diseño de la ULA, y desde el cual se ha construido, con el
concurso de una gran cantidad de colaboradores, una estrategia sencilla pero
necesaria para tenderle la mano a la cortesía, con el ánimo de que tome impulso
como aspecto característico de Mérida.
Bajo el lema de
“Bienvenida la cortesía”, en los próximos días en la ciudad se verán los gestos
de aquellos que no desean que la cortesía se nos vaya.
Con un gracias, una
sonrisa, un favor, una atención, la estaremos convenciendo para que siga
habitando entre nosotros.
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