El querido amigo Amable Fernández, escritor
de excelente pluma y, para más señas, nativo de Mucutuy – tierra generosa con
la literatura – escribió por allá a inicios de los años 90 un libro cuyo título
se desdibuja un poco en mi memoria pero que expresaba algo así como “las
piedras hablan, los muros se lamentan”.
Si bien la imagen de unas piedras en franco
diálogo simbólico resulta literariamente llamativa, la de los muros quejándose
es para mi muy impactante.
Cada vez que recorro el casco central de
Mérida me viene a la mente el libro de Amable por un detalle sencillo: yo creo
que las paredes del centro también se lamentan. Y no por culpa de la vejez
centenaria o bicentenaria que se abalanzó sin compasión sobre los muros de las
casas más antiguas sino por la agresión humana, jamás vista, en esta malograda
pero aún bella ciudad.
Hay paredes en el centro de Mérida que no
aguantan un papelito más. Usted las mira y no podría adivinar que color o que
textura hubo debajo de los cientos de anuncios que se apiñan como una
enfermedad cutánea extraña, como esas que suelen mostrar algunos canales de
televisión sobre la vida de algunos desafortunados que sufren insólitos males
del cuerpo.
Las paredes del centro de Mérida – y en
general de buena parte de la ciudad – son una vergüenza. En ellas podemos tener
una fotografía del grado de deterioro que evidencia Mérida desde todo punto de
vista: mantenimiento, ornato, servicios, estética urbana, equipamiento,
ambiente.
Es decir, una pared de esas que se ubican
sobre todo cerca de las paradas del transporte público permite tener un retrato
de lo que somos en este momento para la ciudad: más enemigos que amigos.
La principal causa de ese lamento de las
paredes la encontramos en la exagerada propaganda electoral a la cual recurren
los candidatos a cualquier cargo en un errado intento por ganar la simpatía de
los ciudadanos. El extraño comportamiento electoral se mueve bajo la tesis de
que para llegar a regir los destinos públicos o ser parte del poder
gubernamental primero se debe forrar la ciudad de pies a cabeza con el rostro
sonriente del aspirante. Algo así como “destruyó, luego mando”.
Pero hay otras fuentes que generan lamentos
en las paredes y muros de la ciudad, sean estos de viviendas, comercios,
instituciones educativas, oficinas de gobiernos o incluso estructuras
consideradas patrimonios arquitectónicos de la ciudad: la publicidad de eventos
como conciertos, bailes, rifas, concursos y otros, se pegan indiscriminadamente
en cuanta pared se consiga.
Si alguien desea alquilar una habitación no
dudará en pegar un papel sobre la puerta de la catedral. La agresión tiene
puerta franca.
También los grafiteros se suman a este
festín sobre las paredes. Sé que hay
muchos artistas urbanos cuyos grafitis más bien adornan algunas paredes. Pero
estos amigos y amigas saben muy bien que
hay otros que gustan de estampar garabatos absurdos, a manera de
firma, sobre cualquier propiedad. La intención de estos depredadores es algo
así como señalar que “esta ciudad es mía”.
Ante estos hay que hacer algo. Recuperando
las paredes de la ciudad se producirá un
cambio visual tan notorio que todos lo agradecerán. Por ahora, seguimos
escuchando los lamentos.
1 comentario:
Muy bueno su artículo sobre los muros. Siempre me causa mucha tristeza ver esa fealdad.notes
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