Pese a que algunos de mis
amigos dicen estar hastiados de la presencia de motorizados – y se enfurecen
cuando en las esquinas o frente a los centros comerciales ven amontonadas
decenas de motos – en lo personal no tengo ningún sentimiento en contra de las motos
como vehículo.
Estar en contra de las
motos (de la máquina) es como estar en contra de los cuchillos. Un cuchillo, su
existencia, no implica necesariamente que su destino será, de forma inexorable,
la garganta o el pecho de algún desafortunado, como tampoco una moto significa
que su poseedor es una persona con intenciones de chocarnos o robarnos. Como decía
mi difunta abuela: “una cosa no lleva a la otra”.
Lo que sí está claro es
que mientras más motorizados perciban que tienen puerta franca para cometer
ciertos excesos por las calles, avenidas, aceras y hasta plazas de la ciudad,
seguirán aumentando su influencia en la mala vida que ahora nos toca vivir en los
espacios públicos.
Es decir, si las condiciones sociales, institucionales,
de gobierno, lo permiten, la moto - como máquina - será usada como el criminal que
usa el cuchillo para delinquir.
En el fondo no es, pues,
la moto e incluso tampoco el motorizado, los responsables del caos (aunque suene
desconcertante decirlo de este modo) sino las condiciones urbanas creadas que
llevan a que tales niveles de incivilidad se perciban en el tránsito de las
ciudades venezolanas, Mérida incluida de forma cada vez más protagónica.
Debe sumarse,
adicionalmente, una extraña y a veces injustificada empatía política entre los
motorizados organizados, y ciertos sectores del gobierno central, relación que parte de la premisa de que
mientras más libertad (libertinaje) se permita entre los motorizados, más apoyo
político ganarán los que ostentan el poder. Allá ellos con sus relaciones en
las que, si a ver vamos, no gana el pueblo, sino ciertos sectores que imponen
su postura- en este caso una evidente anarquía vial – sobre los demás.
El tema de los
motorizados debe estar en las discusiones urbanas del momento porque constituye
un factor determinante de las relaciones actuales y futuras en el espacio
público.
Para no ir muy lejos, en
algunos conjuntos residenciales, donde funciona la figura de condominios, uno
de los temas que toma forma en las conversaciones de los copropietarios es el
relacionado con la motos, su ubicación y disposición, en espacios construidos
hasta hace un par de años, para vehículos. Ahora, en no pocas residencias,
varios copropietarios hablan de cómo colocar las motos en sus puestos: si delante
del carro, si atrás o si a los lados. O si las motos deben ir en otro lado…
Si eso es así en los
espacios residenciales, en la ciudad el debate es igual, o debería serlo.
Es decir, se debe
discutir el papel de la moto y por ende del motorizado en la trama de la
ciudad.
Hay varios aspectos a
considerar para este tema: todo el mundo es libre de tener moto, así que
cualquier intento por ir en contra de los deseos de alguna persona de poseer su
moto es, de entrada, inconveniente y atenta contra la libertad de cada persona
de comprar el vehículos que le venga en gana (carro, moto, bicicleta, caballo,
etc.)
Otra cosa: todos pueden
tener más de un vehículo. Aquel que tiene un carro, puede, si ese es su antojo
o necesidad, comprase una moto.
Tampoco estoy de acuerdo
con regulaciones extremas como aquella que limita a un pasajero por moto: ¿Qué
decir de las cientos de madres que ahora pueden buscar a su hijo en el colegio
con más comodidad y rapidez?
Pero por otro lado están las
evidencias de un problema mayúsculo generado por el uso de las motos en ese
ambiente de “dejar hacer, dejar pasar” que se ha construido gracias a la falta
de acción gubernamental, de los organismos y, porqué no, de la poca reflexión
ciudadana.
Allí están las
revelaciones del Ministerio del Interior, Justicia y Paz, que indican que el
70% de los delitos urbanos son cometidos por personas que se desplazan en
pareja y en moto.
Ni que hablar de los
accidentes viales: hasta un 80% de los traumatizados en los hospitales son
motorizados.
Lo cierto de este
panorama es que ante la crisis económica y el deterioro de la capacidad
adquisitiva de muchas familias, la moto
se asoma como un medio de transporte al alcance de quienes no pueden aspirar a
un vehículo, de esos que no existen en los concesionarios.
Añádale usted las cada
vez más precarias posibilidad de transito en las ciudades y tendrá mayores
justificaciones para que la moto termine apareciendo como la extraña de la
película.
Y lo otro, y que es lo
que por cierto le da título a este escrito, es el anuncio que hizo el
Ministerio del Poder Popular para Industrias de aupar la producción de motos de
la empresa Bera, de 548 motos diarias a por lo menos mil 200 por día, con la
idea de llegar a 2 mil diarias en un mediano plazo.
Vienen más motos y por ende
deberían venir más discusiones para que las motos no sean un cuchillo para
nuestras gargantas.
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