El presente trabajo forma parte de una serie de artículos elaborados por el Grupo de Investigación sobre el Espacio Público (Gisep) de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Los Andes, en el marco del Proyecto “Revalorización de la identidad del merideño a partir de su cultura, espacios y vida ciudadana” que emprende en conjunto con la Empresa Venezolana de Teleféricos C.A. (Ventel). El objetivo de esta iniciativa es contribuir a la formación de ciudadanía a través del enriquecimiento de la vida urbana de la ciudad de Mérida, mediante el desarrollo de actividades culturales y turísticas en sus espacios públicos.
Por: MSc. Marlene Morales Sueke
Cuando se trata de
reeducar, reflexionar, rediseñar, la relación del ser humano con el resto de la
Creación, la interacción de las ciudades con su patrimonio natural y cultural, creo
necesario profundizar en nuestras herencias culturales y en el sentido
trascendente de la vida. La actuación de cada ciudadano, y de las distintas
instancias de gobierno, forma parte de la responsabilidad compartida que
tenemos en lo que sucede y en lo que convertimos nuestra casa, escuela, vecindario,
lugar de trabajo, la ciudad, nuestro país.
La naturaleza no es un
saco de recursos a la disposición de una especie. La ciudad debe diseñarse
pensando en ciudadanos con historia, culturas, que a la vez son ciudadanos de la
Tierra. Es evidente ya, en nuestra Era, que todos estamos conectados. Sabemos,
lastimosamente por propia experiencia, que mientras más descuidamos y abusamos
de los otros seres de la Creación, no solamente dejamos de cumplir con nuestra
misión como especie, dentro de la grandeza de la Creación, sino, además,
nuestra vida personal y colectiva, nuestras ciudades, pierden calidad, riqueza,
variedad, historicidad, estética, bioética, libertad, sentido.
La visión tecnocrática, cortoplacista, funcionalista, desarrollista,
mecanicista y antropocéntrica del ambiente, aislada de las tradiciones
culturales de los pueblos que respetan la Creación, ha sido condición y causa
del deterioro de la vida en la Tierra, en la ciudad. La Escuela, la Familia, como instituciones
formadoras de consciencia, junto al gobierno (diseñador de políticas, planes
urbanos y ciudades) necesitan superar el concepto mecanicista y tecnocrático de
Naturaleza, Medio Ambiente o Ambiente, que cosifican y tecnifican al resto de
la Creación, desvitalizándonos, y trabajar con una visión que incorpore el
concepto holístico de Creación en la realidad urbana, cultural y natural, en la
que está inserta la ciudad. Esto nos ayudaría a entender que somos co-dependientes,
parte de una Unidad: la Creación toda. Tenemos historia y culturas compartidas
en el espacio territorial en que vivimos; tenemos patrimonios naturales,
artísticos, arquitectónicos, espirituales, que le dan identidad y arraigo a la
ciudad que habitamos. Somos responsables de la existencia y continuidad de los
otros seres de la Creación, así como de nuestros acervos culturales. La ciudad
es una con su entorno natural, se cualifica así misma en el tipo de relación que
establece con los demás seres de la Creación, su entorno natural, con sus
diversos patrimonios culturales, su historia como pueblo. Formar consciencia en
relación a esa visión de la ciudad no es responsabilidad solamente de las
escuelas y los maestros, sino también de las familias, y de las distintas
instancias gubernamentales.
En 1997 visité una
Reservación indígena Návajo-Dinnee en Arizona, era un urbanismo de casas con
jardines, con todos sus servicios, vialidad, comodidades, en equilibrio con su
entorno natural y de extraordinario arraigo cultural ancestral. En 1998 la
India hizo una prueba nuclear en el subsuelo. Ocurrió un fuerte temblor en
Bolivia, en esos mismos días, que produjo pérdidas humanas y urbanas. Viajé
allí a un Encuentro cultural con el pueblo indígena Aymara. Esa mañana, los
abuelos y guías espirituales Aymaras hicieron una ceremonia. Fue allí cuando
los escuché hablándole a la Tierra. . . como a una persona. Le decían:
“Abuelita, sabemos que estás molesta porque te hirieron, perdónanos, abuelita.
Tienes razón de estar molesta. Pero no te pongas tan brava. Perdónanos. Vamos a
cuidarte.” Cada uno le hablaba a la Tierra desde la más espontánea ternura. Fue
la primera vez que supe que la Tierra no era apenas un planeta con gente,
ciudades y animales adentro. Ni tampoco un espacio lleno de recursos naturales
renovables o no, lo cual ya es mucho decir. La Tierra era además, es, un ser,
otro tipo de persona, que siente dolor, que ansía cariño, que necesita de
nuestro cuidado. Necesitamos bajarnos del pedestal de la tecnocracia y la
burocracia, y ser humanos. Si queremos sobrevivir y tener una vida
trascendente.
Creo que uno de los
grandes aportes de las culturas indígenas al mundo es, precisamente, su
cosmovisión y su práctica asertiva del cuidado de la Tierra, de diseñar
conglomerados urbanos en armonía con la Tierra. Es una enseñanza continua, en
todos los ámbitos culturales, presente en su cotidianidad. El Amazonas ha
podido sobrevivir gracias a la cultura respetuosa de toda vida, practicada por
esta diversidad de pueblos indígenas a lo largo de siglos y milenios. Ha habido
tantos tipos de urbanismos-verdes como culturas indígenas hay en América. En
sus Mitos, están las semillas que traen enseñanzas para el día a día. Pueblos, como
el Pueblo Wayuu, con preciosas y complejas cosmovisión que tienen como su deber
cuidar a plantas y animales como a sus hermanos. Los Whötuja del Amazonas
venezolano hablan siempre de la necesidad de pedir permiso a los Dueños (el Creador) antes de visitar,
habitar, o usar lugares, animales o plantas. Otro Mito de Creación de pueblos
indígenas del Amazonas colombiano, luego de narrar cómo los distintos seres han
sido creados por el Creador Moo Buinaima, dice: “Entonces el Creador decidió
hacer a un ser, el último, éste se encargaría de cuidar a sus hermanos:
plantas, animales, piedras, ríos, montañas. Entonces se le dio el pensamiento
para que pudiera cumplir su trabajo bien, para que se comunicara con el
Creador.” Allí, la enseñanza. Venezuela, país donde existen más de 35 diferentes
culturas indígenas tenemos muy a la mano la posibilidad de que nuestros niños y
jóvenes se cultiven en este legado cultural de respeto y cuidado. El hábito de
cuidar la ciudad y sus patrimonios, pasa por aprender a cuidar la Creación de
la que somos parte. / Continúa.
(*) Parte 1 de 2
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