El 90 por ciento de las bacterias no han
sido descritas. No se conocen. No es de extrañar entonces que la bacteria que
ataca en estos momentos a la ciudad haya pasado desapercibida para la microbiología y más específicamente para el
ojo de los bacteriólogos más competentes, que en Mérida los hay y muchos.
Esta bacteria se ha desarrollado y ha
proliferado hasta el rincón más apartado del municipio Libertador. Y la basura
la ha expuesto, le ha brindado la oportunidad de manifestarse. Debo explicar –
ya que no soy médico ni científico de los que van de batas con probeta en mano
– que la bacteria, nuestra bacteria, no vive en la basura, ni es en los
desperdicios donde se produce. Claro que el basurero sobre el que nos ha puesto
a caminar a diario la incompetencia de ciertos funcionarios públicos (que por
lo visto tienen la nariz tapada) es un caldo de cultivo para millones de
bacterias que aprovechan este territorio liberado para la inmundicia – o sea,
Mérida – para darse la gran vida. En pocas palabras, si yo fuera una bacteria,
me encantaría vivir en Mérida.
Pero esas son bacterias comunes y
corrientes, vulgares más bien. La bacteria a la que yo me refiero posee otras
cualidades y es por ello que, como dije, no surge de la basura aunque sea el
desastre de la basura la que le ha permitido mostrarse.
Nuestra bacteria se reproduce
democráticamente entre los habitantes, llevándolos a pensar que la basura que
vemos por toneladas es parte de un decorado normal de la ciudad. Es decir, esta
bacteria no ataca nuestro cuerpo físico sino la capacidad mental, el
raciocinio, la forma de ver las cosas. De allí su extrema peligrosidad porque
crea la percepción de que todo está bien: que vivimos en una Mérida perfecta,
con calles inmaculadas, aceras y paredes limpias. ¿Cómo podemos explicar que
los habitantes de Mérida llevemos cinco meses conviviendo con miles de kilos de
basura en aceras, calles, plazas, parques, hospitales, casas, comercios y
escuelas, y no hayamos reaccionado con la contundencia de solicitar, por
ejemplo, un revocatorio del mandato para todos aquellos que nos llevaron a este
desastre? ¿Cómo explicar que cuando vamos manejando y nos asomamos por la
ventanilla saludamos alegres a ese poco de turistas que van por la acera,
cuando en realidad lo que hay allí son bolsas negras en fila india? ¿Quién
puede darle una explicación al hecho de que nuestros niños, en las mañanas,
lleguen dando saltitos de felicidad a sus aulas de clases y digan que jugaron a
brincar “muchas cosas” por el camino?… Sí: bolsas con desperdicios
descompuestos, cajas y hasta animales muertos.
La explicación a esta pesadilla de la
basura es que algo nos ha llevado a aceptar la convivencia con semejante cuadro
de desvergüenza municipal y gubernamental. La explicación de porque una pequeña
ciudad como Mérida, de una escala o tamaño manejables, que genera mucha basura
pero en un área totalmente manejable para cualquier empresa medianamente
eficiente (o para un gobierno medianamente eficiente) es que hay una cosa, por
allí, que, un mal día, nos cambió la percepción de que vivir entre la basura no
es lo correcto ni es lo que nos merecemos. ¿Ya adivinó? Así es: la bacteria,
nuestra bacteria, la no descubierta pero la culpable de que tengamos una cosa
al frente y veamos otra. No veo otra explicación. Si usted tiene otra, es hora
de mostrarla. Tal vez sabiendo lo que nos pasa, podamos encontrar el
tratamiento.