Guardo la
esperanza de que cuando alguien lea este
mensaje – esta carta donde hablo de una ciudad que se apareció en
nuestras vidas como una estrella fugaz, como un cometa errante – aún quede
algo que pueda dar fe de mis
afirmaciones… Algún vestigio de lo que pudimos ver, escuchar, tocar…
Ya alguien me
había contado de una ciudad que no podía ocultarse por estar ubicada sobre una
montaña “Non potest civitas abscondi
supra montem posita”. Mérida, la
llaman. Una ciudad que invierte la dinámica poética, ya que no obliga a escrutar
el mundo de las
musas para unir palabras sino,
simplemente, se ofrece tal cual es: un
cielo azul bruñido, la neblina enredada entre las barbas de palo de
centenarios bosques…Una calle húmeda por la que caminan presurosos los alumnos
de la universidad. Un libro abierto y alguien sentado frente a éste. El frío imponiendo la dinámica del
paisaje. Cuatro ríos empeñados en abrirse paso en una breve meseta.
Cuatro, por
cierto, fueron los días en los que esa ciudad volvió a visitarnos.
Antes del jueves
la mayoría de las paredes eran pieles desgarradas. Pero desde ese día, si bien no todas, una buena parte estallaba
de color, con obras que además de bien hechas, mostraban las razones para sentirse orgulloso de vivir
entre estas montañas.
Antes del
jueves, por ejemplo, el viaducto del
centro, el gran viaducto
de la 26, era una grieta oscura. Un agujero negro donde la gente caminaba
apresurada y donde la noche no invitaba a quedarse sino a huir. Luego
vino la luz y el viaducto y la gente sonrieron.
Antes del jueves
la basura era reina de los espacios, plaga apocalíptica, castigo inmerecido
para una ciudad buena.
Pero la basura desapareció y de
ella sólo había asomos de animal herido.
Aún más extraño,
los buhoneros se habían ido. Sé que parece un delirio pero eso fue
lo que al menos yo vi… Y sin
buhoneros, había aceras para
caminar, ciudad para ver, bulevares para pasear. Estamos claros: se cuenta y no
se cree. Pero hubo más…
Policías en las
calles, tránsito regulado y
vigilado. Un periódico incluso celebró que no hubo muertos en
las calles y que, al menos por
esos días, los motorizados no
tuvieron bajas en su cotidiana
pelea con el asfalto.
Jueves, viernes, sábado y domingo. Mérida volvió. Esa
era la ciudad de la que hablaban tanto los escritores, la que
pintaban tanto los artistas,
la que recreaban los teatreros,
la que cantaban los músicos.
Y verla fue quererla tener. ¿Es pedir mucho, digo
yo, una ciudad en la que las aceras sean para caminar y no para sobrevivir
entre vendedores de ropa interior? ¿Cuándo secuestraron la claridad y nos dejaron a cambio esquinas oscuras? … Como el
poeta pido poco…Una ciudad en la que queramos vivir fuera de nuestras casas.
Cuando esto escribo se calla la música y se escuchan
los ruidos finales de la fiesta que se
recoge en la madrugada. Dicen que el lunes,
cuando nos despertemos, Mérida, la que fue, la que vino de vuelta,
ya no estará. Que era cosa de
cuatro días, como una llamada de un
amigo en la distancia. Ojalá quede algo
que demuestre que la vi a los ojos y que verla fue quererla tener.