Malagradecidos.
Somos unos malagradecidos. Así lo reiteraba como una oración un taxista que me
llevó hasta el centro, pasando justo al lado de los trabajos que adelanta Tromerca
en la calle 26, como nueva etapa en la ampliación de la ruta del Trolebús.
El
taxista quería ilustrarme sobre lo que había escuchado en muchas personas e
incluso en varios de sus colegas conductores quienes ya se lamentan de las
horas que perderán varados en colas eternas cuando les toque pasar por el casco
central.
“Se
quejan de los trabajos como si eso no fuera parte del progreso”, remarcaba el
taxista.
Y
yo, mientras veía las máquinas hacer añicos la
antigua calzada de la 26, entre la 7 y la 8, asentaba con la cabeza los
puntos de vista de este señor que encontraba un inesperado equilibrio ante las
obras que marcarán el día a día de los merideños, al menos por todo el 2015.
La
razón asistía a este taxista por varias circunstancias que ya hemos comentado
en otras columnas. Por ejemplo: Mérida es en este momento una de las ciudades
donde, pese a la crítica situación económica y de gobierno, puede mostrar
varios frentes donde precisamente ese gobierno hace algo. Usted puede estar de
acuerdo o en desacuerdo, gustarle o no, pero deberá admitir que el Gimnasio
Vertical que se levanta junto a la Plaza de Toros, los trabajos del Trolebús,
las obras del Teleférico, la construcción de gran bulevar de la calle 24, el
proyecto del distribuidor de la entrada norte de la ciudad, entre otras
iniciativas, son, todas proyectos que se ejecutan en un país en el que muchas
veces no es mucho lo que se hace.
Las
energías de la crítica parece que deben dirigirse hacia otro flanco. Por
ejemplo, se puede hacer presión para que las obras se hagan de la forma más
rápida posible, tomando en cuenta que para nadie es grato permanecer la mitad
del día en una cola mientras el carro se recalienta.
También
se le puede pedir al gobierno que use de forma clara y pulcra los recursos que
se le asignen, de tal manera de que no existan cuestionamientos por lo manejos
de los recursos y que esa no sea una excusa para justificar el retraso de la
obra.
Lo
que no se puede hacer es decir que la obra no se debe ejecutar porque “me hace
perder el tiempo”, o porque “el ruido de la maquinaria molesta mi siesta
durante las tardes”. Eso no es pensar en el beneficio colectivo. Y si no, pregúntele
a los vecinos de la cuenca del Chama, quienes ahora disfrutan de un Trolcable
eficiente y que les da un sentido de respeto a la propia condición humana,
convirtiendo dos horas de tedio en un autobús en 3 minutos en una cabina digna
de lo que algunos llaman “el primer mundo”.
¿Todo
lo dicho, entonces, quiere decir que no tenemos derecho a cuestionar lo que
hace el gobierno y que debemos aplaudir como borregos todo lo que se nos
presente? Ciertamente no. Pero siendo pragmáticos y con un sentido de la
participación más activo y vigilante, lograremos aprovechar las pocas bondades
del accionar público y convertir esa obra en algo que nos haga la vida mucho
mejor.