A mediados
del año 1991 (o sea, hace poco más de dos décadas) leí un trabajo periodístico
que indicaba que Mérida era la ciudad de Venezuela con mayor cantidad de plazas
y parques.
La verdad
era que un paneo, un otear sobre la Mérida de inicios de los 90, revelaba que era
del todo cierta esa información sobre la gran cantidad de espacios públicos
disponibles. Plazas por aquí, parques por allá.
En son de
broma, en una oportunidad el ex alcalde Fortunato González afirmó que Mérida era
también la ciudad con más estatuas y bustos del país, y que llegado el momento
cada uno de nosotros (¿por qué no?) tendría su propio legado en cemento, para
no decir bronce u otro mineral más codiciado.
Así, una
plaza dedicada al fútbol (allí, junto a Glorias Patrias) con un balón coronando
el pedestal, hasta un inquieto Charlot pedestre – como todo Charlot - allá en
la avenida 1, hasta un avión militar, un tanque, una trucha, heroínas y héroes,
escritores, artistas y hasta un Orlando Paredes, especie de gurú local de la
belleza o también el “Osmel Sousa merideño”, todos tienen aquí en Mérida su
espacio para el homenaje, su plaza, su busto.
Pero bien,
el tema de la cantidad de espacio público disponible es crucial en los
registros modernos más exigentes para determinar puntajes sobre calidad de
vida. Para decirlo más claro: a más espacios públicos, mejor calidad de vida.
No es la única variable, se entiende, pero sí es una que con el correr de las
décadas y la presión demográfica sobre las ciudades, se vuelve más
determinante.
El caso es
que nuestra cantidad puede ser motivo de orgullo pero la calidad de esos
espacios, sobre todo en lo referente al mantenimiento y conservación, es una
prueba que dudosamente podríamos pasar.
Hay
plazas, incluso, que fueron tragadas por el olvido gubernamental. Por ejemplo,
el Paseo Luciano Noguera Mora, que comunicaba a la avenida Andrés Bello con la
entrada a la urbanización Belenzate, usando las riberas del río Albarregas:
éste espacio desapareció por falta de mantenimiento.
Eventualmente
una administración en la alcaldía corta el monte, recoge la basura de esos
espacios olvidados y es como si, cual hallazgo arqueológico, hubiesen dado con
una plaza perdida de una civilización remota. Entonces, con toda pompa,
“inauguran” la nueva plaza, tal vez con nuevos bustos u otros motivos. Pero no
es más que un espacio que ya estaba allí, sólo que la refundación, por lo
visto, aporta mucho para el prestigio de la gestión del gobierno local o
regional.
Dada la
situación de precariedad de algunas plazas, cualquiera agradecería el “rescate”, más allá de que un operativo de
limpieza, iluminación, arreglo y pintura sea catalogado de inauguración. Eso es
lo de menos: lo importante sería que realmente existiera un proyecto completo
que monitoree de norte a sur y de este a oeste, todos los espacios públicos que
existen en la ciudad y se le mantenga en condiciones de uso, para que puedan
ser sumados, computados, a los metros cuadrados que requiere Mérida para su
desarrollo humano.
Valga
agradecer al sistema de transporte masivo Trolebús (puntualmente a Tromerca) el
mantenimiento de áreas verdes pertenecientes a esta red. Sabemos que muchos
consideran que el Trole no mejoró los espacios públicos sino que, por el
contrario, los afectó, los disminuyó. Eso es un tema para la discusión pero
debe reconocerse que el servicio al menos aplica una política de mantenimiento
que permite disfrutar de cierta estética visual en las área verdes, cosa que se
agradece en una ciudad en la que, como hemos apuntado, la basura, el monte, los
escombros y la desidia gubernamental y en cierta forma ciudadana, atentan
contra esa tradición de espacios verdes por la cual Mérida se ha hecho famosa.
Ahora que
el Parque Beethoven va a ser objeto de remodelación y mejoras, una revisión de
todos los espacios verdes sería un gran aporte para la Mérida turística.