Un aspecto de la Estación Los Conquistadores, que une al Sistema Trolebús con el Trolcable (funiculares) en el sector Paseo de La Feria, a 100 metros de la calle 26. La espectacular imagen es obra del reconocido lente de ESPASA.
Para
hablar con cierta propiedad de una ciudad, hay que vivirla. Vivir una ciudad
significa disfrutar de todo lo bueno que ésta tiene para dar pero también de
sufrir y padecer sus problemas. Las ciudades son una experiencia humana.
Alguien dijo alguna vez que las ciudades son “el mejor pretexto para
encontrarnos”, lo que equivale a que la ciudad no es otra cosa que una compleja
invención del hombre para tener la excusa perfecta para verse con sus
semejantes.
En
fin: la ciudad es, pues, una sumatoria de experiencias agradables y otras no
tanto. Es obvio que el propósito de una comunidad urbana y sus autoridades debe
apuntar a que los ratos de agrado superen a los de desagrado.
En
esta línea, para muchas urbes del mundo el transporte ha significado la
oportunidad, como área clave de la vida urbana, para intervenir la ciudad en
función de convertirla en un mejor lugar.
Y
si el propósito – implícito e explícito
-de una ciudad es permitir el encuentro entre sus habitantes, una
intervención urbana para bien es aquella que toma en cuenta este factor para
potenciarlo. Esto equivale, dicho de forma sencilla, a que el transporte ayude
a mejorar la calidad de vida en función de aspectos tangibles y medibles como
pueden ser el tiempo de espera de una buseta o autobús, del tiempo que pasamos
dentro de una unidad del transporte, del confort y seguridad que debe prodigar
cada unidad, y del hecho de que las rutas y las estructuras a ésta ruta
asociadas, se conviertan en lugares de encuentro en los que se pueda
socializar, comunicarse, hablar el uno con el otro, saludarnos, vivir la
experiencia de una comunidad. Este aspecto es crucial, insisto, en cualquier
concepción moderna de usar el transporte como la mejor excusa para hacer ciudad
y, más aún, ciudadanía.
De
allí que para los merideños la llegada del Sistema de Transporte Masivo como
proyecto, nos depare esa posibilidad de actuación. En nuestro caso el sistema
escogido ha sido el trolebús que ha tenido tanto detractores como gente que lo
considera un sistema eficiente y que le ha traído a Mérida muchas
oportunidades.
Sin
caer en las expresiones exageradamente optimistas de los fans del trole, sí
considero que, como apuntamos más arriba, los merideños, reconociendo que el
trolebús es un hecho concreto y cierto para la ciudad (hay algunos que plantean
la eliminación del sistema como si éste no existiera) debemos tratar de que su
presencia entre nosotros nos ayude a mejorar la ciudadanía.
Apuntar
a que el trolebús y el trolcable se conviertan en gestores de una Mérida
“humanamente urbana”. Se puede lograr: indudablemente.
El
trolebús debe considerar la naturaleza, condiciones y aspecto culturales y
ambientales de Mérida como urbe. Si se respeta eso veremos crecer los espacios
como plazas y mejoras en la vialidad y movilidad en general.
Ya
el sistema (que aún no alcanza esta característica crucial) es parte del
panorama urbano de Mérida y cada vez lo es de forma más notoria. Los que apoyan
la presencia del trolebús e incluso los más acérrimos detractores, deben
apuntar a que el proyecto logre terminarse de forma armónica con los factores
que determinan la esencia urbana de Mérida.
En
este momento cuando el sistema toca la emblemática calle 26, se debe activar,
de forma inteligente y participativa, toda la creatividad de las instituciones
para convergen en exigencias serias y sensatas que orientan el paso del trole
por el corazón de la ciudad. Creo que para bien Mérida puede ir al ritmo del
trolebús. Pero el ritmo será el resultado de nuestros aportes oportunos. Del
silencio o de la participación en torno a la obra de mayor impacto urbano de
las últimas décadas.