jueves, 29 de junio de 2023

El puente que nos une

El siguiente es el Discurso de Orden leído por el periodista Adelfo Solarte en ocasión del Día Nacional del Periodista,  celebrado el pasado 27 de junio de 2023, y del acto de entrega del Premio Estadal de Periodismo Emilio Menotti Spósito, por parte de la Gobernación del estado Mérida.

 



Adelfo Solarte (*)

IAntes de iniciar con esta breve intervención, permítanme  saludar desde la tribuna que gentilmente me han cedido, a todos los periodistas venezolanos que cada día ponen su mejor empeño en cumplir no sólo con la nada sencilla misión de informar – que ya es bastante – sino de otros propósitos que subyacen como telón de fondo de esa responsabilidad y que fueron mencionados por el ya desaparecido académico y  periodista mexicano Omar Raúl Martínez, en su texto Semillas de Periodismo.  Allí decía que nuestra profesión también apunta a “provocar cambios, inducir reacciones, romper  inercias, despertar mentes, abrir caminos”.

Parte de esos colegas armados con las herramientas de la comunicación social están aquí hoy para recibir el Premio Estadal de Periodismo Emilio Menotti Spósito, en las distintas categorías o menciones. Por eso mi saludo afectuoso va a los periodistas Jorge Puente,  Jade Delgado, José Wilmer Sosa, José Gregorio Rojas, Magda Inés Uzcátegui y  José Miguel Monagas todos ejemplos de trabajo al servicio de la información y de esos otros ya citados menesteres.  

Dicho esto, he titulado esta breve reflexión: El puente que nos une.

II

El jueves de la semana pasada sentí que, de repente, el puente por el que he caminado como periodista, en estos más de 25 años de trabajo, se empezaba a tambalear.  La sensación era como estar a mitad de camino en una estructura que colapsa, parado en ese punto exacto en el que nos arropa la ambigüedad de lo que debemos hacer, ese lugar exacto donde nos asaltan las dudas de si es mejor regresar o seguir avanzando.

Intentaré explicar de dónde surgió esa inquietante imagen del puente: junto a otros profesores,  me encontraba en uno de los salones del Departamento de Comunicación Social de la ULA, allí en la Facultad de Humanidades. Era  el jueves 22 de junio. Tres jóvenes, en la recta final de su carrera como  estudiantes de periodismo, estaban defendiendo sus informes de pasantías, por lo que les correspondía explicarnos qué hicieron durante su tiempo de prácticas en medios como Tal Cual, RunRun.es o el Pitazo.

En la lista de actividades periodísticas mencionadas por las estudiantes había algunas del tipo que leo a continuación: Entrevistas por Meet, Optimización para motores de búsqueda (o, mejor dicho, Aplicación de técnicas de lenguaje SEO), Apoyo en estudios de audiencia, Consultas por Zoom Elaboración de Tablas de coeficiente, generación recursos para periodismo de datos, participación en periodismo colaborativo, análisis de métricas y algoritmos, cobertura con enfoque de derechos humanos, responsabilidades de Fact checking…

¡Ah!, por supuesto,  además de lo dicho – que es apenas una parte - las pasantes también buscaron noticias, escribieron y grabaron uno que otro podcast.

Tal vez abrumado por la cantidad de extrañas  responsabilidades mencionadas por las estudiantes, y mientras aún  las escuchaba rodeadas con   ese aire fresco  de futuras periodistas, sin que nadie en ese salón de Humanidades lo supiera (menos mal que fue así) mi mente me llevó, por un momento,  a un remoto viaje allá a finales de los años 90,  a los tiempos en los que trabaja en el Diario Frontera, junto a mi reportero gráfico y compañero de aventuras Eduardo Lázaro.

Eran tiempos aquellos en los que los periodistas de impreso (sí, de impreso: esa extraña palabra ya casi en desuso) teníamos una sola misión: buscar buenas historias, información de utilidad, escribir lo mejor posible y colocar a esas notas las mejores fotografías. Al final de la tarde terminaba la faena: “Mañana será otro día”, “Mañana nos vemos, Lázaro”. En esa sencillez radicaba, en gran parte, la gloria de nuestro trabajo cotidiano.

No teníamos en mente nada parecido a un algoritmo. El celo profesional era tan grande que eso que hoy llamamos “periodismo colaborativo” podía ser  visto, a veces, como un acto de traición. Por otro lado y por estrictas razones de seguridad periodística,   todo el que quería decir algo (que no un algoritmo) tenía que mostrarse, la mayoría de las veces,  de cuerpo entero, en vivo y directo.

Claro, no existía Internet o al menos no para nosotros. Internet, en aquella década de mitad de los 90, sonaba parecido al Metaverso que hoy nos describe  Mark Zuckerberg, el principal vocero de Meta y todas sus redes asociadas. Tampoco existían los celulares. Por cierto, cuando comparto estas nostálgicas historias con mis jóvenes estudiantes  en clase, todos  me miran con compasión y casi que me dan palmadas en el hombro diciéndome: “que horrible profe, debió ser muy duro”.

En fin, y dicho a la manera de algún pasaje de las sagradas escrituras, “en aquellos tiempos el mundo se reducía a tinta y papel”. La rotativa, como una locomotora desquiciada, se encargaba de parir cada madrugada a un hijo fugaz: un diario cuyo llanto se apagaría en pocas horas, las suficientes para cumplir con su misión de informar.  Vaya que aquellos eran otros tiempos, muy distintos.

Pues bien, cuando salí de esa especie de breve  y extraño viaje astral a la redacción de Frontera, mentalmente volví otra vez al salón de clases y allí estaban aún  nuestras alumnas terminando de explicar sus experiencias, sus asomos al fascinante mundo del periodismo.

Tuve entonces, estimadas amigas y amigos que ahora me escuchan, la convicción de  que delante de mí tenía,  en todo el sentido de la palabra, a una nueva generación de periodistas. Pero en este caso esa expresión “nueva generación de periodistas” es algo real, no se trataba de una expresión retórica sino una que se puede percibir como real, que se puede tocar y comprobar.

En este caso, tal como les he contado, estas estudiantes de Comunicación Social – y todos los miles de jóvenes que hoy se forman en nuestras universidades en el campo del periodismo - representan en verdad algo distinto, seres de una nueva época, individuos mentalmente ajustados a un entorno tecnológico que crece como la hiedra, cubriendo la profesión sin dar tiempo  para un respiro, un parpadeo,  un bostezo o para un beso.

Hablaban nuestras pasantes con locuacidad, en torno a otras y nuevas dinámicas del quehacer periodístico; usaban palabras y frases de difícil pronunciación y sobre diversas actividades que ocurren en las redacciones de los medios en esta tercera década del siglo XXI. En fin, describían un mundo diferente en el que se respira otro aire, uno con una  mezcla aparentemente distinta de oxígeno, nitrógeno y argón. Quiero decir: otros aires para el periodismo. Y me pregunté: ¿Podemos las anteriores generaciones de periodistas vivir aquí? ¿Podemos respirar el mismo aire?

Al no encontrar respuestas iniciales, fue entonces que sentí como ese  puente del periodismo que conozco, por el que he caminado feliz y despreocupado durante las últimas décadas,  empezaba a bambolearse como si quisiera venirse abajo. ¿De dónde aferrarse en una situación como esta en la que parece que se ha desatado el castigo de Babel, en la que distintas generaciones parecen hablar lenguas diferentes, llamar a las mismas cosas de manera distinta,  sin posibilidades de comprensión y de encuentro?

Y más preguntas tocaban a mi puerta: ¿Era tal vez ese periodismo del pasado un ejercicio simplón, extremadamente básico, desprovisto de las actuales complejidades que permiten una mejor comunicación? ¿Alcanzaba esa práctica comunicacional, digamos elemental,  de aquellos remotos años para dar respuestas eficientes a lo que la sociedad reclamaba en el campo de la comunicación social? En definitiva: ¿Hay algo rescatable de esos años de periodismo analógico, de teclados bulliciosos, de cuartos de revelado para fotografías, de pases en vivo para la radio, de cintas de VHS y otras prácticas a todas luces algo ridículas si las miramos con los ojos punzantes de la tecnología avanzada?

Las respuestas a mis dudas mezcladas con una evidente dosis de angustia,  surgieron en otro salón de clases de la Facultad de Humanidades,  un día después del revelador trance, el viernes 23 de junio, ante los estudiantes de la materia Teoría de la Comunicación.

Ese día me reencontré con una reflexión del ya fallecido comunicólogo venezolano -  aunque de origen italiano -  Antonio Pasquali. Se trata de una sentencia pronunciada por Pasquali en el año 1970, en su referencial libro Comprender la Comunicación.

Contundentes y premonitorias, las palabras de este intelectual de la comunicación  advierten que: “(…) no cabe duda de que todos los medios de comunicación, antiguos o modernos, inventados o por inventarse, son esencialmente aparatos – por instrumentalizados que ellos sean – pues están destinados a extender la previa capacidad humana de hablar y escuchar, de ver y dejarse ver, oír y ser oídos, expresarse y comprender”.

Dicho de otro modo: más allá de lo impresionante o abrumadoras  que puedan  ser las tecnologías actuales, en las que destaca, por cierto,  el novedoso uso de la Inteligencia Artificial como herramienta que se está volviendo omnipresente en cada actividad humana, o incluso más allá de lo inquietante que puedan ser las tecnologías “por inventarse” de las cuales sólo sabemos que dejarán muy mal parados a los pretenciosos artilugios del presente, más allá de la sensación de vértigo que nos abruma ante la avalancha de aplicaciones y otras herramientas de la inventiva humana, todo lo mencionado no son más que aparatos que necesitan, sine qua non, la presencia humana en los dos polos de la relación comunicacio

Deseo insistir sobre este punto porque es el meollo, lo crucial del asunto: Pasquali planteó -  tesis que comparto - que la eficiencia  de la comunicación no radica en los aparatos que median la relación humana – por sofisticados que estos sean - sino en las propias capacidades humanas que vienen incorporadas en nuestro, vamos a llamarlo así, “hardware” humano, en el que los sentidos, nuestras capacidad de hablar, de ver, oír y, sobre todo, comprender, ya están diseñadas para cumplir con este propósito. De nada vale el más avanzado de los celulares dotado de las más recientes aplicaciones si quien lo usa no posee una pizca de responsabilidad y sentido humano. Para los periodistas esto debería ser un mantra que invocamos en nuestro diario trajinar.

Desde este punto de vista, amparados por Pasquali, y dándole a la comunicación el basamento humano que a veces despreciamos,  debemos convenir que es más importante el propósito periodístico de  provocar cambios, inducir reacciones, romper  inercias, despertar mentes, abrir caminos” (ya advertido por Martínez) que trasladar el peso de este proceso comunicativo al uso y disponibilidad de herramientas avanzadas.

Quiero dejar en claro que lo dicho hasta aquí no es una proclama anti tecnológica. Los más de 100 estudiantes que atiendo en las distintas secciones de Comunicación Social y Medios Audiovisuales bien saben que no hay clase en la que no abordemos la realidad de la tecnología conversando y reflexionando sobre las implicaciones, usos y futuro para la comunicación de tecnologías como el metaverso, los algoritmos, la Inteligencia artificial, la singularidad, computación cuántica, redes neuronales, la big data, el machine learning,  la realidad aumentada, la realidad virtual, la censura digital, el  espionaje cibernético, la interfaz cerebro-ordenador, por sólo citar algunos de los temas más recurrentes.

Lo que quiero dejar en claro no es sólo que la tecnología nos arropa de pies a cabeza, querámoslo o no, sino que el uso de esta tecnología debe ponderarse, sopesarse de forma sensata y equilibrada, teniendo en claro en todo momento que lo importante y más determinante es que cualquiera sea la tecnología, lo fundamental es el cumplimiento de una responsabilidad humana, pensada por humanos, para otros seres humanos con necesidades, en este caso informativas y a los cuales los periodistas nos debemos.

Si lo miramos así, entonces el puente del que hablamos más arriba, ese puente agitado y estremecido por nuestras posibles angustias como periodistas obligados a domar el fiero potro de la tecnología, ese puente no está por caerse sino que puede servir para conectarnos si fijamos la mirada en los fundamentos del periodismo que marcaron la historia y que la seguirán marcando, aunque redactemos en un ambiente de realidad virtual entrevistando a un holograma movido por inteligencia artificial.

Dicho esto, mencionaré diez acciones que, desde mi  punto de vista, esta vez se erigen como un puente robusto, una sólida estructura con fuertes cimientos, que unen a todas las generaciones de periodistas: desde Don Tulio Febres Cordero, pasando por  Emilio Menotti Spósito (quien da nombre al premio de hoy), hasta llegar a aquellos alumnos que aún con pomada para el acné en el rostro,  toman sus asientos en cualquiera de los pupitres de las escuelas de periodismo o comunicación social de nuestra querida Venezuela.

Número 1: Los comunicadores sociales  fuimos, somos y seremos intermediarios  entre lo que es importante, útil y necesario, por un lado  y las demandas de la sociedad que, como audiencia, busca información.

Número 2: Los periodistas fuimos, somos  y seremos traductores de los discursos especializados que acumulan el saber,  para luego dirigirlos hacia el común de las personas que tienen derecho a conocerlos.

Número 3: Los periodistas fuimos, somos  y seremos organizadores de los acontecimientos, jerarquizadores del caos.

Número 4: Los comunicadores sociales fuimos, somos y seremos  fiscalizadores de la función pública y, en general, de todas las expresiones del poder.

Número 5: Los periodistas fuimos, somos y seremos motivadores de la participación ciudadana.

Número 6: Los periodistas fuimos, somos  y seremos verificadores de la credibilidad informativa generada por los nuevos medios.

Número 7: Los comunicadores sociales fuimos, somos y seremos  narradores de  los  acontecimientos. Eso no cambiará.

Número 8: Los periodistas fuimos, somos y seremos  – si actuamos bajo la ética y la responsabilidad -  un apoyo fundamental a la democracia.

Número 9: Los periodistas fuimos, somos  y seremos  asesores para el resto de los ciudadanos sobre el uso de la libertad de acceso a la información y su defensa.

Y, número 10: Los periodistas -  por ser depositarios del resguardo de la comunicación  como bien público -  fuimos, somos  y seremos defensores de la libre opinión y del derecho a la información.

Todas estas acciones mencionadas constituyen el punto de encuentro, suprageneracional,  de quienes ejercen de manera profesional  la función periodística como actividad regida por una Ley de Ejercicio del Periodismo, amparados por un gremio y ajustados al cumplimiento del ordenamiento jurídico venezolano.

No podemos negar  la existencia de puntos de vista divergentes entre las generaciones que nos precedieron, las que nosotros representamos, y las que se están levantando al calor de un verdadero cambio tecnológico paradigmático de la sociedad.

Tampoco podemos cuestionar a estos jóvenes periodistas de hoy por no tener  que vivir las  cuitas tecnológicas que caracterizaron el trabajo periodístico de, por ejemplo,  nuestro Libertador Simón Bolívar, cuando un  27 de junio de 1818 logró imprimir el primer número del Correo del Orinoco, y crear el pretexto para reunirnos hoy, 205 años después en este salón para celebrar un nuevo día del periodista.

Pero como vimos, hay en el periodismo una especie de genética que apunta a cumplir con responsabilidad y pasión a esa necesidad ancestral humana de información para la toma de decisiones.

Es, en el fondo, el mismo periodismo que impulsó a Bolívar a considerar que un papel impreso podía superar en poder de fuego a sus más robustos cañones, ya que, en efecto, una frase contundente, apuntada a la opinión pública, cumplía el rol de “artillería del pensamiento”.  O puede ser, también, el periodismo creado con profesionalismo y apoyado en las más avanzadas tecnologías, que hoy usan las nuevas generaciones de comunicadores sociales. 

Eso sí, indistintamente de la época, el periodismo  - para ser tal – debe ser buen periodismo. Ese será el puente que nos una más allá de las generaciones.

 ¡Muchas gracias a todos!


(*) Adelfo Solarte es periodista egresado de la Universidad del Zulia (LUZ), Magíster en Desarrollo Urbano Local (ULA) y profesor de la Escuela de Medios Audiovisuales de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes en donde imparte la cátedra Introducción al Periodismo, adscrita al Departamento de Comunicación Social.