domingo, 3 de marzo de 2013

Como nos cuesta





Debemos reconocer nuestra realidad: nos cuesta mucho, muchísimo, terminar una obra. Es un mal congénito, algo genético, es nuestro signo distintivo. Pero ojo: no lo digo sólo por la comprobada lentitud del actual gobierno en el tema de la eficiencia constructiva. El mal nos viene como mínimo de medio siglo atrás.
Parece - eso cuenta mi octogenario padre - que hubo una época en la que el panorama era distinto. Que el puente sobre el río Chama se construyó en insólitos seis meses. O la Plaza de Toros de Mérida en 4 meses. El Teleférico más alto y largo del mundo, en 3 años con el detallazo, como para que nos duela, que fue levantado a lomo de mula, sin los recursos tecnológicos que hoy permiten, en cualquier sociedad deseosa de terminar sus obras, hacer las cosas más rápido.
Por supuesto, hay explicaciones para semejante defecto social. Ya muchos han dicho que nuestro problema no son los recursos monetarios. Tampoco la falta de ideas y mucho menos las urgencias que nos motivan a construir una obra, sea esta un hospital, una carretera, un estadio, un puente, una escuela.
Tenemos pues las necesidad de construir, los recurso económicos y hasta el ingenio porque no neguemos que el talento venezolano es de fama mundial.
Entonces… ¿Qué impide concretar una carretera, cuyo tiempo de construcción es de 3 años, en un período sensato y no en los 25, 30 años que en promedio tienen varias vías nacionales (San Cristóbal – La Fría, pongamos por caso)?
Se han lanzado explicaciones que permiten suponer que por allí van los tiros de nuestra absurda lentitud y poca eficiencia. La corrupción se sitúa en la punta de las razones. Es decir, no se termina una obra porque si se termina se acaba las irregularidades que permiten a algunos particulares, funcionarios públicos, empresarios y otros, tomar su tajada de los dineros que el Estado pone en manos de los gobiernos locales, regionales y el nacional.
Pero también la ineficiencia vestida de indolencia. Unos malos estudios, unos proyectos errados e inservibles, que se pagan bien caros, para que luego tengan que venir otros a rehacer los entuertos e intentar poner la obra en marcha.
Acá en Mérida tenemos varias obras grandes en ejecución. Unas son públicas, otras privadas. Está claro que los privados desean iniciar una obra y terminarla en el menor tiempo posible porque sino las ganancias disminuyen o incluso desaparecen para dar lugar a enormes deudas a partir del aumento de materiales y otros males propios de nuestra irregular economía caracterizada por escasez, acaparamiento de productos, especulación, que se refleja igual para la hechura de una torta de cumpleaños que para un puente.
Lo anterior suma, pues, una novedad: no se terminan las obras porque a veces no hay como terminarlas. Lo cual le agrega a los males ya descritos de corrupción e ineficiencia, el elemento de la imposibilidad de acceso a los recursos para echar adelante un proyecto.
El trolebús, el teleférico, el trolcable, el enlace Don Pedro (cuya foto mostramos), la perimetral Sur, el Mercado de Mayoristas, el nuevo puente sobre el río Chama, son, entre otras, obras que dan un paso hoy y deben medir en años el próximo escalón. Y eso que en Mérida, mal que bien, la cosa camina… Nos cuesta un mundo.
Para que constatemos que grandes obras no implican una eternidad o la imposibilidad de concluirlas, les dejo el enlace para que aprecien como el principal aeropuero de Shanghai, una obra pública construida por el gobierno de un país, logró construir su primera fase (el aeropuerto como tal) en 2 años, con una inversión superior a los 12 mil millones de dólares. Esta terminal ocupa un área que equivale a la ciudad de Mérida (unos 40 Km2). El enlace  es este: Aeropuerto de Pudong

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