domingo, 23 de noviembre de 2014

Mucho viaje sin retorno





Venezuela, según las estadísticas de la OMS, es uno de los países con mayor cantidad de accidentes viales en función del número de habitantes.
En esos accidentes han estado involucrados, cada vez con preocupante frecuencia, autobuses de líneas extraurbanas o expresos, como mejor los conocemos en nuestro país.
Semanalmente, y de manera consistente en los meses de octubre y noviembre, la prensa reseña la muerte de  venezolanos que tomaron el autobús en algún terminal con la esperanza de llegar a su destino pero por razones que deben ser muy bien revisadas, no alcanzaron ese sencillo deseo.
Cuando digo que los accidentes de autobuses deben ser seriamente revisados es porque si bien están documentadas las causas principales y recurrentes de esos siniestros de carretera (exceso de velocidad, consumo de alcohol entre las más citadas) pareciera que nuevos elementos surgen en esa lista o, bien, se redimensionan como causales que antes eran marginales y que ahora pudieran ser protagónicos.
Por ejemplo, lo referente a la condición mecánica de las unidades. El impacto de la falta de repuestos – situación que todos sufrimos en primera persona – debe tener un efecto directo en aquellas empresas que sustentan su actividad en el uso de vehículos a motor, tal es el caso de las líneas de transporte.
Además, cada vez son más frecuentes las unidades accidentas. Hacer un viaje sin el fantasma de las averías técnicas o sin accidentes, es una verdadera proeza.
Cuentan los más viejos que por allá en los años 40 y 50 todavía prevalecía la costumbre de despedir al viajero que se aventuraba a cruzar el páramo en unos vehículos con asientos de tabla y que entre resoplidos mecánicos intentaría la misión de atravesar el país para llegar a un destino lejano e incierto. De Mérida  a Caracas un par de días de travesía no era poca cosa en aquellos lejanos años. Pero, sobre todo, los viajeros encomendaban sus vidas a sabiendas que un viaje siempre era una posibilidad de no retorno.
Hoy en día esas prácticas, ya en desuso, tal vez deban ser retomadas.
El viejo refrán dice que uno bien sabe cómo sale pero no como regresará. Nada más vigente en estos momentos.
Pero, volviendo sobre las causas de los accidentes de autobuses, alguien debe decir si la frecuencia de tales tragedias se corresponde con una situación de causales específicas o nuevas o  si bien se trata de las consabidas situaciones ya establecidas anteriormente como elementos propiciadores de accidentes. También sería importante que quienes manejan las estadísticas indiquen si ese repunte es parte de las tendencias o si bien hay un salto en los números.
Todo ello es importante por la sencilla razón de que alguien debe responder por las muertes. No estamos hablando de una muerte aislada sino de decenas de hombres, mujeres y niños que dejan su último aliento en medio de un amasijo de metales, cables y asientos.

Esas muertes, entre las que se cuentan la de muchos merideños, deben tener, por parte del Estado, una respuesta que sería una muestra de respeto ante la fatalidad y el luto. No debemos quedarnos con la explicación de que fue el destino y la mala fortuna la respuesta para toda tragedia. La irresponsabilidad de unos cuantos puede estarse beneficiando de esa aptitud de decir que los accidentes son, siempre,  la expresión de la voluntad de Dios.

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