domingo, 1 de julio de 2012

La ciudad habita en los diarios



Muy despectivamente alguien dijo una vez que los periódicos servían para muchas cosas: para limpiar los espejos,  para colocarlos como fondo en la jaula de los pájaros, para taparnos de la lluvia cuando no tenemos paraguas, para cubrir el piso cuando pintamos la casa o como último recurso de higiene cuando en el baño escasea el papel.
Pero una cosa es el papel periódico y su utilidad para los menesteres domésticos y otra muy distinta son los contenidos que en esas páginas vienen impresos. Cierto es que el carácter efímero de cada periódico nos hace pensar que estamos frente a publicaciones que nunca alcanzarán  la majestad de aquellos libros guardados en las bibliotecas. De allí que nadie sienta ningún remordimiento por el destino de esas páginas desprendida de algún diario que, empujadas por el viento, corren por las aceras de la ciudad.
Pero para grandeza del humilde ejemplar diario de cualquier periódico del mundo, su importancia no sólo radica en la posibilidad de brindarnos una versión de nuestra cotidianidad  a cambio de dos o tres monedas. El valor informativo de la prensa escrita, aunque trascendente, sin embargo es engullido por la propia dinámica de los acontecimientos. Por eso un periódico leído es un papel que se ha quedado sin vida al menos para aquel que lo revisó. Es como si con la lectura nos apoderáramos del alma que hizo que ese pedazo de papel tuviese algún valor en la mañana.
Tal cual lo señalado, no es como relator diario de hechos – que no es poca cosa - cuando el periódico alcanza su majestad: la importancia del periódico que leímos esta mañana se la dará el paso de las horas, de los días, de los años, de los almanaques. La hoja de papel que hoy nos parecía tan intrascendente como para molestarnos en guardarla, puede ser- y de hecho lo es – objeto de celoso cuidado en los anaqueles de la historia de la humanidad.
Es en tanto evidencia –imperfecta tal vez pero evidencia al fin de cuentas – de lo que somos, de lo que fuimos, de lo que soñamos alguna vez, de lo que pensamos un día, como el periódico nos otorga su pleno sentido como documento valiosísimo para establecer el rumbo que trae la humanidad e intuir hacia dónde dirigirá su marcha.
Claro, darle al periódico el estatus de documento para orientar la revisión histórica de las ciudades será siempre un gesto que encontrará a más de un opositor, debido a lo que planteamos al inicio de estas líneas: la noción de que los discursos de la prensa escrita carecen del rigor en su elaboración y producción como para contribuir a sostener algún tipo de conocimiento científico.
Pero precisamente en esa informalidad de la prensa habita la ciudad que estamos buscando. En los textos inacabados, en las fotos que muestran los rostros de los personajes de la época y en las historias, dramas y desventuras de los anónimos. En la expresión popular de ciertas palabras, en el reflejo de las modas impuestas y de una que otra manifestación cultural que sobrevive. En el aviso de prensa que llama a una reunión, en el clasificado donde se ofrece un tipo de servicio o en el  artículo de opinión de algún intelectual de renombre. En la calle intransitable, en el nuevo perfume, en  la inauguración gubernamental de una esperada obra y en la muerte que sorprendió a alguien en un callejón sin nombre.
La ciudad que habita en los periódicos puede dar pistas sobre la verdadera ciudad que inspiró ese puñado de letras, fotos y gráficas reunidas sobre el papel. Porque, al fin y al cabo, cada periódico, de cada día, no es otra cosa que una fotografía, una instantánea de la ciudad que lo alberga. Si alguien sabe interpretar esos signos, esos fragmentos imperfectos, estará descubriendo, sin estar allí, sin haber vivido allí, el gesto y porqué no, el alma de la ciudad.

No hay comentarios: