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domingo, 2 de agosto de 2015

Hagamos el intento ¡Como equipo!




El deporte, sin proponérselo, termina convirtiéndose muchas veces en el mejor escenario para observar el desenvolvimiento de algunas máximas que pueblan el mundo político, social y económico, sentencias que pueden ser observables como quien manipula con bata blanca y tapa boca, los tubos de ensayo en un tranquilo laboratorio.
Por ejemplo, allí está comprobada, sobre el gramado,  la máxima de que un solo hombre, un genio, la gran figura, no lo puede hacer todo porque sobre el terreno las infinitas variables obligan a trabajar en equipo, más allá de la seguridad, el respaldo, el ánimo y la inspiración que aporta tener un ídolo sobre la cancha. En este sentido la selección de fútbol de Argentina, sin duda alguna una de las mejores del mundo, ya ha comprobado que tener en sus filas el genio de Lionel Messi – el mejor jugador del planeta -  no garantiza en lo absoluto que los partidos estén ganados. Aún más, a estas alturas, luego de varias desilusiones, han establecido que tampoco se puede poner a todo el equipo a trabajar en función de un solo hombre, en este caso Messi, ya que no sólo se produce un sacrificio innecesarios de las posibilidades con otros nombres, sino que la ultradependencia hacia lo que pueda hacer o no la bota milagrosa de un gran jugador se paga caro si, por ejemplo, el otro equipo decide anular cada jugada de nuestro único hombre, el salvador.
En su oportunidad,  la selección nacional de béisbol, demostró que la suma de varias estrellas tampoco garantiza saborear las miles del triunfo, y mucho menos levantar, al final, la copa de campeones a nombre de Venezuela.
En efecto, la “Vinotinto del béisbol” visitó en marzo de 2013 a Puerto Rico plagada de figuras de la talla de Pablo Sandoval, Miguel Cabrera, Carlos Zambrano, entre otros. El diario Panorama resumió en un párrafo, con gran desilusión, el potencial que llevó Venezuela al Clásico Mundial de Béisbol pero que no bastó para brindarle la alegría del triunfo a nuestro país: “un triple coronado, tres premios al Jugador Más Valioso, tres Guantes de Oro, 11 participantes del Juego de Estrellas de Grandes Ligas y dos autores de juegos sin hits no bastaron para que Venezuela se despidiera del Clásico Mundial de Béisbol en apenas dos encuentros”.
Es decir: no se trata de tener un gran ídolo en tu equipo, aquel que concretará todas nuestras aspiraciones, así como tampoco parece ser garantía la suma de muchos ídolos en el mismo equipo.

Para decirlo de forma más clara y llana: no se trata de ídolos. Se trata del equipo, del conjunto, de la suma de las partes. Y es lo que muchas veces nos cuesta entender. De allí nuestra tendencia, no venezolana, más bien humana, a poner toda la carga sobre los hombros de un solo hombre o mujer, con la esperanza de que mientras nosotros andamos en lo que andamos, aquel ser se las ingenie para responder por todos los demás. Si lo logra aplaudimos. Si falla, lo criticamos. En el deporte  tal estrategia se paga con la derrota, con la desilusión de no tener entre las manos el título de campeones. En política, esa visión mesiánica, que apuntala al salvador, tiene las mismas consecuencias que en el deporte. El equipo no avanza. Eventualmente se puede producir la genialidad, pero la apuesta es demasiado alta. La garantía del equipo ensamblado, donde el todo es más que la suma de las partes, será siempre la vía más racional para alcanzar el éxito, siempre anhelado. Incluso, si no levantamos la copa de campeones, queda la sensación de que cada quien hizo realmente lo que debía, y ese sentimiento tiene el mismo sabor de la victoria. No digo más: el equipo es Venezuela y nosotros no somos Messi, ni Sandoval, ni Cabrera, pero somos la pieza necesaria para que el conjunto avance.

domingo, 30 de marzo de 2014

El universo de las colas






En algún momento de nuestra historia reciente, las colas se convirtieron en parte del paisaje. Me refiero   a las colas humanas frente a los supermercados, abastos y farmacias o, incluso, detrás de un camión desde donde se despacha uno o varios productos de la lista de los más buscados, como la leche completa en polvo, el azúcar, el aceite, el papel higiénico y la margarina, por nombrar  unos pocos.
Uno camina por la calle y, quiéralo o no, termina siempre pasando al lado de una cola imponente. Y es que pese a que ya estemos acostumbrados a ver colas por doquier, siempre nos sorprende su dimensión, lo  absurdo de su tamaño. El asunto es que las colas – en función de su morfología  - representan, ni más ni menos, la medida exacta de nuestras desventuras económicas, sobre todo desde la perspectiva de un abastecimiento que habla de mesas vacías, angustia  y desazón.
Por lo tanto, las colas nuestras de cada día, han  generado un micromundo – su propio sistema  planetario  - en el  que los ciudadanos gravitan en post de cumplir el obligado ritual de hacerse con uno o varios productos que necesitan.
Por eso, comprender lo que llamaremos la tipología de las colas, que nos remite también a la “personalidad de la cola”, resulta importante en el intento de salir bien parados de nuestra incursión en el supermercado    o en el abasto de los chinos.
Vamos a lo básico: las colas pueden ser largas o   cortas. Pero, ¡ojo!: una cola “corta” puede ser una denominación engañosa a la luz de las actuales   circunstancias. Si una cola llegó a tener un día 500  personas, el hecho de que otro día tenga 250 la hará ver como que, en efecto, es una cola “corta”, aunque sólo de ver la extensión de la fila nos den ganas de regresarnos.
Por lo anterior, sería mejor categorizar las colas como largas y “menos largas”. Otro dato a tener en cuenta es que algunas colas  - cual parientes mitológicos de la Hidra de Lerna o de Medusa – muestran  una discreta extensión pero tal evidencia obedece a  que de su cabeza surgen 3 ó 4 colas fundadas al calor del  caos que suele producirse en la puerta de acceso al comercio. En algún momento cada cola tendrá vida  propia  y reclamará prioridad sobre las demás,  indistintamente que  haya surgido de la informalidad  o de la viveza de un grupito. Pero así suele ser la personalidad de algunas colas.
Por cierto, lo de la personalidad no es un dato  irrelevante.  Más bien aquellas personas que por necesidad u obligación se han hecho expertas en colas  - tal es el caso de muchas doñitas amas de casa –  se  refieren a éstas de forma curiosamente humana.  Así, una señora conocida, que luego de 4 horas había logrado comprar harina en Yuan Lin, me habló de la enorme cola como  si  describiera  a  una amiga: “Pues sí, ella es larga, no te lo voy a negar, pero se mueve bien”. Otro amigo, muy  poco dado a  hacer colas, me  advirtió  sobre lo que ocurría en una ocasión en Farmatodo del centro: “Ni se te ocurra hacer esa cola. Esa bicha no se mueve y además es violenta”.
Por lo dicho, me atrevo a decir aquí, científicamente   - y  perdonen la presunción -  que la personalidad de una cola es directamente proporcional al tiempo que hayamos pasado en ellas. Una persona experta, con    amplia experiencia en colas, no se amilanará porque   vea 650 personas paradas bajo el sol inclemente a la  espera de un tarro de mayonesa. Por el contrario, un  novato en   colas,  se lamentará si la fila le hace perder una hora de su tiempo.
Nuestra relación con las colas es de un grado tan  especializado que incluso existen colas de la nada   (algo así como la materia oscura que los científicos   saben que existe en el espacio pero de la que no   pueden mostrar mayores evidencias). ¿Cómo es esto?  Sencillo: en el supermercado Ciudad de Mérida, hace unos días, había unas 30 personas, más o menos, en    cola, pero dentro del local comercial no había ninguno   de los productos más buscados. Un señor me explicó   la extraña situación: “Sí, sabemos que no hay nada  pero estamos parados aquí para cuando llegue  lo   que tenga que llegar”.  Es decir, las colas son a   veces un acto de fe.
Además, las colas están llegando a un grado tal de   protagonismo que, no lo vamos a negar, cuando  alguien ve una cola es porque, como diría una  vecina “algo bueno llegó”. Y aunque el sentimiento anti cola nos embargue, la fuerza de gravedad de las mismas  cada vez va atrapando a más gente, personas que poco pueden  hacer para luchar contra esa fuerza de atracción que nos obliga a estar parados allí,  respondiendo a las reiteradas preguntas: ¿Epa, y esa cola es para qué?,  a lo que nosotros  responderemos: “Para lo que ella decida”.

lunes, 10 de febrero de 2014

Sobre las suposiciones



Parece que vienen días duros y difíciles. Días en los que se nos pedirá estar de uno u otro lado. Del lado de quien tiene la razón. ¿Quién realmente la tiene? Es asunto de cada uno decidirlo. Días en los que sería importante no sacar conclusiones de buenas a primeras, a partir de impulsos basados en supuesto.
Lo que quiero explicar ya lo hizo, de forma serena y clara, Don Miguel Ruiz en su libro Los Cuatro Acuerdos. Uno de esos acuerdos, el tercero,  es contundente: No hagas suposiciones. Se dice rápido pero para todo ser humano eso entraña un esfuerzo monumental. Y más para los venezolanos, encrispados como estamos en un país con la piel sensible.
A partir de aquí, un reproducción parcial de las reflexiones de Don Miguel Ruiz sobre la humana manía de suponer:

“El funcionamiento de la mente humana es muy interesante. Necesitamos justificarlo, explicarlo y comprenderlo todo para sentirnos seguros. Tenemos millones de preguntas que precisan respuesta porque hay muchas cosas que la mente racional es incapaz de explicar. No importa si la respuesta es correcta o no; por sí sola, bastará para que nos sintamos seguros. Esta es la razón por la cual hacemos suposiciones.
Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos dicen nada, también las hacemos para satisfacer nuestra necesidad de saber y reemplazar la necesidad de comunicarnos. Incluso si oímos algo y no lo entendemos, hacemos suposiciones sobre lo que significa, y después, creemos en ellas. Hacemos todo
tipo de suposiciones porque no tenemos el valor de preguntar.
La mayoría de las veces, hacemos nuestras suposiciones con gran rapidez y de una manera inconsciente, porque hemos establecido acuerdos para comunicarnos de esta forma. Hemos acordado que hacer preguntas es peligroso, y que la gente que nos ama debería saber qué queremos o cómo nos sentimos.
Cuando creemos algo, suponemos que tenemos razón hasta el punto de llegar a destruir nuestras relaciones
para defender nuestra posición.
Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros. Suponemos que los demás piensan, sienten, juzgan y maltratan como nosotros lo hacemos. Esta es la mayor suposición que podemos hacer, y es la razón por la cual nos da miedo ser nosotros mismos ante los demás, porque creemos que nos juzgarán, nos convertirán en sus víctimas, nos maltratarán y nos culparán como nosotros mismos hacemos.
De modo que, incluso antes de que los demás tengan la oportunidad de rechazarnos, nosotros ya nos hemos rechazado a nosotros mismos. Así es como funciona la mente humana.
También hacemos suposiciones sobre nosotros mismos, y esto crea muchos conflictos internos. Por ejemplo, supones que eres capaz de hacer algo, y después descubres que no lo eres. Te sobrestimas o te subestimas a ti mismo porque no te has tomado el tiempo necesario para hacerte preguntas y contestártelas.
Tal vez necesites más datos sobre una situación en particular. O quizá necesites dejar de mentirte a ti mismo  sobre lo que verdaderamente quieres.
Imagínate tan sólo el día en que dejes de suponer cosas de tu pareja, y a la larga, de cualquier otra persona de tu vida. Tu manera de comunicarte cambiará completamente y tus relaciones ya no sufrirán más a causa de conflictos creados por suposiciones equivocadas.
La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna, ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular. Una vez escuches la respuesta, no tendrás que hacer suposiciones porque sabrás la verdad.
Asimismo, encuentra tu voz para preguntar lo que quieres. Todo el mundo tiene derecho a contestarte «sí» o «no», pero tú siempre tendrás derecho a preguntar. Del mismo modo, todo el mundo tiene derecho a preguntarte y tú tienes derecho a contestar «sí» o «no».
Si no entiendes algo, en lugar de hacer una suposición, es mejor que preguntes y que seas claro. El día que dejes de hacer suposiciones, te comunicarás con habilidad y claridad, libre de veneno emocional. Cuando ya no hagas suposiciones, tus palabras se volverán impecables.

Con una comunicación clara, todas tus relaciones cambiarán, no sólo la que tienes con tu pareja, sino también todas las demás. No será necesario que hagas suposiciones porque todo se volverá muy claro. Esto es lo que yo quiero, y esto es lo que tú quieres. Si nos comunicamos de esta manera, nuestras palabras se volverán impecables. Si todos los seres humanos fuésemos capaces de comunicarnos de esta manera, con la impecabilidad de nuestras palabras, no habría guerras, ni violencia ni disputas. Sólo con que fuésemos capaces de tener una comunicación buena y clara, todos nuestros problemas se resolverían.”

domingo, 10 de noviembre de 2013

Estamos hechos de lo mismo




Cuando salimos al supermercado, o a hacer las compras en cualquier establecimiento comercial, no somos rivales. Me refiero a quienes solemos llamar chavistas, oficialistas o vinculados al gobierno – presuntamente ubicados de un lado del país – y los que se denominan o suelen llamarse opositores, antichavistas o cualquier otra etiqueta – colocados, falsamente, en el extremo contrario de los otros -. No somos rivales porque, sencillamente, pagamos con la misma moneda, en las mismas condiciones inflacionarias, los mismos productos que la escasez y la especulación nos permiten adquirir. Allí no somos rivales, en ese momento cuando enfrentamos la caja registradora y nos dicen “son 2 mil 300 bolívares” y miramos el carrito y sólo hay “tres bolsitas”. Allí somos iguales. Iguales, igualitos.
Tampoco somos rivales, ni especies diferentes, cuando salimos a caminar por la ciudad y un par de tipos nos apuntan con una pistola y nos quitan todo lo que cargamos encima. Allí no hay distinciones: la delincuencia, sépalo de una buena vez, no ve diferencias.
Tampoco somos distintos cuando – Dios no libre – tenemos un accidente y vamos al hospital. Allí la sangre es del mismo color y al aliento de vida lo sostienen los mismos hilos. Le imploramos y rezamos al mismo Dios y si no nos escucha derramamos las mismas lágrimas, iguales, igualitas.
No somos rivales, no somos distintos, cuando vamos a la funeraria. Ni al cementerio. En esos lugares la democracia suele gobernar o al menos un sistema justo donde todos, más allá de las flores plásticas o las naturales, terminarán en polvo.

Nos parecemos mucho, demasiado, cuando se va la luz en nuestra cuadra o cuando la buseta no pasa temprano. Tampoco nos diferencia el funcionario matraquero, que ante la taquilla del organismo nos pide el pago de un peaje injusto por hacer lo que el Estado le paga. No somos rivales o, más bien, no deberíamos serlo, porque, en esta vida somos demasiados parecidos: jugamos para el mismo equipo, usamos la misma gorra. Son otros los que nos quieren separados.

domingo, 17 de marzo de 2013

Venezuela






El deporte, sin proponérselo, termina convirtiéndose muchas veces en el mejor escenario para observar el desenvolvimiento de algunas máximas que pueblan el mundo político, social y económico, sentencias que pueden ser observables como quien manipula con bata blanca y tapa boca los tubos de ensayo en un tranquilo laboratorio.
Por ejemplo, allí está comprobada, sobre el gramado,  la máxima de que un solo hombre, un genio, la gran figura, no lo puede hacer todo porque sobre el terreno las infinitas variables obligan a trabajar en equipo, más allá de la seguridad, el respaldo, el ánimo y la inspiración que aporta tener un ídolo sobre la cancha. En este sentido la selección de fútbol de Argentina, sin duda alguna una de las mejores del mundo, ya ha comprobado que tener en sus filas el genio de Lionel Messi – el mejor jugador del planeta -  no garantiza en lo absoluto que los partidos estén ganados. Aún más, a estas alturas, luego de varias desilusiones, han establecido que tampoco se puede poner a todo el equipo a trabajar en función de un solo hombre, en este caso Messi, ya que no sólo se produce un sacrificio innecesarios de las posibilidades con otros nombres, sino que la ultradependencia hacia lo que pueda hacer o no la bota milagrosa de un gran jugador se paga caro si, por ejemplo, el otro equipo decide anular cada jugada de nuestro único hombre, el salvador.
Recientemente, este mismo fin de semana, la selección nacional de beisbol, demostró que la suma de varias estrellas tampoco garantiza saborear las miles del triunfo, y mucho menos levantar, al final, la copa de campeones a nombre de Venezuela.
En efecto, la “vinotinto del beisbol” visitó Puerto Rico plagada de figuras de la talla de Pablo Sandoval, Miguel Cabrera, Carlos Zambrano, entre otros. El diario Panorama resumió en un párrafo, con gran desilusión, el potencial que llevó Venezuela al Clásico Mundial de Beisbol pero que no bastó para brindarle la alegría del triunfo a nuestro país: “un triple coronado, tres premios al Jugador Más Valioso, tres Guantes de Oro, 11 participantes del Juego de Estrellas de Grandes Ligas y dos autores de juegos sin hits no bastaron para que Venezuela se despidiera del Clásico Mundial de Béisbol en apenas dos encuentros”.
Es decir: no se trata de tener un gran ídolo en tu equipo, aquel que concretará todas nuestras aspiraciones, así comol tampoco parece ser garantía la suma de muchos ídolos en el mismo equipo.
Para decirlo de forma más clara y llana: no se trata de ídolos. Se trata del equipo, del conjunto, de la suma de las partes. Y es lo que muchas veces nos cuesta entender. De allí nuestra tendencia, no venezolana, más bien humana, a poner toda la carga sobre los hombros de un solo hombre o mujer, con la esperanza de que mientras nosotros andamos en lo que andamos, aquel ser se las ingenie para responder por todos los demás. Si lo logra aplaudimos. Si falla, lo criticamos. En el deporte  tal estrategia se paga con la derrota, con la desilusión de no tener entre las manos el título de campeones. En política, esa visión mesiánica, que apuntala al salvador, tiene las mismas consecuencias que en el deporte. El equipo no avanza. Eventualmente se puede producir la genialidad, pero la apuesta es demasiado alta. La garantía del equipo ensamblado, donde el todo es más que la suma de las partes, será siempre la vía más racional para alcanzar el éxito, siempre anhelado. Incluso, si no levantamos la copa de campeones, queda la sensación de que cada quien hizo realmente lo que debía, y ese sentimiento tiene el mismo sabor de la victoria. No digo más: el equipo es Venezuela y nosotros no somos Messi, ni Sandoval, ni Cabrera, pero somos la pieza necesaria para que el conjunto avance.



domingo, 30 de septiembre de 2012

Los Cuatro Acuerdos… Electorales






Adelfo Solarte

Don Miguel Ruiz escribió el referencial libro Los cuatro acuerdos, un texto de gran impacto humano  surgido de las interpretaciones hechas a partir del legado filosófico encerrado en la sabiduría tolteca.
Los cuatro acuerdos del Doctor Ruiz pretenden ser una guía para conducirnos sin sufrimientos en nuestro tránsito por la vida.
Nuestros cuatro acuerdos electorales no tienen, ni remotamente, tan ambiciosa meta, pero creo oportuno manifestarlos en vísperas de un nuevo momento electoral que implica la movilización multitudinaria de distintas visiones de país pero, confío en lo más profundo, todas movidas por la creencia de que podemos vivir mejor no sólo en términos materiales sino también desde la perspectiva espiritual, mental y afectiva. Es decir, también el propósito debe ser, sin más, alcanzar un país alejado de los factores que pueden activar el sufrimiento en sus distintas acepciones.

El primer acuerdo: votar. Ese debe ser el primer acto natural de quienes participamos en democracia. El 7 de octubre implica levantarse temprano y acudir al centro de votación que nos corresponda y, civilizadamente, esperar nuestro turno de ejercer el voto por aquel que consideremos interpreta nuestra aspiración de vivir mejor. Pese a que no pronunciemos ni una sola palabra, votar, plasmar nuestro voto, implica un poderoso verbo, un discurso de lo que pensamos y deseamos. Por tanto, quien vota, más allá de los resultados, debe sertir que hizo su parte, colocó su ladrillo en la pared. Es un acto democráticamente liberador.


El segundo acuerdo: confiar. Si usted va a votar es porque confía en la posibilidad de que su voto se concrete tal cual lo ha expresado. Votar conlleva a depositar un mínimo de confianza en el proceso comicial. Además, no sólo las propias autoridades lo han dicho sino también las partes políticas que acuden al acto y algunos analistas internacionales serios: todo indica que el sistema electoral es capaz de producir resultados confiables. O lo que es lo mismo: la opción ganadora se corresponderá con la voluntad popular, más allá de cualquier elemento perturbador que se genere que, no obstante, no llegaría a empañar el resultado final.



Tercer acuerdo: respetar. Tal vez sea el acuerdo  electoral que más cueste concretar. Una vez conocidos los resultados, tanto ganadores como no ganadores deben exhibir su total capacidad cívica y madures democrática. Es el momento cuando se mide el talante pacífico y de respeto al otro, expresado por aquellos que han estado durante meses debatiendo y promocionando a sus candidatos. Respetar es más duro para aquel que no ha obtenido la victoria. Pero si hemos votado, hemos confiado, debemos comprender que el resultado es una expresión de una mayoría cuya decisión merece nuestro aval como partes actuantes en el juego democrático.


Cuarto acuerdo: trabajar. Aquellos que resultaron ganadores como opción política, me refiero a los ciudadanos que votaron por el candidato que sencillamente obtuvo más votos, tendrán al día siguiente de las elecciones el mismo el mismo país que habitan los que no pudieron alcanzar la mayoría. Eso implica hermandad, vecindad, unión entre iguales. La celebración, el festejo, al igual que la tristeza e incluso la rabia, son compresibles emociones humanas pero deben tener su momento, su proporción. Luego, pasada la página de la historia electoral,  cada quien tiene una sola opción: trabajar para vivir y para construir aquello que justifica nuestra transito por el mundo: su felicidad, la de los suyos, la de un país mejor. Los que ganaron ciertamente lo harán con el ánimo y la esperanza de tiempos mejores. Los que perdieron siempre tendrán la opción de soñar pero, al igual que a los otros, les toca trabajar para alcanzar lo que desean.
Son cuatro a cuerdos sencillos pero cuya aplicación permite transitar una nueva etapa en paz y  respeto, tal como se supone es el signo de los venezolanos. Votar, confiar, respetar y luego trabajar...Ese debe ser el acuerdo.

domingo, 15 de abril de 2012

Torre Confinanzas: retrato de una ciudad enferma



HACE 10 AÑOS LA TORRE CONFINANZAS ERA ESTA:


HOY DÍA LA TORRE CONFINANZAS ( O LO QUE QUEDA DE ELLA) ES ESTA:



"Al pasar por la torre Confinanzas, ubicada en la Avenida Andrés Bello, los caraqueños quedan sorprendidos ante la estructura que cuenta con 45 pisos siendo la segunda más alta de Venezuela y la séptima de América Latina, pero lo que fuera una lujosa edificación financiera hoy en día ofrece su peor cara. Desde hace 6 años se encuentra invadida, actualmente viven 750 familias y más de 3500 personas en condiciones inhumanas, los vecinos de Candelaria denuncian que este sitio se ha convertido en una “alcabala de la muerte” donde cualquiera puede ser atracado, secuestrado o hasta perder la vida". / Fin de la nota de prensa aparecida en www.globovision.com

Cuando leí esta información y busqué en Internet otras fuentes, quedé soprendido por el tamaño de la situación de cientos de familias venezolanas que son los "huéspedes" de una de las estructuras físicas más imponentes de la capital del país.
A ver: no se trata de soñar con torres bancarias o grandes rascacielos corporativos, sino mostrar lo que pudo haber sido una mejor solución urbana para un edificio venido a menos, y la realidad paralela de familias sin viviendas. No es un pues un problema estético o de desarreglo del pérfil urbano (que obviamente lo es) sino de una cruda incompetencia en la presencia del gobierno de una ciudad, de autoridades que, tal vez por un regusto demagógico, permiten que la pobreza, el drama y la delincuencia, se regodeen en pleno "distrito financiero" de la capital de uno de los países con más abundacia de recursos humanos, naturales y económicos de la región.