Siento un profundo pesar por lo que ocurre en Damasco, la capital de Siria. La situación política, social y militar que atraviesa ese país ha llevado a que en este preciso instante, cientos o tal vez miles de civiles esten sufriendo en carne viva una violencia irracional, escenificada, por un lado, por tropas leales al presidente Bashar Asad. de las cuales se han mostrado evidencias de estar aplicando mecanismo de represión contra los que piden la salida del actual régimen, y, en otro frente, por los grupos insurrectos, compuestos - hay que decirlo - por una heterógenea mezcla de intereses que han ido aumentando el volumen de sus respuestas militares hasta alcanzar también a mucha gente inocente.
Las ciudades son escenarios complejos que no necesariamente tienen que ser inmutables. Damasco, con seis milenios de historia a cuesta, ha visto de todo en su historia urbana - la más dilatada del planeta - y este nuevo reto para la ciudad de cerca de siete millones de almas, lleva a una profunda consideración sobre su futuro. Hay opiniones a favor de quienes intentan derrocar al régimen (como el enlace sobre Bashar Asad, tomado de un medio español que dejamos en líneas precedentes) y otras que están a favor del cuestionado presidente como esta, tomada de un foro de opinión venezolano. Es cierto que desde la distancia, y con la muy manipulada, limitada, tergivesada, información (de medios comerciales pero también gubernamentales) es dificil establecer a ciencia cierta lo que ocurre en Siria. Las redes sociales se han encargado de echar algo de luz sobre lo que ocurre. En el medio está un pueblo sitiado por las bombas y las balas. La ciudad más antigua del mundo tiene el rostro hinchado por el llanto.
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