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martes, 2 de junio de 2015

Servilletas para los nuevos tiempos



Pase por el supermercado el fin de semana en un nuevo intento por conseguir alguno de los productos que solo existen en los improvisados mostradores de los bachaqueros.

En mi recorrido por los pasillos llegué a la sección de uso personal. Allí, entre la crema dental, el enjuague bucal y una que otra loción hidratante, se encontraban colocadas, como piezas fuera de lugar, las servilletas, otrora ubicadas en la sección de cocina, hogar o la de los utensilios vinculados con la mesa.

Que las servilletas estén en la sección de uso personal no es más que la constatación de la crisis con respecto a la desaparición de algunos productos importantes en la higiene, como, por ejemplo, el papel sanitario o papel toilet (papel “tualé” en nuestra cotidiana pronunciación).


Se trata pues, del mismo producto (las servilletas) pero cuyo uso, por un acuerdo tácito entre vendedores y compradores, ha bajado unos centímetros de la boca para ir a parar allá, a esa parte del cuerpo donde la espalda pierde su nombre. 

Bueno, el asunto no debería sorprender si tomamos en cuenta que otros productos hecho de papel, hace rato empezaron a tener en Venezuela un destino menos sublime para el cual habían sido elaborados inicialmente. Periódicos, papel absorbente entre otros. De allí que ahora tengamos, pues, servilletas para los nuevos tiempos.


sábado, 1 de junio de 2013

El rollo cotidiano





El pasado jueves fue un día raro. Mayo estaba a punto de terminar y en el ambiente no necesariamente florecían las emblemáticas “flores de mayo” sino las expectativas por sumar algo a la quincena, asumir los debates domésticos sobre si hacer la cola en el abasto del chino o en el supermercado e intentar estrategias para no ser engullido por las colas, cortesía de nuevas protestas en las principales avenidas.
En ese trance estábamos cuando el jueves ofreció su primera dosis de surrealismo: un camión, enorme, estacionado cerca del cementerio de El Espejo tenía las puertas de su depósito abiertas de par en par y mostraba a los afortunados paseantes mañaneros, que transitaban por el lugar, paquetes tras paquetes de papel higiénico. Sé que uno debe guardar cierta compostura ante los asedios emocionales del consumismo, pero en este caso pudo más la escases y fue cuando decidimos buscar un puesto para estacionar.
El plan de estacionar no se cumplió inmediatamente ya que otro camión, en este caso uno del aseo urbano  recogía basura a esa hora. No eran dos o tres bolsas: eran toneladas de basura que se apilaban en las aceras. El camión iba lento y perezoso y los trabajadores del aseo hacían lo suyo entre olores pestilentes y todo tipo de desechos. Poco les importaba si paralizaban el tránsito toda la mañana. Por eso no me sorprendió que en pocos minutos, detrás de mi carro, habían acumulados decenas de conductores desesperados por llegar a sus sitios de trabajo quienes no dudaron en ofrecer un tempranero concierto de cornetas, bocinas y maldiciones con la esperanza de apurar las maniobras de los aseadores.
Pasé 25 minutos tras el camión de la basura, pero ese desagradable sacrificio mañanero valdría la pena si lograba acercarme al camión que me interesaba, ese el del papel higiénico que seguía fijo en mi mente como una extraña visión. Por supuesto que me imaginé llegando altivo a mi hogar con un enorme paquete de papel higiénico, recibido en medio de los aplausos de toda la familia, cual héroe que llega victorioso luego de una sudorosa batalla.
Cuando por fin llegué al camión una enorme cola se había formado, por algún mecanismo parecido a la generación espontánea de la cual especuló la ciencia en algún momento pero que ahora parecía comprobarse.
Hice la cola con cierto desdén, convencido de lo inútil que resultaría la empresa de llegar a ser uno de los afortunados que conseguían ese exótico objeto del deseo venezolano. Pensé que en algún momento una de esas calles que llevan al cementerio El Espejo se llamó “Calle de la Igualdad” ¿Sería esa donde estábamos ubicados?...No se. Ahora, lo de igualdad era bastante cierto ya que en la cola había profesores universitarios, amas de casa, funcionarios públicos, estudiantes, obreros, en fin. Todos en ese “rollo”.
Pasada media hora, nos tocó la suerte de ingresar al abasto donde se desembarcada la mercancía. Entré con un grupo que como autómatas buscaban lo que había justificado la cola. Alguien preguntó dónde estaba el papel y un empleado respondió con lógica burlona: “donde haya más gente”.
Al final salí con mi paquete de 12 rollos. Cuando camina hacia el carro pensé que esa cotidianidad extraña no tenía mucha razón de ser. ¿Dije al principio que había sido un jueves raro? No es cierto: ahora es de lo más normal.