lunes, 3 de octubre de 2011

Nada por sentado


Adelfo Solarte

Salud y saludos a todos

Allá arriba, alguien nos cuida

Me encanta ver la serie Mayday: catástrofes aéreas, del canal National Geographic. Me gusta por la revelación del impacto que puede tener para la vida de las personas el más mínimo descuido, el detalle no atendido, el gesto errado, la tuerca no apretada a tiempo. En fin: las tragedias suelen ser la suma de varias circunstancias entre las que se cuentan, casi siempre, el factor humano. No le echemos la culpa a Dios de nuestras desgracias, ni al destino cruel.

En realidad la serie suele basarse en los desaciertos en la estructura de control de mantenimiento en algunas de las más reconocidas empresas aéreas en países industrializados, o como solemos llamarlos “desarrollados”.

Viendo cada capítulo, uno no puede sentir sino un escalofrío cuando se imagina lo que pudiera estar ocurriendo con las aeronaves comerciales en este lado del trópico. Las exhaustivas investigaciones postdesastres, que uno ve en el referido programa de televisión, revelan que pese a los altos estándares de seguridad de ciertas empresas y autoridades aeronáuticas, siempre el factor humano con sus imprecisiones suele cobrar un alto costo sobre todo cuando se cruza con algunas circunstancias técnicas, climáticas, económicas y de cualquier otra índole.

¿Qué ocurre cuando las empresas deciden ignorar esos estándares de seguridad? ¿Qué ocurre cuando no hay un gobierno eficiente que se ocupe de exigir controles precisos de supervisión de la actividad aérea? Usted y yo, y cualquier mortal con cuatro dedos de frente, lo sabe: sobrevienen los accidentes.

Y uno dice, cuando observa toda la serie de incidentes que han ocurrido en Venezuela vinculados a la actividad aérea, que más bien hay un ser supremo que nos cuida. Que dejados a la buena de la suerte, cada vez que un avión despega o aterriza, las posibilidades matemáticas, probabilísticas, de que sobrevenga un accidente son muy altas. Que sin repuestos a la mano, sin personal motivado, sin nadie que vigile, los incidentes no tardarán en convertirse en severos accidentes, donde todo el mundo se señalará buscando un culpable.

Ojo: esto no es nada nuevo. En 2009 un informe reveló que Venezuela era el país con el mayor número de incidentes aéreos en toda América. Ni Estados Unidos con decenas de miles de operaciones áreas diarias nos superaba en incidentes, léase: en accidentes que no llegan a cobrar la vida de los pasajeros y tripulantes.

Decir que más bien deberíamos estar celebrando el hecho de que no hayan tantos muertos producto del desastre mayor que significa en términos generales el mantenimiento aeronáutico nacional, sería muy conformista.

Una señora, de esas que piden dinero en los semáforos una vez me lo dijo, enfadada porque no le coloqué unas cuantas monedas en la mano: “Miré señor: recuerde que allá arriba hay un Dios que pa’ bajo mira”. Viendo lo que ocurre con nuestros aviones averiados a cada rato, ahora estoy seguro que no sólo mira “pa´ acá abajo” sino que mete la mano casi todos los días. Ojalá ese ser no se termine cansando y un mal día terminemos protagonizando un desafortunado capítulo de la serie de National Geographic.

DE LAS PORTADAS

Decíamos en una columna anterior que son muchos los proyectos viales que tiene la ciudad de Mérida. Muchos de esas iniciativas han surgido de la Universidad de Los Andes, espacio académico en cuyos anaqueles se encuentra la cura para muchos de los males urbanos que aqueja a esta bella ciudad de Mérida.

Una pregunta que atormenta a muchos merideños enterados de estos proyectos es: ¿qué impide que tales ideas y soluciones encuentren asidero en la práctica política, o, mejor, en la acción gubernamental?

De la solución de ese acertijo depende en buena medida que no surja por allí algún loco con una idea descabellada (como construir una autopista de 8 canales por la cuenca del Albarregas) o una imposición centralista, si es que algún día alguien, allá en el imperio ministerial, se acuerda de que existe Mérida y unos cuantos locos que decidimos vivir aquí.

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